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La crisis sistémica del capitalismo “realmente existente” y el “cisne negro”

abril 6, 2020   0

“Lo que de por si nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias, que actúan y se imponen con férrea necesidad”

                                                                                                         C. Marx  

                                                                                  (Prólogo a la Primera edición de “El Capital”)

En los años terminales del siglo xx, para ser más preciso en 1998, pregunté a los estudiantes de un curso que impartía: ¿qué es la globalización, qué podemos entender por globalización? Cada respuesta fue distinta y ninguna realmente dirigida a responder lo que preguntaba; hice las mismas preguntas fuera de la Universidad, y las “respuestas” fueron muy similares, o más precisamente, y como acostumbran a marcar los encuestadores cuando no hay respuesta: No sabe, No contesta. Escribí entonces un artículo: “La globalización: pasado, presente y futuro”[1] que a pesar de los más de 20 años transcurridos, al releerlo solo mejoraría la redacción para precisar  y mejorar lo que, a fines del pasado siglo, me atreví a escribir.

A continuación, un resumen, en especial para subrayar aquello que retomaré para actualizar y contrastar con lo que hoy sucede, 20 años después, ya en los años terminales del segundo decenio del siglo xxi, cuando no se trata ya de “la globalización”  misma surgida del fracaso del keynesianismo, sino de la “globalización de la desglobalización”, consecuencia esta vez del fracaso del neoliberalismo globalizador. Escribí entonces:

 “Para comenzar a resolver nuestro problema, debemos remontarnos brevemente a los orígenes del mismo. La historia del desarrollo de la humanidad ha sido al propio tiempo la historia del desarrollo de la producción y la historia de esta última, la de la ruptura de las barreras naturales o artificiales que lo impedían. Desde que el hombre produjo excedentes estos comenzaron a intercambiarse por otros excedentes producidos en tribus, regiones, continentes y luego naciones cada vez más lejanas. Este proceso alcanza su primer gran auge cuando, promovido por el entonces incipiente capitalismo, se produce el descubrimiento y la posterior colonización de lo que se llamó “el Nuevo Mundo” y la creación con ello de un mercado gigantesco, condición para el ulterior desarrollo de la gran industria capitalista y el mercado mundial.

Este mercado mundial dio desde entonces un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Aparecieron nuevas industrias que comenzaron a emplear materias primas provenientes de las más lejanas regiones del mundo y cuyos productos no sólo se consumían en el propio país, sino en todas partes del globo. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, propio de la época feudal, se estableció un intercambio universal y una interdependencia universal entre todas las naciones y regiones del mundo. Es el período de gestación del actual orden económico mundial.

En este orden quedaron agrupados, en un mecanismo económico único, las metrópolis, rebautizadas luego como países desarrollados y los países coloniales y dependientes, llamados hoy “emergentes”. La acción mutua y la interdependencia tanto en el primer grupo de países como en el segundo, y la interdependencia asimétrica entre el primero y el segundo en el cual el último ocupaba cada vez una posición más marginal, conformaron la economía mundial.

Sin embargo, el fenómeno referido continuó su evolución. El impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, la concentración y la centralización de la producción y de los capitales en magnitudes inimaginables hasta hace pocos años atrás, y los cambios introducidos en los procesos productivos por la ciencia y la técnica modernas han condicionado la aparición de gigantescas empresas transnacionales para las cuales las fronteras resultan demasiado estrechas. Para ellas, al igual que para los otrora imperios coloniales, en sus dominios “nunca se pone el sol”.

En este contexto, el petróleo que para la empresa, saudita o kuwatí, es un producto final, para el empresario japonés representa apenas el inicio del proceso productivo. A su vez, los tornos con mandos programados de las fábricas de norteamérica, su producto final, representan para el importador brasileño la adquisición de su fondo de máquinas- herramientas,  y la realización de los artículos de consumo producidos en Corea del sur o Malasia puede depender de la capacidad de compra del obrero egipcio, del español o del sudamericano.

Asimismo, una empresa propiedad de norteamericanos y radicada en México puede ensamblar piezas procedentes de Japón, Singapur y Hong Kong en tanto que el producto terminado puede venderse en Brasil. Todavía es probable que la ganancia procedente de esta hipotética producción aparezca en Nigeria si es que así conviene dados los bajos impuestos sobre las utilidades que en este último país hay que pagar.

Es lógico suponer que para logar una producción como la anteriormente descrita se requiere un alto nivel de estandarización de la producción…. (lo que) exige el más estricto cumplimiento de los procesos productivos tanto para evitar falta de los mismos como inventarios en exceso que impliquen inmovilización del capital. Se desarrollan como consecuencia de ello los métodos matemáticos aplicados a la economía: la teoría de los inventarios, la teoría de las colas, la programación lineal y reticular, la lógica borrosa, por mencionar sólo algunos, lo cual se ve facilitado por la técnica de la computación.

Todo ello supone cuantiosos recursos para los gastos de Investigación y Desarrollo, para la imprescindible acelerada renovación del capital fijo y para perfeccionar la organización de los diferentes procesos productivos y el transporte, que deben garantizar la eficiencia de esa producción transnacionalizada.

Nada de lo anterior podría hacerse si no se cuenta con los fondos necesarios para su financiamiento. Por ello y paralelamente, se forman (y transforman) las instituciones financieras que se convierten así en gigantescas corporaciones… Su papel: acumular los recursos monetarios temporalmente libres y los ahorros de todas las capas de la población (incluidos los trabajadores en la nueva modalidad de los fondos de jubilaciones) en cualquier lugar del mundo donde se encuentren. Es condición para ello la llamada desregulación financiera – que elimina los obstáculos al interior de los países–y  el libre movimiento de capitales –para hacer posible la ubicación de los fondos donde y cuando sea necesario cualquier día, a cualquier hora, en cualquier país.

De lo dicho hasta aquí se infiere que la globalización no es un concepto sólo referido a los aspectos tecnoeconómico o socioeconómico de la actividad humana. La misma es una síntesis que incluye sus más diversos aspectos: científico-técnicos, políticos, ambientales, jurídicos, institucionales, etc….

De manera que, cuando decimos globalización, nos estamos refiriendo a un proceso, no acabado y en desarrollo, de la economía mundial, a una etapa y a un proyecto de su desarrollo. Proceso, porque se inicia en los propios orígenes de la humanidad y continúa desarrollándose ininterrumpidamente. Etapa, porque el actual desarrollo del transporte, las comunicaciones y el procesamiento y transmisión automatizados de la información prácticamente han hecho desaparecer distancias y husos horarios haciendo el mundo (o al menos una parte de él) un todo único. Proyecto, porque es impulsado por los principales grupos mundiales de poder y las principales potencias del mundo para rediseñar el sistema de relaciones económicas internacionales y, adecuándolo a las nuevas condiciones, subordinarlo aún más a sus propios intereses.

Cuando la gran industria capitalista y el descubrimiento y la colonización de los territorios del “nuevo mundo” conformaron los rasgos más característicos del orden económico mundial actual, la economía liberal de la época concluyó que se abrían idénticas oportunidades para todos los países. Los hechos, testarudos, negaron tales afirmaciones. Hoy, de nuevo, la economía oficial repite los viejos dogmas….”  Hasta aquí la extensa cita.

¿De qué dogmas hablábamos entonces, a qué nos referíamos? A los dogmas de la economía liberal, entonces con manto neoliberal, resurgidos luego del paréntesis keynesiano.

La teoría económica del libre cambio había acompañado el desarrollo del capitalismo (y de Inglaterra) desde la abolición de la “ley de granos” y las reformas financieras que garantizaban su expansión y, en la misma medida, (como explica F. Engels en el Prefacio a la Segunda Edición alemana de “La situación de la clase obrera en Inglaterra”), al menos en las ramas más importantes de la industria, los grandes industriales habían aprendido a conjugar la explotación de la clase obrera evitando los conflictos con los trabajadores cuando estos conflictos afectaban sus ganancias.

En Inglaterra el triunfo del capital industrial y el “libre cambio” sobre el resto de los sectores capitalistas  (terratenientes, banqueros, bolsistas, rentistas…) significó la eliminación de todas las trabas preexistentes que impedían la maximización de sus ganancias. Convertida en “fábrica del mundo”  el objetivo pasó a ser disminuir los costos (de las materias primas y la fuerza de trabajo), lo cual no resultaba difícil en un mundo productor agrícola con una sola nación industrial.

En la cuna de la industria moderna, en la fábrica del mundo, junto con la introducción de la máquina de vapor y la maquinaria, la teoría del “libre cambio” impulsó la expansión del comercio exterior y con el mismo, la acumulación de ingentes riquezas en manos de los capitalistas industriales, lo que no hubiera sido posible sin la existencia de grandes fábricas y con ellas, sin la expansión de la clase obrera.

Cierto que esta clase obrera seguía siendo explotada aunque en períodos de auge tuviera algún mejoramiento temporal; no obstante, incluso ese mejoramiento quedaba limitado por la competencia de nuevos obreros expulsados del campo por la maquinaria y aún por las importaciones, estimuladas por ley, del mundo agrícola.

“Solo en dos sectores ´protegidos´ de la clase obrera hallamos un mejoramiento permanente. El primer sector lo integran los obreros fabriles”

“El segundo sector de obreros ´protegidos´ lo integran las grandes tradeuniones”

“Tal era, pues, la situación creada por la política de libre cambio establecida en 1847 y por los veinte años de dominación de los capitalistas industriales. Pero luego se produjo un viraje…, a partir de 1876, todas las ramas principales de la industria se suman en un estancamiento crónico… en que vivimos desde hace casi diez años. ¿Cuál es la causa?”

“La teoría del libre cambio tenía por única base (el subrayado es mío, j.c.) el supuesto de que Inglaterra habría de ser el único centro industrial en un mundo agrícola”.[2]

Ya desde acá, desde los albores de la industrialización capitalista quedaba claro, y las reiteradas crisis cíclicas de superproducción  –también en la época en que Inglaterra mantenía el monopolio de la producción industrial –demostraban que los mercados no podían absorber la creciente productividad de la industria en condiciones en que la mayoría de la población no tenía acceso a ella, ni aun cuando al menos parte de la clase obrera participara de los beneficios de dicho monopolio.

Los finales del siglo xix y principios del xx no fueron menos tormentosos, fue la época del surgimiento del Imperialismo y de la aparición de los monopolios con todos los cambios que ello implicó, incluyendo la sustitución de la “libre competencia” y el “liberalismo económico” por el dominio de los monopolios y la “competencia monopolista” y con ello, el aumento de los volúmenes y la mundialización de la producción hasta límites no previsibles antes.

Contamos, para el análisis del capitalismo en su etapa inicial, de “libre competencia” y “liberalismo económico”, con las obras de los clásicos, Smith y Ricardo, (a pesar de las críticas a su teoría por Keynes) y las de Marx y Engels; para la nueva etapa, la monopolista, en la que cambian sustancialmente la competencia y el liberalismo (aunque la economía oficial siga llamando “libre” a la competencia monopolista), con las de Hilferding y Lenin, la de Rosa de Luxemburgo y Bujarin y también con la de Keynes (y su negación por Friedman y Hayek) y con el análisis de su evolución hasta nuestros días.

El brevísimo resumen de la historia del capitalismo (y de las crisis) expuesto antes permite apreciar cómo los cambios producidos en el sistema, resultado lógico de su funcionamiento y que han conformado la sociedad en que vivimos, son resultado de las “leyes de por sí, estas tendencias, que actúan y se imponen con férrea necesidad”.

Es que a escala global, la sociedad sigue siendo la de la propiedad y la producción concentrada y convertida en monopolios (ahora grandes oligopolios), la de la sustitución de la libre competencia por la competencia monopolista (y de las fusiones y mega fusiones), la sociedad donde la capacidad productiva es capaz de superar varias veces la demanda solvente de la población, la de la ciencia y la tecnología  que  desplaza cada vez más fuerza de trabajo de la producción y los servicios, y donde el capital financiero prevalece y subordina desplaza al capital industrial… todo lo que, junto con el deterioro del medio ambiente, va paulatinamente reduciendo las posibilidades de reproducción del capital y hasta la de la humanidad.

El funcionamiento de las leyes del mercado, “la mano invisible” que según Adam Smith era capaz de regular de manera automática el funcionamiento de la economía a partir de la libre concurrencia y sin intervención del estado, condujo al mundo luego de recurrentes crisis cíclicas a partir de la mitad del siglo xix, ya en el siglo xx, a la crisis de 1929-1933, la manifestación más violenta de la incapacidad de autorregulación del liberalismo económico.

La crisis demostró la incapacidad de “mercado libre” de establecer las proporciones macroeconómicas de manera espontánea y catapultó al estado como regulador de la reproducción capitalista y al keynesianismo como la única teoría capaz de explicar las crisis desde una óptica burguesa, aunque ello implicara la negación del liberalismo del “laissez faire” y el legado de Smith y Ricardo.

El mecanismo de regulación propuesto por Keynes, y aceptado y aplicado en la práctica por todos, partía del déficit presupuestario y del incremento de la deuda pública para cubrir el déficit. El objetivo: incrementar la demanda solvente mediante el gasto público, es decir, mediante las compras del estado. Al mismo tiempo, y estrechamente vinculada a la política fiscal, la política monetaria –la regulación de la cantidad de dinero en circulación –preveía el incremento de la deuda pública por medio de la venta de bonos estatales en el “mercado abierto”, y su recompra según conviniera, a los efectos de estimular o disminuir el crédito como instrumento de regulación de la demanda.

Al mismo tiempo, junto con Keynes y el keynesianismo,  se desarrollaron concepciones económicas basadas esencialmente en el liberalismo económico aunque con “ajustes” que lo hicieron neoliberalismo; sin embargo, el auge del keynesianismo opacó la teoría y su contenido esencial: que el mecanismo de mercado requiere de la intervención estatal aunque sólo para garantizar su funcionamiento;  y también su  objetivo estratégico: restablecer la confianza en la efectividad y en las posibilidades de crecimiento del capitalismo “clásico”, sin soportes adicionales ni influencias estimuladoras provenientes del presupuesto estatal.

Cuando la aplicación práctica de las concepciones keynesianas por la mayoría de los estados condujo al mundo a un callejón sin salida: militarización de la economía, aumento de la deuda pública, esfera improductiva hipertrofiada, inflación incontrolada, crisis monetaria internacional… que agudizaron al máximo las contradicciones propias del sistema, al propio tiempo, y en la misma medida que el keynesianismo mostraba su incapacidad, para gestionar la crisis, “subían las acciones” de las concepciones neoliberales hasta que ya, en la década de los 80s, se aplican a rajatabla, por Ronald Reagan en EEUU y Margaret Tatcher en Inglaterra el que fuera denominado “Consenso de Washington” y su decálogo[3] que luego se ampliaría al resto del mundo –incluyendo a los países del que se había autoproclamado “socialismo real” –impulsado por el FMI y el BM.

No pudo, sin embargo, ir el neoliberalismo y el “Consenso de Washington”  más allá de “Los felices noventas”[4], en los que la felicidad duró muy poco. La llamada “Nueva economía” que se había creado entre 1997 y 2000  y la burbuja de las puntocom  (empresas relacionadas con la internet en las condiciones de la globalización)  que habían catapultado los precios y hasta diera origen a un nuevo indicador de bolsa, el Nasdaq[5],  terminó con la explosión de la burbuja que llevó a la quiebra a alrededor de 4,000 empresas y también tuviera, como es usual, unas pocas sobrevivientes entre las que se encontraban Microsoft  y  Apple, hoy las dos primeras entre las 100 mayores según Fortune en 2019, con un valor accionario sumado de más de 1 billón 400,000 millones de Euros.

Es que ya desde los últimos decenios del siglo xx, al igual que había sucedido en el siglo xix, se produce una sucesión de crisis, aunque no ahora no en Inglaterra. Fue primero en México, en los años 1994-95, cuando este país enfrentó una de las peores crisis económicas de su historia (aunque comparable con la de inicios de los 80s, motivada entonces por el aumento de las tasas de interés por EEUU, la disminución de los ingresos petroleros y el sobreendeudamiento inducido por el Banco Mundial y la banca privada)[6] luego de haber recibido, como resultado del proceso de liberalización financiera y de las bajas tasas de interés en los países desarrollados, enormes sumas de capital extranjero que durante los años 91-93 llegaron a alcanzar alrededor del 8% de su PIB lo que repercutió significativamente entonces en el crecimiento del crédito bancario al sector privado y con ello al incremento de las importaciones que a su vez aumentaron el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos hasta alcanzar alrededor del 7% de su PIB lo que se constituyó en vulnerabilidad insalvable.

La abundante disponibilidad de financiamiento determinó un elevado “apalancamiento”[7], de empresas, instituciones financieras y aún de hogares sin considerar que el mismo provenía, en lo fundamental, del déficit de la balanza de pagos y financiado, principalmente, con capital de riesgo a corto plazo recibido en condiciones de tipo de cambio volátil pero predeterminado, todo ello acompañado con la tradicional excesiva libertad con la cual los bancos administran el dinero ajeno. La desregulación, junto con el retorno del ciclo alcista en las tasas de interés y el cambio de “percepción” de los capitales golondrina, provocaron su salida, y con la misma, la depreciación del peso mexicano, y la crisis. México se convertía así, en la primera víctima del Consenso de Washington y la globalización neoliberal.

Siguió la sucesión de crisis en Argentina, que llega a la década de los 90s luego de la restauración de la democracia y del fracaso del gobierno de Alfonsín en la estabilización de la economía con el plan austral (moneda que sustituyó al peso argentino) pero que requirió volúmenes de préstamos cuyos intereses no podrían pagarse. Consiguientemente, pérdida de confianza en la nueva moneda, hiperinflación (que habiendo aumentado 15 -20% por mes, llegó al 200% en julio de 1987 y superó el 5,000% en 1989), la renuncia del presidente antes de concluir su mandato y la llegada de Menem, ya presidente electo, a la presidencia.

Con Carlos Menem llegaron “las relaciones carnales” con EEUU  y Domingo Cavallo al ministerio de economía. Con Cavallo, en 1991, también llegó  la convertibilidad del peso (que recupera su condición de moneda argentina) y su paridad con el dólar estadounidense lo que obligaba al Banco Central de Argentina a mantener sus reservas en divisas en dólares y al mismo nivel que el efectivo en pesos en circulación, sólo alcanzable mediante las privatizaciones, a precio vil,  de los bienes del estado. Como resultado, la drástica reducción de la inflación, la estabilidad de precios y la apreciación de la moneda nacional lo que hizo posible que el presidente argentino  proclamara el ingreso de Argentina “al primer mundo”. La mejora de la calidad de vida de parte de los argentinos,  principalmente los vinculados a las finanzas, la especulación y los agroexportadores, multiplicaron los viajes al extranjero, las compras de bienes importados y la obtención de créditos (en pesos = dólares) a bajas tasas de interés.

La jauja económica terminó cuando hubo que continuar pagando la deuda externa heredada de Alfonsín, también las nuevas contraídas, y se habían ya vendido los supuestos monopolios estatales que, según el “Consenso de Washington” engrosaban el ineficiente estado argentino e impedían el libre juego de las fuerzas del mercado. A lo anterior había que agregar que el tipo de cambio fijo     1 peso = 1 dólar, hacía que la producción nacional no pudiera competir con las importaciones lo que producía una salida constante de dólares del país y la pérdida por ruina de la infraestructura industrial de la Argentina con el consiguiente aumento del desempleo.

Como además el gasto público continuó siendo alto (en buena medida como consecuencia de la corrupción que, además, remitía al exterior los dineros mal habidos) la deuda pública creció de manera desmesurada durante toda la década de los 90s, lo que no impidió que el país continuara recibiendo préstamos del FMI que incluso había diferido el calendario de pagos. Cuando en diciembre de 1999 asumió la presidencia de Argentina Fernando de la Rúa, el año cerraba con una caída del PBI del 4%., y como el nuevo gobierno mantuvo las mismas políticas del anterior, sumado a que ya en el nuevo siglo las exportaciones argentinas se vieron perjudicadas, además, por la devaluación del real brasileño, que provocó una revaluación del peso frente a la moneda del principal socio comercial de la Argentina, Brasil, se hizo insostenible la aplicación del modelo neoliberal. De la Rúa huyó en helicóptero de la “Casa amarilla”.

A la crisis argentina siguió la de los “tigres asiáticos”, cuyo paradigma, Japón, había comenzado a declinar ya en los 90s. Como elemento común del crecimiento económico de los países de Asia destacaron las exportaciones como factor de crecimiento acompañado por una fuerte presencia del estado como sustento financiero, de infraestructura y de garantía de la disciplina laboral dirigidas, en lo fundamental, a un mercado garantizado, los EEUU.  

La expansión económica generó un boom de inversiones, exitosas algunas, desastrosas las más[8]; sin embargo, el boom exportador carecía de respaldo tecnológico propio, y se concentraba en un número reducido de bienes y de mercados (EEUU, Japón y el resto de los “tigres”, de primera y segunda generación). Aquí también la jauja económica terminó por el exceso de endeudamiento,  en lo fundamental privado y de corto plazo[9], la superproducción de bienes y el estallido de la burbuja financiera que explotó ya al finalizar el siglo, en 1997.

La sucesión de crisis incluyó a Rusia, que de la mano del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, “fin de la historia mediante”, se incorporaba al “mundo libre”. Y también a Brasil (aunque ya pertenecía al “mundo libre”) cuando Fernando E. Cardoso se desempeñaba como presidente y se debatía entre devaluar o no devaluar el Real, hasta llegar al fin de siglo; entonces escribíamos:

“Todavía hoy, cuando ningún especialista tiene idea de cómo se cotizará el Real mañana o cuando explotará la “burbuja” de las bolsas allí donde aún no lo ha hecho; cuando veinte millones de personas en el sudeste asiático, arrojados a la extrema pobreza por la crisis, tienen ante sí el menos excelso pero mucho más urgente problema de qué comerán hoy, muchos sin haber comido ayer; cuando millones de rusos se debaten entre el “socialismo real” que nunca fue y el “capitalismo salvaje” que muchos de ellos añoraban sin conocer; cuando otros millones de latinoamericanos miran entre el temor y el miedo el acontecer diario –y probablemente muchos más ni siquiera sepan de la catástrofe que los amenaza –son pocos los que, desde la economía oficial, se deciden a tomar “el toro por los cuernos” en busca de las verdaderas causas de la crisis que hoy asola ya a una buena parte del mundo y se hace moda culpar al Fondo.

Inmersos en “su” mundo de la globalización, no pueden ver los economistas de la línea oficial que lo que está en crisis es ese propio mundo que han hecho “a su imagen y semejanza”… y provecho. Las causas de la crisis entonces se buscan en las imperfecciones de la aplicación del modelo y no en el modelo, en los errores cometidos y no en la concepción, en la forma en que se manifiesta el fenómeno y no en el fenómeno mismo.

Mientras el fondo Monetario Internacional servía a sus propietarios, compraba adhesiones e imponía ideas actuando como cancerbero a las puertas del infierno neoliberal, todo marchaba bien. No preocupaba a la economía oficial que, por ejemplo, la deuda externa de Argentina aumentara desde 58.000 millones de dólares de EUA en 1989 a 145.000 millones en la actualidad (pago de 65.000 millones en intereses mediante) o que la de Brasil aumentara desde 120.000 millones en 1991 hasta los más de 300.000 de hoy. Mucho menos podía preocupar el flujo de recursos que desde la “periferia” hacia el “centro” y por concepto de pago de intereses, deterioro de los términos de intercambio, pago de tecnología, patentes, marcas de fábrica, etcétera, han sido calculados en más de 500.000 millones de dólares cada año.

Con el auspicio y la “ayuda” del fondo se crearon las condiciones idóneas para acelerar el proceso de globalización neoliberal: se lograron los equilibrios macroeconómicos y las políticas monetarias ajustadas a la libre movilidad de los capitales y los países “emergentes” abrieron indiscriminadamente sus económicas al exterior. Liberado el capital financiero de la restricciones nacionales, los flujos de este capital se hicieron vertiginosos, los mercados financieros crecieron a la misma velocidad de vértigo y hacia los países “emergentes” fluyó” el dinero suficiente para mantener ¿equilibrados? los desequilibrios provocados por las políticas económicas globalizadoras. Las críticas al Fondo provenían entonces sólo de la “izquierda” y, en tanto que “siniestras”, podían ser desoídas.

Cuando comienzan a sucederse las crisis –en los países “emergentes” (y) también en Japón, … comienza a surgir la preocupación en los países del “primer mundo”… (y)..la economía oficial comienza a responsabilizar al Fondo Monetario Internacional de la sucesión de la crisis.

Los que en los países “emergentes” hicieron que estos ataran sus economías al dólar y adoptaran un tipo de cambio fijo para atraer capital extranjero, bien sabían que paridades fijas podían producir dificultades financieras. Confiando que las mismas fueran sólo de corto plazo, acompañaron su propuesta con la de privatizar los bienes del Estado para “balancear las cuentas” y lograr los “equilibrios”. Mientras tanto, la sucesión de las crisis demostraba que las políticas macroeconómicas y el mantenimiento de las paridades fijas auspiciadas por el Fondo eran totalmente insuficientes para evitarlas”[10]

De manera que la economía mundial, hasta finales del siglo xx, funcionaba como había sido prevista por los globalizadores neoliberales del Consenso de Washington y los EE.UU. se encontraban en un período de auge sin precedentes en su historia y,  por primera vez en más de treinta años, habían logrado equilibrar su presupuesto y alcanzado el tan ansiado superávit fiscal. Durante 1998, la economía estadounidense creció un 3,9% y el 1% de inflación anual fue la más baja de los últimos cuarenta años; durante el último trimestre de ese año, el PIB había crecido  un 5,6% y durante el período de octubre a diciembre, el consumo un 4,4% y el gasto en bienes duraderos el 21,4%, cifras que hicieron exclamar al economista jefe del Bankers Trust: “Si alguna vez hubo una economía perfecta, los Estados Unidos parece serlo”, expresión similar a las que se pueden leer en la prensa estadounidense de los días previos al “martes negro” de octubre de 1929.

Los EE.UU. se habían beneficiado de la liberación neoliberal –que  Clinton había continuado –causante de la sucesión de crisis, de las  privatizaciones, de los precios de las materias primas en su más bajo nivel histórico (petróleo, aluminio, cobre, plomo, níquel, café…) y de todo lo que había hecho “perfecta” su economía y sembrado de hambre y miseria a sus productores como fuente adicional de bonanza para los consumidores norteamericanos.

La fuga de capitales desde los países “periféricos”, consecuencia de la crisis, mantuvo el doble efecto de provocar escasez de liquidez en los mismos hasta límites insostenibles –para 1999 la firma Merrill Lynch calculó que América Latina enfrentó  problemas para cubrir necesidades de financiamiento por 135.000 millones de dólares –al  propio tiempo que un exceso de liquidez, fundamentalmente, en los EE.UU. Los “capitales fugados” provocaron el mantenimiento y aun las alzas de las bolsas en los países del “centro”, pero también a inflar los precios de las acciones, a sobrevaluarlas y a crear burbujas, vientos que traerían tempestades.

Al funcionamiento de la “perfecta” economía de los EE.UU. contribuía, todavía entonces, el predominio de su moneda nacional, el dólar, símbolo e instrumento de su hegemonía, divisa por excelencia, que mantenía su preeminencia indiscutible a pesar de que el acuerdo de Bretton Woods que la hacía “tan buena como el oro”, había sido violado ya por la administración Nixon desde 1971.

Por supuesto que en la “perfecta” economía de los EEUU había ya síntomas de lo que vendría: sobrevaluación de las acciones[11], déficit crónico de la balanza de pagos, burbuja inmobiliaria[12], endeudamiento externo[13] y fuga de la producción fabril hacia el exterior en busca de mayores ganancias como resultado de la disminución de los costos por el diferencial salarial, último aspecto este que quedaba encubierto por el número elevado (la mitad o más de la mitad de los hogares según los datos disponibles) de hogares poseedores de acciones y que se beneficiaban del boom bursátil; por supuesto, en tanto la economía norteamericana aún se mantenía como “locomotora de la economía mundial”, no resultaría extraño que, cuando el motor de la locomotora, la economía, dejara de funcionar, también dejaría de hacerlo la economía mundial.[14]

Y la “economía perfecta” dejó de serlo cuando estalló la “burbuja” en agosto de 2007[15],  aunque en realidad ésta ruptura del ciclo se gestaba desde mucho antes. A la crisis se le comenzó llamando “subprime”, “hipotecaria”, de “iliquidez”, de “crédito” y hasta “global”[16] y todos los que trataron de explicarla desde la “economía oficial” lo hicieron siempre “como fenómeno coyuntural y esporádico, consecuencia de errores, desaciertos e imprevisiones” cuando en realidad era consecuencia de la propia naturaleza del capitalismo que al “potenciar  la capacidad productiva del capital” va socavando  al propio tiempo el inmenso arsenal sobre cuyas bases el capital se realiza como tal: las mercancías. Y es así porque el propio desarrollo de las fuerzas productivas inherente al capitalismo en períodos de auge hace que el problema de los productores deje de ser de “producción” y pase a ser de “realización”, lo que ni mucho menos signifique que satisfaga todas las necesidades de consumo de la población mundial.

Se trataba ya de que el dinero disponible por los consumidores, la demanda solvente, se hacía insuficiente como consecuencia de la eficiencia “micro”, de la empresa capitalista, que a pesar de las guerras y los gastos militares creadores de demanda, hacía al sistema ineficiente a nivel “macro”, a nivel de la sociedad toda.  La superproducción comenzaba a abarcar prácticamente todo el universo mercantil e incluía, desde los  alimentos,  la vivienda, la vestimenta y el calzado hasta las materias primas, los combustibles, los servicios, en fin, a los bienes económicos, que estrictamente dejaban de serlo al dejar de ser escasos. La paradoja: las oportunidades de invertir productivamente el capital, es decir, que produzca ganancias, era lo único escaso.

De lo sucedido se encontraba explicación unos cien años atrás, más precisamente en 1917, en un folleto publicado en Petrogrado con el título “El imperialismo, novísima etapa del capitalismo”. En el mismo,  V. I. Lenin caracterizaba como “novísima” capitalismo monoolista[17] que había sustituido a la etapa premonopolista, la de la “libre competencia”. En la entonces nueva etapa el autor había destacado que, con  el “nuevo papel de los bancos y su “fusión con la industria” había aparecido el “capital financiero”.  

Y si en el tránsito del siglo XIX al XX la aparición de los monopolios y la formación del capital financiero habían dado inicio a la etapa del capitalismo que Lenin calificara entonces de “novísima”, los cambios que se producían en el tránsito del XX al XXI, hacían que el capital financiero, nacido junto al monopolista, impulsado por el neoliberalismo, desplazara y subordinara al capital industrial como fuente fundamental de la ganancia capitalista (y por consiguiente de la plusvalía)[18], todo lo que aceleró extraordinariamente la crisis del capitalismo, convertida ya desde entonces en “la” crisis del capitalismo como sistema, en la “crisis sistémica”[19] del capitalismo.

Ya insertada y formando parte de la “crisis sistémica” la crisis del 2008, provocada por los “excesos” de capital obligado a abandonar la esfera productiva por insuficientemente lucrativa, ya eminentemente financiero, potencia su carácter especulativo[20] (resultado del “reaganomic” y su saga: desregulación, emisiones incontroladas de títulos de valor, derivados financieros, hipotecas “basura”, fluctuaciones de los tipos de cambio, manipulaciones de las tasas de interés…) lo que nos lleva nuevamente a lo ya señalado al principio de este trabajo cuando analizábamos el liberalismo y el libre cambio decimonónico: “… desde los albores de la industrialización capitalista quedaba claro, y las reiteradas crisis cíclicas de superproducción  –también en la época en que Inglaterra mantenía el monopolio de la producción industrial –demostraban que los mercados no podían absorber la creciente productividad de la industria en condiciones en que la mayoría de la población no tenía acceso a ella, ni aun cuando al menos parte de la clase obrera participara de los beneficios de dicho monopolio”.

Por supuesto que también contribuyen a incrementar el “exceso” de capital, “…las disparidades en el ingreso entre capital y mano de obra (que) indican que el comercio en las cadenas globales de valor supone un beneficio desproporcionado para los países ricos”. Adicionalmente, la desigualdad se produce también entre los trabajadores ocupados en estos países: el aumento de la participación de los trabajadores altamente calificados en el ingreso ocurrió en el 92%; la proporción de valor agregado asignada a los trabajadores de calificación media se redujo en un 56%, mientras que la participación de la mano de obra de baja calificación  cayó en el 91% de las cadenas; también en los países en desarrollo se redujo drásticamente la participación de los trabajadores de baja calificación.[21]

No obstante, las medidas que se adoptaron para la salida de la crisis partieron del supuesto de que se trataba de una crisis “financiera” y, por consiguiente, se instrumentaron planes de rescate y mega rescate –de ecléctica factura –basados en tal supuesto: inyecciones de liquidez, recortes impositivos, bajas de tipos de interés hasta hacerlos negativos, inyecciones de capital mediante la compra de instituciones financieras…  todas ellas dirigidas a garantizar que los mercados, actuando libremente, hicieran más estable y eficiente el sistema económico. Se cometieron así dos errores: el primero –resultado de la incapacidad  de la teoría económica oficial –no comprender que la actual crisis del capitalismo es crisis del sistema mismo y el segundo, que las medidas adoptadas solo crearían las condiciones para profundizar la crisis.

¿Cómo lo valora un premio Nobel de economía que ni por asomo puede ser “acusado” de marxista?

“Está claro que los mercados no han funcionado de la forma que proclaman sus apologistas… se supone que los mercados son estables, pero la crisis financiera mundial  demostró que podían ser muy inestables, con catastróficas consecuencias… Se supone que la gran virtud del mercado es su eficiencia. Pero evidentemente, el mercado no es eficiente. La ley más elemental de la teoría económica –una ley necesaria si una economía aspira a ser eficiente –es que la demanda iguale a la oferta. Pero tenemos un mundo en que existen gigantescas necesidades no satisfechas (inversiones para sacar a los pobres de la miseria… o para adaptar la economía mundial con el fin de afrontar los desafíos del calentamiento global). Al mismo tiempo tenemos ingentes cantidades de recursos infrautilizados… El desempleo –la incapacidad del mercado de crear puestos de trabajo para tantos ciudadanos –es el peor fallo del mercado, la principal fuente de ineficiencia, y una importante causa de la desigualdad.”[22] (los subrayados son míos j.c.)

¿Y cuáles los resultados?

Los intentos de adaptación del capitalismo senil[23] y “occidente”[24] a las condiciones creadas por “la gran crisis”, en condiciones de continuación del proceso globalizador y de expansión del “socialismo de mercado”, impulsó aún más el proceso de financierización de la economía. Al propio tiempo, la continuación de la geoestrategia concebida para dar respuesta a los intereses de la plutocracia dominante (el 1%), cada vez más transnacional, junto al hecho de que los estados-nación encargados de ejecutar tal estrategia son, cada vez más,  estados transnacionalizados (en el sentido de que el gobierno no está al servicio del estado, como se supone deba ser, sino que es el estado el que está al servicio del gobierno y este último, al servicio de las grandes transnacionales)[25], no solo no contribuyeron a resolver los problemas existentes, a estabilizar los mercados, a aumentar su eficiencia, a resolver los problemas de pobreza, de desigualdad,  de desempleo, ni los del calentamiento global, aunque sí a acelerar el proceso de deslazamiento del eje geopolítico global  hacia la región Asia-Pacífico.

No fueron capaces los EEUU (paradigma del sistema) durante la administración Obama con su “Poder inteligente” (Smart power) –dirigido a  recuperar la imagen perdida por la administración Bush priorizando la “capacidad de atracción” –y su “Si se puede” (Yes we can) –dirigido a los trabajadores “de cuello azul” y la “clase media” norteamericana venida a menos. Tampoco pudo Obama introducir los cambios que garantizaran revertir la tendencia al declive de la potencia hegemónica global ni recomponer el deteriorado poder imperial, también resentido por los embates del neoliberalismo y la globalización  y sus efectos perversos al “estado de bienestar” europeo, generador de nacionalismos de derecha, dentro y fuera de la Unión.

Por supuesto, “El malestar en la globalización”[26] y que los estadounidenses no quisieran tener “más de lo mismo”, lo que hubieran obtenido votando a Hillary Clinton, se encuentran entre las principales causas de que Donald Trump resultara electo presidente de los EEUU con su eslogan publicitario: “Hacer a los EEUU grande nuevamente” (Make America great again) que de hecho reconocía el declive de la potencia y lo inalcanzable que se había hecho el  “sueño americano, el “American dream”, para sus ciudadanos aunque desde sus intervenciones y anuncios electorales había expuesto sus “virtudes”: total ignorancia sobre temas científicos, globales y en general intelectuales, racismo y autoritarismo, arrogancia y narcicismo, vocación por la pomposidad, la mentira y la misoginia.

Dos grandes problemas debía resolver, de manera inmediata, el presidente: el primero la división al interior de su país, exponenciada por sus declaraciones; el segundo, recobrar la capacidad de liderazgo global de los EE.UU. cuando el supuesto líder agrede tanto a sus aliados –incluyendo a los de Europa, Japón y América Latina –como los que no lo son –sea en Asia, África o el Medio Oriente.  Ninguno de ellos pudo resolver, los agravó. El primero por el uso continuo de sus mensajes de odio, en particular contra los inmigrantes y en particular contra los latinos. El segundo por el irrespeto a acuerdos, convenios y normas del derecho  internacional, lo que incluye el tratamiento prepotente y despectivo a sus aliados y hasta la injerencia en los asuntos internos de los mismos.

Entre los principales “logros” del presidente se encuentran:  

  • El proteccionismo, en especial frente a China, ha dado inicio a una guerra comercial y hasta el momento cambiaria y tecnológica (Huawei) de consecuencias imprevisibles. Todos los pronósticos de crecimiento de los organismos internacionales para 2019 y 2020 que ya con anterioridad preveían un descenso económico global consideraban se agravarían como consecuencia de la misma. Las medidas adoptadas por la actual administración estadounidense no tomaban en cuenta que las grandes empresas transnacionales operan en todos los continentes, en multiplicidad de países y forman cadenas productivas de subcontratación, externalización, tercerización, relocalización… por lo que una misma empresa, aprovechando las llamadas “ventajas competitivas” puede,  por ejemplo,  construir desde un teléfono hasta un automóvil o un avión cuyas partes se fabrican en diferentes países por una o distintas empresas que terminan ensamblándose en uno u otro país por lo que, ni la producción en la actualidad es “nacional”, ni el pago de aranceles una y otra vez al atravesar partes y piezas cada frontera, con los consiguientes incrementos en el costo de los bienes producidos, puede beneficiar de ninguna manera al consumidor norteamericano.
  • También el proteccionismo norteamericano obligó, incluso a los actuales socios comerciales de los EE.UU., quisieran  o no, a adoptar contramedidas para la defensa de sus intereses “nacionales”. Lo anterior resultó válido desde la UE hasta la India, Japón, América Latina y Australia. La relocalización industrial que Trump pretendía revertir con el proteccionismo provocó reacciones legítimas de los perjudicados que pudieron conducir a una abierta guerra comercial global. Trump obviaba, o desconocía, que la creación de empleo (no solo en EE.UU.) tiene que ver con la introducción de nuevas tecnologías y ésta con la calificación y recalificación de la fuerza de trabajo. La producción competitiva en la actualidad tiene que ver tanto con los niveles salariales (lo que Trump no podía resolver) como con la introducción de cambios tecnológicos que potencien la productividad. Estos cambios tecnológicos, como regla, requieren de poca –o muy poca –fuerza de trabajo, aunque de alta calificación, por lo que no contribuye a la masiva creación de empleo.
  • La promesas de retorno a los EE.UU. de algunas empresas transnacionales quedó pendiente de los análisis políticos, económicos, sociales y tecnológicos que  necesariamente preceden a las inversiones  que realizan las grandes empresas garantizan a sus ejecutivos y accionistas la viabilidad de tal decisión.  Se trata de que, como ya se ha señalado antes, la producción se ha hecho global por lo que introducir restricciones al trasiego de partes y piezas entre los diferentes componentes de las redes de producción y distribución solo aumenta costos y desempleo en lugar de crear empleos en los EE.UU. y mejorar la calidad de vida de los estadounidenses.
  • Al margen de los problemas meramente económicos y más relacionados con la geopolítica,  subyace el diferendo EE.UU. – China en la región del Asia oriental en la que China ha aumentado ostensiblemente su presencia económica, política, diplomática y militar. La VIIma. flota de los EE.UU., presente en el área, no puede controlar el acceso a los océanos ni servir siquiera de factor disuasivo sin embarcar a los EE.UU. y al mundo en un enfrentamiento militar en el que se sabrá el comienzo pero nunca cuando terminó.
  • Los cimbronazos de las bolsas en la semana del 12 al 16 de agosto solo eran preludio del fin del magro crecimiento de la economía (de los EEUU y global) alcanzado luego de los peores momentos de la crisis iniciada en 2007-08.
  • La política exterior de la administración Trump agravó todos los conflictos regionales y creó nuevos como en el Mar de China, el Golfo Pérsico y Venezuela.
  • La política aislacionista y también provocadora de la administración Trump creó un antagonismo difícil de salvar entre los Estados Unidos “estado-imperio” (necesariamente globalista y globalizador) con su cohorte de estados vasallos y siervos,   y los Estados Unidos “estado-nación” (proteccionista y del “America first”) que perjudica a sus satélites.
  • La pérdida de la hegemonía y del predominio imperial en una dinámica global en la que el eje geopolítico y, por consiguiente, las más importantes oportunidades estratégicas de desarrollo se desplazan hacia Asia, hace que, de manera reiterada, los EEUU  recurran a mecanismos extraeconómicos (como las “sanciones”, incluidas a empresas como Huawei por poseer un desarrollo tecnológico – las 5G – que las empresas norteamericanas no poseen, “multas”  y amenazas militares, (que incluye la de bloqueo naval a un país soberano y miembro de la ONU, (Venezuela) y aún declaraciones ridículas (como las relacionadas con la compra de Groenlandia, las amenazas a Irán, China y hasta a sus socios como la imposición de aranceles al vino de Francia), más parecidas la mayoría a “faroles” de mal jugador de póquer  que al accionar de un presidente en funciones, lo que deterioró todavía más su imagen de actor  global.

En el difícil contexto descrito la crisis sistémica del capitalismo, precipitada por la concentración de la riqueza, la supercumulación del capital y la financierización, la economía de casino criticada por Keynes y hasta por los descomunales gastos militares, éstos si en la óptica Keynesiana,  agravada por la incapacidad del país que hasta hacía muy poco tiempo atrás conducía el mundo unipolar y que todavía hegemonizaba la economía y las finanzas de buena parte de ese mismo mundo, tropieza con el “Cisne negro” de la pandemia del coronavirus.

Primero fue solo una epidemia que  afectaba a China, uno de los rivales  geopolíticos del hegemón y que supuestamente lo beneficiaba; ya para cuando la epidemia se hizo pandemia el efecto sobre el encadenamiento productivo de la economía globalizada estalló, pues además el neoliberalismo había destruido el sistema sanitario del mundo desarrollado (ni qué decir del subdesarrollado) y las corrientes de migrantes expulsados de sus países por las guerras y los saqueos de sus riquezas habían acelerado su viaje “al norte”, mientras, los “del norte” aceleraban la construcción de muros para que no pasaran los “del sur”. Se repitieron las medidas de las que fueran “solución” de la crisis del 2008, las que tampoco esta vez resolverán  la “trampa de liquidez”.

El descubrimiento por Marx de las leyes, las tendencias que actúan y rigen la sociedad capitalista y se imponen con férrea necesidad ya intuidas por Adam Smith y su “mano invisible”, le permitió avizorar que las crisis periódicas eran la forma de regulación y desarrollo del sistema; también que “un modo de producción no es sustituido por otro hasta que no haya agotado todas sus posibilidades”. La crisis actual, sistémica, como hemos visto, demuestra que el capitalismo, el “realmente existente” (término que utilizamos para rememorar otro “realmente existente” que nunca fue) agotó las suyas, tanto, que ha situado a la humanidad al borde de la extinción. Recientemente, El 2 de abril próximo pasado, en las redes sociales circuló un supuesto editorial del The Washington Post que titulaba: “O muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana” con el que, apócrifo o no, puede coincidirse con la mayor parte de su contenido y en el peligro que corre nuestra civilización solo que, como conozco otro capitalismo que no tenga como fundamento el egoísmo, se me hace más cercana tanto la disyuntiva de  “Socialismo o barbarie” que nos legara Rosa de Luxemburgo como el reto de continuar la obra de Marx teorizando y construyendo el socialismo.


[1] J. Casals, “La globalización: pasado, presente y futuro”. Semanario “Manos”, Montevideo, Uruguay, 10 de diciembre de 1998.

[2] Todos los entrecomillados son tomados de: Engels, F. “Prefacio a la segunda edición alemana de 1892 de La situación de la clase obrera en Inglaterra”, según: C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas en III tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1978.-

[3] Disciplina fiscal, reordenamiento de prioridades del gasto público, reforma impositiva, liberalización de las tasas de interés, tasas de cambio competitivas, liberalización del comercio internacional, liberalización de las inversiones extranjeras directas, privatizaciones, desregulación y derechos de propiedad. 

[4] Es el título del libro “Los felices 90. La semilla de la destrucción” (2003) de Joseph E. Stiglitz en el que critica el impacto de la globalización en los “países pobres” (eufemística manera de denominar a los “países empobrecidos” por el capitalismo). En el libro Stiglitz señala que: “Tras tres años de crecimiento muy débil de EE UU, la cuestión es de dónde vienen estos problemas. George Bush no pudo ser el causante de todos; surgieron antes de que tuviera la oportunidad de empeorarlos», con lo cual reconoce su participación en la facturación del desastre como asesor del gobierno de Clinton en tanto que señala: «Promovimos en exceso la liberalización y la reducción del déficit y no defendimos con la contundencia que debíamos funciones importantes que el Gobierno puede, y debería, desempeñar» entre las que admite la omisión del papel equilibrador del Estado, la prevalencia de los intereses particulares sobre el interés general, la falta de información y la confianza ciega en el libre mercado y Wall Street que permitió las famosas opciones sobre acciones (stock options), como solo algunos de los errores cometidos.

[5] National Association of Securities Dealers Automated Quotation

[6] Al respecto ver: Parte 16 de Érik Toussaint, La crisis de la deuda mexicana y el Banco mundial, disponible en: www.cadtm.org/Banco-Mundial-El-golpe-de-estado-permanente

[7] Relación endeudamiento rentabilidad de la empresa. La condición necesaria es que el costo del endeudamiento sea menor que la rentabilidad 

[8] Desde cientos de miles de apartamentos desocupados en Bangkok, Tailandia hasta la compra por un hijo del entonces dictador de Indonesia Suharto de la empresa productora de autos de lujo, la “Lamborghini” para la construcción de modelos antiguos por encargo y de vehículos para participar en carreras de primera categoría.

[9] En 1997, la participación de los “tigres” en la deuda a corto plazo (menos de un año) con la banca internacional era como sigue:  Corea del Sur, 67,5%; Tailandia: 65,1%; Indonesia: 61,7%; Taiwan: 84,3%; Malasia: 50,3%; Filipinas: 58,2%. Según: Beinstein, Jorge, “La larga crisis de la economía global”, Ediciones Corregidor, 1999, ISBN 950-05-1259-9, Buenos, Aires, Argentina, Pág. 184.

[10] J. Casals, “Dadle al Fondo lo que es del fondo”, Semanario “Manos”, Montevideo, Uruguay, 4 de febrero 1999.

[11] La aplicación del indicador propuesto por James Tobin (cotización de las acciones/costo de reemplazo de los activos) mostraba, desde 1998, que el mercado de valores se encontraba por encima del doble de su punto de equilibrio y con una probabilidad de caer del 75% en 1999.

[12] Motivado por un crédito hipotecario especulativo otorgado sobre la base de los OCD (Obligaciones colaterales de deuda) y una política monetaria expansiva.

[13] Que nunca incluye la masa de dólares norteamericanos que se encuentra en posesión de extranjeros, denominados “eurodólares”, ni en los Bancos centrales acumulados como “reservas”

[14] Más al respecto puede verse en: J. Casals ¿Nos regresará el nuevo siglo a 1929?, en Semanario Manos, Montevideo, Uruguay, 25 de febrero de 1999.

[15] La crisis tiene sus antecedentes ya en los 90s, cuando se disminuyeron los tipos de interés. En el 2004 la Reserva Federal comienza a subir los tipos y entre 2006 y 2014 estos pasan del 1% al 5,25% y comienzan a producirse ejecuciones. Como el precio de los inmuebles bajaban, las ejecuciones se realizaban sobre bienes de valor disminuido amparados en productos financieros “derivados”. La crisis inmobiliaria pasó a la bolsa y fue declarada la “crisis de las hipotecas subprime”, también llamada de las “hipotecas basura”

[16] Un análisis más detallado al respecto puede verse en: J. Casals, “La crisis actual: ¿financiera o sistémica?”, Política Internacional No. 11, ISRI, MINREX, ISBN:1810-9330.RNPS:0505

[17] La obra en cuestión se tradujo al español como: “El Imperialismo, fase superior del capitalismo” que   introducía además la idea de que no habría ninguna luego de esta fase, que sería “la última”. Sin embargo, la traducción correcta de la palabra del ruso antiguo en el que V. I. Lenin escribió la obra sería “novísima” por lo que el título mismo debió ser como en el texto.   

[18] Hay aquí, por supuesto, un problema teórico no resuelto por el pensamiento marxista contemporáneo y tiene que ver, esencialmente, con la “teoría del valor” en las condiciones contemporáneas. Su análisis rebasa los objetivos del presente trabajo. Aquí se asume, por supuesto que, siguiendo el análisis de Marx,  en la “economía ficticia” se produce “ganancia ficticia” la que necesariamente es expresión de la “plusvalía ficticia”

[19] Sistémica pues es crisis de la economía real ya que la demanda solvente es incapaz de asimilar los volúmenes que la industria puede producir; del sistema de divisas, porque está basado en monedas Fiat en las que a pesar de su significado es imposible confiar; financiera, porque el sistema funciona sobre la base de “derivados financieros” de dudosa conversión en activos reales y porque la deuda de los países centro del sistema supera, con mucho, su capacidad de pago; energética, porque la producción es altamente contaminante y depredadora del ambiente; alimentaria, pues sitúa al mundo al borde de la hambruna de parte importante de sus habitantes por la escasez relativa de alimentos en un mundo que dispone de todos los recursos para que estos sean abundantes; ambiental, por el acelerado deterioro del medio ambiente como consecuencia del uso indiscriminado –y gratuito –que hace el “homo economicus” de la naturaleza; es crisis, por último, de ideas, pues la economía oficial no es capaz de comprender la unicidad y a la vez la multiplicidad de crisis como lo que son, resultado del funcionamiento de las leyes del modelo y del propio sistema capitalista.. 

[20] Aunque es prácticamente imposible calcular cual es el volumen actual de la economía especulativa, todas las estimaciones lo sitúan en más de cien veces lo producido en bienes y servicios no financieros (economía real). Los altos beneficios que se producen en la misma tienen un doble efecto: 1) Concentra la riqueza lo que aumenta la desigualdad y 2) La reducción de la inversión productiva disminuye el empleo, en particular el de los “cuellos azules” y la clase media.

[21] Según:  Martín Abeles, Esteban Pérez Caldentey y Sebastián Valdecantos (editores), Estudios sobre financierización en América Latina, Libros de la CEPAL No. 152 (LC/PUB.2018), Santiago, (Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) 2018. Pág. 187

[22] J. E. Stiglitz, “El precio de la desigualdad”, Ediciones Taurus, Venezuela, Agosto de 2013, Pág. 25-26, ISBN978-980-15-0705-5

[23] Es el capitalismo que tiene como rasgos principales sus magros ritmos de crecimiento, el abandono de la esfera productiva como fuente principal de ganancias pero al mismo tiempo la dilapidación de recursos , incluidos los que utiliza para la producción de armamentos, lo que lleva al agotamiento de los recursos del planeta y la destrucción del medio ambiente.  Sigue siendo capaz de producir mercancías en “exceso” (lo que acelera la tendencia al descenso de la tasa de beneficios) por lo que se ve obligado por la competencia a introducir la ciencia y  la tecnología  como fuerza productiva directa, a la producción, lo que incide sobre la reproducción del sistema de muy diversas formas, siendo la más evidente su incidencia sobre el empleo y, por consiguiente,  sobre la demanda. Para maximizar sus ganancias, hace de la especulación financiera su actividad fundamental.

[24] En realidad un término geopolítico y no geográfico, repetido hasta la saciedad por tirios y troyanos,  las más de las veces sin advertir la diferencia. La lectura más generalizada considera a “Occidente”, y sin mencionarlo, a EEUU y sus  aliados; otra lectura más atenta incluiría a EEUU y sus estados vasallos y siervos; en ninguna “occidente” tiene que ver con el occidente geográfico.

[25] Cierto que el capitalismo transnacionalizado no tiene un centro único, cuenta sin embargo, con instituciones como el G7, el G20, la OMC, el Foro de Davos, los cientos o miles de universidades y tanques de pensamiento (think tanks) que reciben financiamiento de las grandes corporaciones, los comités de expertos que negocian los acuerdos comerciales y no comerciales, el pentágono y otras estructuras militares similares que conforman todas ellas un entramado global de instituciones a su servicio y que programan, coordinan y defienden sus intereses. El fracaso de la globalización neoliberal ha provocado, sin embargo, un disenso en “Occidente” entre nacionalistas (Trump, Johnson – Brexit) y globalistas (Merkel, Macron – UE) que amenaza una guerra económica (iniciada como arancelaria) entre socios.

[26] Que tomo prestado del libro homónimo de Joseph Stiglitz, aunque en el mismo no enfatice en las consecuencias de la globalización para los países desarrollados sino “en el efecto devastador que la globalización puede tener sobre los países en desarrollo y especialmente sobre los pobres en esos países”.  En su “El precio de la desigualdad”, sin embargo, si presta atención especial a los efectos sobre el mundo desarrollado haciendo énfasis en la desigualdad y el impacto de la misma.


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