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América Latina y Caribe

Atentados, Venezuela, Cuba y América Latina

julio 16, 2024   0

Crédito: Reuters

Despreciable la acción de atentar contra cualquier ser humano. Enérgica debe ser la respuesta y las medidas preventivas para evitar subsiguientes acciones de ese tipo. Contra el atentado a Donald Trump, al igual que sucedió en 1981 con el presidente Ronald Reagan, se alzaron la mayoría de los dirigentes y ciudadanos del Hemisferio, teniendo una actitud protagónica en el rechazo los mandatarios del continente latinoamericano.

No se trata de hacer Leña del Árbol caído, pero esos Atentados, y otros que se pueden evitar, son consecuencia en buena medida de la violencia política que ha primado en el afán hegemónico de las grandes potencias imperiales, con los Estados Unidos al frente.

Al igual que de despreciable es el reciente atentado contra el candidato presidencial estadounidense, lo son el Bloqueo impuesto a Cuba desde hace más de sesenta años, y el Bloqueo impuesto a Venezuela desde el triunfo del presidente Chávez que se reforzó con la declaración en 2015 de Venezuela como amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los Estados Unidos, condición otorgada a muy pocos países.

Bloqueo que busca no solo satanizar a naciones, pueblos y dirigentes, ese es el elemento más noble; intenta al igual que los atentados con armas de fuego exterminar a esos dirigentes (latinoamericanos en los casos planteados) y ahogar física y psicológicamente a la ciudadanía en su conjunto, de esas naciones seleccionadas como objetivos de la política hegemónica.

Lo evidente en Política, y podemos agregar, lo más evidente, es lo que no se ve. Quien no haya vivido en una nación asediada tanto económica como desde todos los puntos de vista no sabe o al menos no puede entender cabalmente lo que intentamos explicar, múltiples son los ejemplos.

En el caso de Cuba, por solo citar, obstaculizar por todos los medios posibles la adquisición de recursos para aliviar y sanar el cáncer en niños, entre otras enfermedades peligrosas, y en las cuales, si los Estados Unidos nos dejaran comerciar tranquilamente, con el excelente capital humano con que cuenta nuestra nación, bien que podríamos salir adelante, y resolver muchísimos de los problemas que actualmente nos “obligan” a buscarles soluciones.

Al punto de que siendo el Bloqueo estadounidense probablemente el elemento que más obstaculiza la vida de un cubano, una de las matrices internacionales más difundidas desde los servicios de inteligencia y otros centros pensantes estadounidenses es que Cuba le echa la culpa de todo al Bloqueo, tratando de manipular los sentidos de la ciudadanía.

En el caso de Venezuela, el ahogo económico, político y social propugnado desde el imperio estadounidense y europeo, tiene muchos puntos comunes con el Bloqueo a Cuba, estableciéndose la constante de que se actúa, se atenta contra la vida de cualquier ciudadano, adepto o no de las fuerzas chavistas, político o apolítico, abogue o no por las reformas del gobierno.

Al imperio no le importa, atenta con proyectiles de todo tipo para que mueran, incluso vale una salvedad, se produce así y es el deseo del agresor, la muerte lenta, desesperada, hermana de los preceptos fascistas contra los cuales se lucharon en la II Guerra Mundial.

En relación con Cuba, los Estados Unidos proclamaron en 1992 la llamada Ley Torricelli, que por una parte tenía como objetivo frenar el comercio cubano con filiales de empresas estadounidenses en terceros países y al mismo tiempo crear una matriz ideológica para intentar subvertir, desde dentro de Cuba, el proceso revolucionario cubano.

Esperaban desde los Estados Unidos aprovechar la difícil situación económica en Cuba para dar el golpe de gracia a nuestra Revolución, con su “cambio de régimen”, afianzados sobre todo en el carácter transnacional de la política de Bloqueo.

El presidente de entonces, William Clinton (1993-2001) encontró en su homólogo español José María Aznar (1996-2004) todo el apoyo necesario para presionar sobre Cuba con la llamada Posición Común que condicionaba la cooperación a cambios políticos internos. Entró en el juego el denominado título III de la Ley Helms-Burton que codificó en un solo cuerpo legislativo los instrumentos del Bloqueo contra Cuba. El mismo Título III que Donald Trump decidió poner en vigor siendo Presidente.

Sobre Venezuela se conoció de un Programa de Gobierno presentado por la opositora María Corina Machado (recibida al menos desde 2005 por presidentes y otros dirigentes estadounidenses de primer nivel) titulado “Tierra de Gracia” con similar objetivo hacia Venezuela que el que persiguió la Posición Común contra Cuba, sumándose a los elementos “comunes” que ambos documentos fueron presentados en inglés, tanto por Aznar como por María Corina, con lo cual se evidencia, sobremanera, el público objetivo de atención, o sea el receptor deseado.

“Tierra de Gracia” o “Land of Grace”, citado Programa de Gobierno, cuenta con 85 páginas y fue suscrito en octubre de 2023. En su página 26 señala “la privatización y reactivación de la producción de petróleo y gas atrayendo a compañías especiales internacionales”, y más adelante explica lo que sería un “amplio Programa de privatización de empresas y bienes públicos, puesto que el Estado tiene una gran deuda pública con el exterior, que es necesario pagar, y para eso se requiere privatizar la educación, con un sistema de vouchers”, similar al empleado en Argentina y otros países, y que no ha traído, al parecer, nada de interesante y positivo para la América Latina.

Para lograr sus objetivos, María Corina propone “modificar la Ley Orgánica del Trabajo para eliminar todas las cargas y restricciones del mercado laboral, facilitando así el surgimiento de nuevas fuentes de empleos y proveyendo a las compañías con más flexibilidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes del mercado”.

En “Land of Grace” se afirma que “el sistema tradicional de seguridad social venezolano es insostenible; Y por lo tanto se requieren medidas” neoliberales “para mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía”.

Pudiera pensarse que estos son asuntos internos de los conciudadanos de los países mencionados: Cuba y Venezuela, pero entonces, de pensar así estaríamos dejando de lado lo anteriormente expuesto de que lo más evidente es lo que no se ve. Y lo más evidente precisamente se trata de lo que se impulsa desde sectores de la extrema derecha internacional, y estadounidense en particular.

De ahí la importancia de permitírsenos, a la vez que lo rechazamos fehacientemente, comparar el reciente atentado al candidato Donald Trump con los atentados que a diario sufren los ciudadanos cubanos y venezolanos en su totalidad. Y si no, que se les pregunte a todas aquellas familias que hubieran podido salvar a uno de ellos, niños muchos, si el Departamento de Estado de los Estados Unidos no hubiese congelado los fondos destinados a la Fundación Citgo, mediante la cual el gobierno del presidente Nicolás Maduro gestionaba con éxito en la escena internacional el tratamiento y realización de operaciones de cáncer, trasplante de medulas óseas, entre otras operaciones costosas y riesgosas.

Recientemente se conoció la incursión en el territorio cubano de un individuo radicado en los Estados Unidos, quien portaba varias armas de fuego, y cuya misión consistía, con la anuencia de determinadas autoridades de la nación norteña, en realizar atentados y sabotajes a la infraestructura económica, política y social en la asediada isla caribeña.

En el mismo orden de pensamiento, han sido denunciados desde las autoridades gubernamentales venezolanas planes similares de desestabilización contra su infraestructura eléctrica y energética, y contra la vida de su gobernante y otros dirigentes, entre ellos conocidos líderes opositores que han manifestado su respaldo incondicional al presidente Nicolás Maduro para las próximas elecciones presidenciales del venidero 28 de julio.

En consonancia, es buen momento, sin querer ser oportunistas políticos por lo sucedido a Donald Trump, para aprovecharnos de lo acaecido como un ejemplo que demuestra la necesidad de denunciar que todo acto violento, venga de donde venga, debe y tiene que ser repudiado. Que los sectores reaccionarios entiendan que en los pueblos latinoamericanos no estará presente jamás en el orden político el conocido como “Síndrome de Estocolmo”, mediante el cual la víctima se “enamora” llegando a “entender” y “solicitar” la ayuda del victimario.

Todo lo contrario, nuestras condiciones antropológicas, el sentido de rebeldía latinoamericano proveniente desde nuestros ancestros, nos hacen crecer y resurgir con más fuerza ante las adversidades. Con el mismo espíritu con que el expresidente Obama, y el actual mandatario Joe Biden, entre otros, solicitaron la investigación de lo sucedido contra Trump, sería muy positivo que se extendiera esa solicitud a investigar lo que desde el propio territorio estadounidense se apoya para aplicar en forma de violencia política, contra Cuba y Venezuela.

Para que la nación bolivariana tenga tranquilidad después de sus elecciones, y que al igual que desea Cuba, los ideales de integración y concertación latinoamericanos se logren atendiendo a los designios de cada nación del continente sin que nos tengamos que preocupar por incidentes negativos como los mencionados. A fin de cuentas, desde los sectores reaccionarios se conoce, y bien, que en Cuba estamos muy alertas, y que desde Venezuela, como dice el reconocido escritor, historiador, ensayista y dramaturgo venezolano, Luís Britto García, “Programa avisao, no mata pueblos”.


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