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El soldado invisible

junio 24, 2025   0

El pasado  13 de junio, en medio de un creciente cuestionamiento interno y externo por el genocidio practicado contra la población de Gaza, el gobierno de Benjamin Netanyahu agredió militarmente a la República Islámica de Irán con el uso de la aviación y medios coheteriles.

Como se ha dicho de forma reiterada desde entonces, ese paso no hubiera sido posible sin el apoyo político, económico y bélico de Estados Unidos, aunque desde Washington DC se haya tratado de afirmar lo contrario.

La conclusión obvia para cualquier observador es que el poder estadounidense continúa el apoyo a un aliado al que ayudó a surgir como estado, al que asistió en todos sus enfrentamientos anteriores con  los vecinos del Medio Oriente, al que envía cifras record de asistencia militar todos los años y al que ha protegido frente a todas sus violaciones en cuanto a proliferación nuclear y otros compromisos internacionales.

Sin embargo, sería un error considerar que Israel es un simple peón de los intereses estadounidenses en la región, o que todas y cada una de las veces en que Estados Unidos lo ha asistido es porque ha habido coincidencia estratégica y táctica en los intereses de ambos.

Muy pocos estudios se han dedicado a analizar de manera integral la influencia y las acciones realizadas por el estado israelita sobre su “hermano mayor”, con el objetivo de lograr paulatinamente que esa alianza tenga un sustento mucho más amplio que el que proporciona el interés común  de las élites y logre calar tanto en la sociedad como un todo, como en el espectro más amplio de la clase política. No se trata solo de definir objetivos comunes, sino de esculpirlos en piedra a través de mecanismos que van desde el comprometimiento personal, la alianza de los intereses más mezquinos, acciones de inteligencia y tecnológicas.

Según varios documentos, desde el propio 1948, cuando británicos, estadounidenses y otros propiciaron el surgimiento del estado de Israel a costa y en detrimento de la soberanía Palestina, se sucedieron diversas acciones desde Tel Aviv para expandir progresivamente sus fronteras, afianzar su dominio regional y blindar militarmente la nación, para llegar a ser casi inexpugnable ante un enemigo externo.

Desde muy temprano las autoridades israelitas comprendieron que su objetivo más formidable en el futuro sería que no existiera el menor cuestionamiento hacia el interior de la sociedad estadounidense de que el apoyo desde Washington debía ser constante e irrestricto en cualquier circunstancia. A lo largo de los años se han registrado diferencias puntuales entre estos socios que, al ser superadas muchas veces de manera discreta, llevaron la relación bilateral a otro nivel, en el que las distancias entre las posiciones de ambos se reducían de forma creciente.

Al hablar de la influencia israelí hacia el interior de Estados Unidos surge casi siempre en primer orden el ejemplo de la existencia del llamado lobby judío, que realmente debía nombrarse como sionista cada vez, las distintas instituciones que lo componen y la profundidad con la que cada una cala el subsuelo del poder estadounidense.

Las tres organizaciones principales que conforman este lobby son el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel, conocido como AIPAC por sus siglas en inglés; Cristianos Unidos por Israel (CUFI) y Conferencia de Presidentes de las Mayores Organizaciones Judías de los EE.UU. (CoP).

Revisando solo la transformación y el crecimiento de AIPAC en el tiempo se pude llegar a tener una idea del cambio cualitativo y la exquisitez estructural que ha registrado la influencia israelita sobre Estados Unidos, por encima de las acciones que se hayan registrado con el mismo propósito en el sentido inverso.

La matriz de lo que hoy es el AIPAC fue creada en 1954, bajo el nombre de Comité Sionista Americano para Asuntos Públicos (AZCPA) precisamente en uno de aquellos momentos en que pudo haberse producido un punto de inflexión en cuanto al apoyo irrestricto de Estados Unidos a los desmanes sionistas. En aquel año se produjo la llamada masacre de Oibya en la que fueron asesinados 69 palestinos, la cual generó un rechazo  internacional importante, incluyendo una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.

El AZCPA fue el sucesor del Consejo Sionista Americano de Emergencia (AZEC), que abogó inicialmente por la migración judía hacia Palestina durante la Segunda Guerra Mundial, que provocara la eventual creación del nuevo estado hebreo. Después de que se lograra ese objetivo, AZEC se convirtió en 1949 en el Consejo Sionista Americano (AZC), que comenzó a gestionar de inmediato la ayuda oficial a Israel, objetivo que se logró de forma permanente a partir de la década de los sesenta.

Se podría afirmar que desde entonces hasta la llamada Guerra de los seis días en 1967, o hasta la ocurrencia de los enfrentamientos de Yom Kippur en 1973, tuvo lugar una primera época en la experiencia de esta serie de organizaciones pro israelitas, con objetivos y éxito limitados al interior de la sociedad y de la clase política estadounidense.

A mediados de los 70, AIPAC  era una organización que contaba con apenas 12 plazas permanentes de empleados en Washington y menos de medio millón de dólares como presupuesto. En la actualidad cuenta con más de cinco millones de afiliados en los 50 estados de la Unión.

La década de los años 80 probaría ser un período singular en la existencia de la organización, que fue investigada por el gobierno de Ronald Reagan por supuestos (o reales) actos de espionaje y robo de documentos oficiales, durante el proceso de la negociación bilateral para lograr el acuerdo sobre un área de libre comercio entre ambos países, que finalmente se concluyó en 1985. En el plano internacional, entre 1981 y 1989 Estados Unidos apoyó 21 resoluciones de Naciones Unidas que condenaron las acciones de Israel contra sus vecinos, en particular Líbano, Irak y Túnez.

En momentos en que Estados Unidos desarrollaba nuevos vínculos militares con actores regionales como Arabia Saudita, o iniciaba los contactos discretos de lo que después se conocería como el escándalo Irán-Contras, los servicios especiales israelitas se movieron activamente en territorio estadounidense y en torno a las representaciones del país en el exterior. A pesar de que el caso de espionaje más conocido de Israel contra Estados Unidos fue el de  Jonathan Jay Pollack (1986), este no fue el único, ni el más complejo. La CIA llegó a registrar y dar seguimiento a casi doscientos israelitas actuando sobre instituciones o representaciones estadounidenses y en su momento calificó al Mossad como el segundo servicio más activo contra el país y el primero entre los “aliados”.

En esas circunstancias, AIPAC y sus relaciones desde Tel Aviv dieron un giro fundamental a sus prioridades trabajando con más fuerza y de manera más coordinada sobre el Congreso estadounidense.

Si bien AIPAC logró chantajear a muchos políticos por sus supuestos sentimientos antisemitas (más que antisionistas), la organización se enfocó en arruinar la vida de varios legisladores, que resultaron casos emblemáticos para el resto, como fueron los casos de Paul McCloskey (R-Ca) y Paul Findley (R-Ill). En otros casos lograron un cambio radical de parecer a puertas cerradas y con poco presupuesto como sucediera con el senador Jesse Helms (R-NC).

Comenzó un largo camino en el que AIPAC pasó de hacer pequeñas contribuciones para campañas políticas específicas, a disponer de su propio Comité de Acción Política (2021) que tiene amplias relaciones tanto entre demócratas como republicanos y que en los últimos tres mandatos presidenciales ha financiado aspiraciones profesionales e intereses personales de los principales ejecutivos estadounidenses y de los miembros de los liderazgos en el Congreso. A pesar de ello, AIPAC nunca se ha registrado bajo la Ley de Agentes Extranjeros (1938) que operan en los Estados Unidos.

AIPAC Tracker, organización estadounidense que se dedica a rastrear las contribuciones del lobby sionista en las campañas electorales estadounidenses, calcula que en el último ciclo presidencial este habría invertido entre 45 y 50 millones de dólares respecto a los asientos congresionales (361 candidatos pro israelitas demócratas y republicanos) y más de 200 millones en función de la elección de Donald Trump específicamente.

Al esfuerzo de AIPAC y de otras organizaciones pro israelitas se acreditó el éxito en 1998 del primer compromiso a diez años para financiar la ayuda económica y militar de Estados Unidos a Israel, En 1999 la cifra alcanzó los 26,7 mil millones de dólares, pasó a ser 30 mil millones  en el 2009 y 38 mil millones a partir del 2019.

Este es el mayor desembolso anual de Washington para Tel Aviv, aunque no el único, pues existen otras partidas en el presupuesto no públicas. Esta abultada cantidad de dinero ha estado relacionada con varios procesos de corrupción del lado israelita por desviarse los fondos a objetivos no declarados, que van desde proyectos militares específicos, hasta otros de bolsillos privados.

Adicionalmente, gracias a los esfuerzos de AIPAC, en el 2008 el Congreso estadounidense convirtió en ley el compromiso de garantizar la llamada Ventaja Militar Cualitativa (Qualitative Military Edge) de Israel, entendida como la habilidad de enfrentar y derrotar amenazas militares convencionales con el mínimo de daños y bajas, obligando al presidente de Estados Unidos a emitir un criterio oficial al respecto con regularidad.

Si se accede a la multiplicidad de medios públicos con que cuenta AIPAC para promover sus intereses, se podrá apreciar que sus objetivos están dirigidos a convencer al público estadounidense de que:

  • Es un “valor americano” promover un apoyo bipartidista a la relación EE UU-Israel
  • Esta es una relación “mutuamente beneficiosa” que salva vidas y tributa a los intereses y valores americanos.
  • Estados Unidos es un país “más seguro” cuando Israel es fuerte.
  • Israel enfrenta una magnitud de “amenazas sin precedentes”, que provienen de la “inestabilidad” en el Medio Oriente, en especial del fortalecimiento y del programa nuclear de la República Islámica de Irán.

Es muy amplia la variedad de canales que utilizan AIPAC y sus socios israelitas para fijar estos mensajes en la sociedad estadounidense. El rango de opciones va desde las conferencias anuales de la organización, profusión de informes y resúmenes sobre diversos temas, programas escolares hasta becas en el exterior.

Un factor cultural que tributa a la diseminación de esos mensajes es que se calcula en alrededor de 190 000 las personas de origen israelí que viven en Estados Unidos, más 7,5 millones de judíos de distintas descendencias. Se comprende, no obstante, que  en ambos casos se trata de comunidades con diversas aproximaciones políticas en cuanto a la puesta en práctica de una agenda sionista.

A todo el nivel de influencia descrito hasta aquí habría que agregar el componente económico, que igualmente respalda las percepciones respecto a Israel que se generan desde el interior de la sociedad estadounidense. El comercio bilateral entre ambos países se calculó en 37 mil millones de dólares en el 2024, con un balance deficitario para Estados Unidos. En Israel están presentes 2500 firmas estadounidenses, mientras que las compañías israelitas constituyen el segundo grupo extranjero con mayor presencia en los índices NASQAD de la Bolsa de New York, con un total superior a las empresas indias, japonesas y subcoreanas tomadas de conjunto. Inversionistas israelíes son dueños de acciones en 1000 empresas estadounidenses repartidas por 48 estados. La inversión directa israelita en la economía estadounidense alcanzó los 36,6 miles de millones de dólares en el 2019.

Con todas estas fortalezas a su favor el gobierno de Benjamin Netanyahu comenzó una respuesta militar a las acciones de Hamas en octubre del 2023, que inmediatamente se convirtió en un genocidio contra todo el pueblo palestino. El liderazgo israelí utilizó hábilmente la incapacidad proverbial de Joe Biden (sionista confeso y voluntario) y la debacle demócrata en general para obtener una serie de paquetes de ayuda adicionales a los regularmente aprobados y un apoyo político casi irrestricto de la clase política estadounidense. Parecía un escenario de ganar-ganar, que contribuiría a solidificar la imagen interna de Netanyahu.

No obstante, la brutalidad de los ataques, la inmensa cantidad de víctimas civiles especialmente niños y la violación de todas las normas éticas en el tratamiento al agredido, generaron un rechazo internacional contra Tel Aviv que se hizo particularmente marcado al interior de los Estados Unidos, tendencia que continuó en ascenso durante el inicio del segundo mandato de Donald Trump.

Una encuesta publicada por Gallup el 6 de marzo pasado registró que solo el 46% de la muestra mostró apoyo por Israel, constituyendo el por ciento más bajo en los últimos 25 años, mientras que las simpatías respecto a los palestinos ascendieron al 33%. Como complemento, otra encuesta del mes de abril del Pew Research Center indicó que el 53% de los estadounidenses tenía una opinión desfavorable respecto a Israel, cifra que entre votantes republicanos era de un 37%, pero llegaba a un 69% entre los demócratas. Entre estos últimos, los menores de 50 años de edad registraron un rechazo del 71% de los encuestados.

Israel comenzaba a tener bajas en un frente en el que no se podía permitir un retroceso: la opinión pública estadounidense. Es esfuerzo económico y político de AIPAC y su entorno no estaba resultando suficiente. Las cifras no mejoraron por mucho que Israel atacara a “enemigos regionales” basificados en el Líbano, Siria u otros destinos.

Había entonces que generar un conflicto, atacar un enemigo suficientemente demonizado como para provocar una reacción de apoyo más o menos mediato que revirtiera esas tendencias. En pocas horas se recicló el argumento el programa nuclear iraní, que tenía ya 23 años de cocción, y se fundamentó un ataque sin precedentes contra la geografía de aquel país, que en breve tiempo sumó como cómplice a una jerarquía estadounidense que combina como pocas anteriores la ignorancia, la corrupción y la ineptitud.

Con independencia de los caminos más inmediatos que tome este enfrentamiento, el involucramiento de más o menos actores y el peligro permanente de que se cometan errores que lleven a nuevas escaladas, habrá que contar entre los principales actores del actual escenario al llamado lobby judío (sionista) y a su permanente agenda de influencia hacia el interior de Estados Unidos, el que se supone que es su principal aliado.


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