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Los Partidos Demócrata y Republicano del siglo XXI

agosto 18, 2021   0

En los Estados Unidos han existido por décadas problemas objetivos que en buena medida son causa, y a veces consecuencia, de un crecimiento desigual de la economía y la inequidad social, dificultades para convertir en ley proyectos gubernamentales y conflictos que afectan el funcionamiento del sistema.

Esta acumulación de factores unido a la dura crisis económica por las que atravesaba el país a finales de la década de los setentas del pasado siglo y complicados acontecimientos en la arena internacional dieron lugar a un auge del movimiento conservador que alcanzó su momento cumbre en 1980 con la aplastante victoria del ultraconservador Ronald Reagan, y de los republicanos que ese año ganaron 12 escaños en el Senado y 34 en la Cámara de Representantes. Durante los siguientes 12 años el Partido Republicano mantuvo el control de la Casa Blanca.

Aunque perdió fuerzas entre los años 1993 y 2000 en que el Partido Demócrata recuperó la presidencia, a partir del 2001, tras la controvertida victoria del republicano George W. Bush y los ataques terroristas a las torres gemelas en New York y al edificio del Pentágono en Washington DC el 11 de septiembre de 2001, el movimiento conservador cobra nuevamente notable vitalidad marcada en el plano exterior por las guerras de Irak y Afganistán, que en ese momento reciben gran apoyo popular, y en el plano interno por la adopción de medidas extremas de control policiaco y de seguridad para la vigilancia ciudadana mediante la llamada Ley Patriota.

Las desastrosas guerras de Irak y Afganistán, así como otras impopulares políticas, trajeron por consecuencia el resurgimiento del movimiento liberal en Estados Unidos, que alcanzó su máximo esplendor en el 2008 con la victoria del primer presidente negro del país, el demócrata Barack Obama. Al igual que en 1980 durante el auge del conservadurismo, en el 2008, a las consecuencias de los graves problemas en el plano exterior se unió la crisis económica más grave que el país hubiese sufrido desde 1929. Las elecciones del 2008 en el Congreso también fueron un reflejo de la situación que tuvo lugar en 1980, al pasar ahora 7 escaños republicanos del Senado y 21asientos en la Cámara Baja a manos demócratas.

En el transcurso de ocho años de una administración demócrata moderadamente liberal se fue incentivando en el seno de una parte de la sociedad norteamericana posiciones extremadamente conservadoras marcadas por el racismo, la xenofobia y el apoyo a las propuestas de la derecha más radical. Nacieron movimientos extremistas como el Tea Party o el Freedom Works for America. Todos estos sectores y organizaciones estaban vinculados o fueron posteriormente relacionándose con el Partido Republicano.             

Con el triunfo del republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016 el movimiento conservador adquiere nuevos aires aunque con ciertas características novedosas al aunar y movilizar las bases del partido Republicano en torno al presidente convertido en líder indiscutible de éstas. El Partido Republicano de hecho se ha transformado en el partido de Donald Trump. En los cuatro años de gobierno de éste, y posteriormente con la estrecha victoria demócrata en las elecciones presidenciales del 2020, victoria que Trump y la mayor parte de las bases republicanas consideran se debió a que los demócratas cometieron fraude a pesar de no existir la menor evidencia de ello, la polarización política que se había venido desarrollando en el seno de la sociedad en los últimos decenios y especialmente a lo largo del siglo XXI, ha adquirido ahora una profundidad y extensión nunca antes vista y ha agravado una gobernabilidad que ya venía haciéndose crítica.

Como veremos más adelante, estas condiciones en que se encuentra el país y la espiral de reacciones y acciones sin precedentes que ha tenido lugar, y otras que se están gestando y llevando a cabo por el Partido Republicano están poniendo en crisis el sistema bipartidista, y en riesgo incluso, el propio carácter democrático del sistema político estadounidense.

En los partidos Demócrata y Republicano, se sintetizan las diferentes tendencias políticas e ideológicas que existen en el seno de la sociedad estadounidense, y en ellos se observa con toda claridad la extrema polarización que está teniendo lugar(1).

El Partido Republicano, que, en sentido general, siempre ha sido más de derecha que el Demócrata, se ha vuelto mucho más conservador. De hecho, hoy en día no existen legisladores republicanos liberales, como en antaño, ni siquiera centristas, y sus miembros se mueven en el rango entre conservadores y muy conservadores.

Por su parte, el Partido Demócrata también ha sufrido cambios pues la mayoría de sus miembros se han corrido a la izquierda y se mueven en un rango entre liberales radicales y liberales moderados. No obstante, la movida de los demócratas hacia la izquierda, no es tan pronunciada como la de los republicanos a la derecha. Si bien ya no es posible encontrar republicanos liberales, sí resulta factible aún ver demócratas conservadores.           

Según lo expuesto, hoy en día el rango en que se mueven los demócratas es más amplio, ya que van desde liberales radicales  hasta conservadores, mientras los republicanos se mueven en un rango mucho más estrecho, pues todos son conservadores o conservadores radicales (Ver Anexo ). De hecho, en la actualidad, la muy manida frase de “nada se parece más a un demócrata que un republicano” ha perdido vigencia, pues resulta sumamente difícil, y válido sólo en algunos temas puntuales, encontrar republicanos a la izquierda del más conservador de los demócratas.                                                                                                                 

(1) Si bien en política exterior existen muy pocas diferencias entre republicanos y demócratas, múltiples temas de política doméstica los dividen profundamente. Entre otros: el mayor o menor rol del gobierno, los impuestos, el salario mínimo, los gastos en asistencia social, la política migratoria y la discriminación racial, el control de armas, el aborto y control de la natalidad, la religión y la contaminación del medio ambiente.

Las diferencias entre los partidos Demócrata y Republicano no son sólo ideológicas sino también demográficas. En el sistema político en los Estados Unidos cuentan más los estados y los distritos que el número de personas, lo que otorga al Partido Republicano, que goza de una mayor coalición rural, una ventaja geográfica que sobrepasa su desventaja en votos numéricos.

El Partido Demócrata se ha vuelto más diverso, urbano, joven y secular y el Republicano más blanco, viejo, cristiano y rural.

Los republicanos dependen esencialmente del voto de los blancos mientras los demócratas son una coalición de blancos liberales, afroamericanos, hispanos y asiáticos. Los republicanos cuentan con el apoyo mayoritario de los electores cristianos blancos, los demócratas con una coalición de liberales y no blancos cristianos, judíos, musulmanes, budistas, agnósticos, etc.

Ello ha convertido al Partido Demócrata en más heterogéneo y al Republicano en más homogéneo. Los demócratas son por lo general más pragmáticos y propensos a acomodarse en busca de consensos. La diversidad del Partido Demócrata de hecho lo hace muchas veces más débil, pero también ha jugado un papel importante en hacerlo menos polarizado.

Debido a las posiciones extremas de ambos partidos, especialmente el Republicano, en los últimos años ha crecido considerablemente el número de los independientes; es decir de personas no afiliadas a ninguno de los dos partidos tradicionales. Una reciente encuesta Gallup reveló que en la actualidad hay en Estados Unidos un 31% de demócratas, un 30% de republicanos y un 36% de independientes. Hace tan sólo 20 años los independientes no llegaban al 30%. No obstante se estima que sólo el 10% de éstos son independientes puros, la inmensa mayoría se inclina por uno u otro partido tradicional.

El Congreso de los Estados Unidos constituye el principal escenario donde tienen lugar los enfrentamientos y se expresan las contradicciones entre los representantes de ambos partidos cuando tratan de hallar consenso para legislar, algo que la extrema polarización hace sumamente difícil. De hecho muy pocas de las políticas fundamentales que el país necesita han podido ser consensuadas y convertidas en ley, y especialmente en lo que va del presente siglo ha sido mediante órdenes ejecutivas que se han implementado la mayor parte de estas políticas. Tan sólo en las primeras 24 horas Biden ya había firmado 17 órdenes ejecutivas.   

La composición actual del Congreso complica aún más la ya difícil tarea de legislar que ocasiona la extrema polarización. El Senado cuenta con 50 senadores por cada partido mientras la Cámara de Representantes tiene en la actualidad una ventaja demócrata que no rebasa la decena de legisladores.

Una de las batallas más importantes que se lleva a cabo en estos momentos en el Congreso es la propuesta económica del Presidente de 3.5 trillones de dólares para el desarrollo y renovación de la infraestructura del país. Este caso constituye un ejemplo claro no sólo de esta pugna bipartidista sino incluso de las contradicciones internas de cada partido, donde el Republicano se muestra mucho más cohesionado aunque se distingan matices entre los conservadores más radicales y los menos radicales(2), y el Demócrata donde se expresan más claramente las diferencias y contradicciones entre radicales, centristas y moderados.

Esta propuesta, aún debatiéndose en el Congreso, requiere para su aprobación en el Senado del voto de los 50 senadores demócratas y no menos de 10 republicanos. No podría ser aprobado por mayoría simple porque existe el filibusterismo, mecanismo aprobado hace años por la Cámara Alta que exige para asuntos de mayor importancia el voto afirmativo de no menos del 60% de los senadores. Hasta ahora sólo cuenta con los votos necesarios una propuesta bipartidista de 579 billones, cifra bien alejada de la propuesta inicial.

Biden ha declarado que estaría de acuerdo sólo si viniese acompañada de otro paquete más grande; algo que no queda claro ni existe un compromiso tácito de que se producirá. Los 579 billones serán destinados al arreglo de puentes, carreteras, la ampliación y mejoramiento de Internet y redes eléctricas, vías marítimas y otros proyectos; mejoramiento de la infraestructura física con la que hay concordancia por lo necesario que resulta para el desarrollo del país y como fuente de nuevos empleos.

Sin embargo ello deja fuera otros proyectos que contemplaba la solicitud inicial de Biden, mucho de los cuales provenían de los sectores más progresistas de su Partido: ampliación del Medicare; inversiones en la vivienda; para combatir el cambio climático; para la educación; para el subsidio en el cuidado de los niños, y otros. Biden ha planteado que podrán conseguirse después, o de lo contrario en paquetes independientes, mediante asignaciones para algunos de estos proyectos en el presupuesto de la nación, y que lo conseguido hasta ahora es un logro importante. No obstante, la realidad se dibuja muy diferente.

Para conseguir acercarse al plan inicial los demócratas necesitarían que se eliminara la traba del filibusterismo, pero ello se vislumbra imposible. No sólo los republicanos, sino que el sector más conservador de los demócratas también se opone. Tal es el caso de los senadores Joe Manchin III de West Virgina y Kyrsten Sinema de Arizona.

Incluso existe otro aspecto que dificultaría conseguir que se aprobaran las propuestas de Biden más adelante, y está relacionado con el presupuesto que se requeriría para ello. Para financiar al menos una parte, el Presidente ha propuesto elevar los impuestos de las corporaciones del 21% actual al 28% (antes estaban en un 35% y Trump las bajó al 21%) y también gravar con impuestos a las personas que ganen más de 400 mil dólares anuales. (2)Susan Collins de Maine, Mitt Romney de Utah, Bill Cassidy de Louisiana, Lisa Murkowski de Alaska y Rob Portman de Ohio son los senadores republicanos que han mostrado mejor disposición a negociar el acuerdo.

En este caso no sólo los senadores republicanos se oponen sino que al menos el demócrata de West Virginia ha manifestado abiertamente su oposición.

A pesar de que los sectores más progresistas del Partido Demócrata se han esforzado por no colisionar con el Presidente y su administración, procurando proyectar una imagen de unidad que resulta necesaria para avanzar otros proyectos de interés, varios de sus representantes han dejado escuchar sus voces para demandar  que sus propuestas no sean olvidadas, y no sólo en lo referente a la propuesta económica para el desarrollo de la infraestructura del país sino en otros temas de importancia para el sector más progresista.

A los senadores más radicales Bernie Sanders y Elizabeth Warren se han unido otros como Jeff Merkley de Oregon y Ed Markey de Mass. Entre muchos otros, en la Cámara Baja, la representante Pramila Jayapal de Washington, líder del Congressional Progressive Caucus, ha reafirmado su oposición a cualquier compromiso que no contemple en algún momento un paquete financiero para sus propuestas progresistas no incluidas en el acuerdo bipartidista.

Sarah Ferris y Nicholas Wu escribían para Político el pasado 29 de junio: «Los demócratas en el Congreso trabajan esta semana en preservar la frágil paz del partido en la cada vez más cargada de amenazas estrategia sobre la infraestructura. Como presidente Biden procura mantener vivo el acuerdo bipartidista con los senadores republicanos, y los demócratas trabajan tras bambalinas para apaciguar a sus miembros más impacientes y presentar un frente unido en un momento crítico para su agenda. Los moderados están preocupados ante el gasto excesivo en un segundo proyecto unipartidista, mientras los progresistas están preocupados ante un presupuesto tan pequeño  — y los jerarcas demócratas cogidos en el medio».

El tiempo que pueda permanecer con vida la precaria unidad que a toda costa tratan de mantener actualmente  los demócratas dependerá en gran medida del éxito de la administración Biden. Si ésta fracasa, la unidad no podrá ser mantenida, pues los radicales perderán el interés en ello. Los radicales que en el 2020 cedieron, no volverán a hacerlo fácilmente. Tienen un enorme caudal de apoyo en las bases como demostraron en las primarias de 2016 y 2020 y ese caudal deberá crecer como resultado de la incorporación de jóvenes, amenazando con convertirse en mayoritario. Si el sector liberal centrista de la administración Biden fracasa, el camino quedará abierto para ellos. Sólo será necesario que surjan los nuevos líderes capaces de arrastrar tras ellos a las grandes masas.

Algunas de las medidas que la administración Biden ha estado tomando con los inmigrantes que arriban a la frontera sur también han sido criticadas desde la izquierda por representantes del sector más progresista al tiempo que los republicanos la critican desde la derecha.

Recientemente, en un caso que nos toca directamente, tras los sucesos del 11 de julio en la Isla, voces provenientes de este sector más progresista del Partido Demócrata se han alzado para criticar directa o indirectamente las declaraciones e incumplimiento de promeses de campaña de la administración Biden con Cuba , demandando el fin del bloqueo y la anulación de las 243 medidas tomadas contra Cuba por la anterior administración. En reciente entrevista a Karl Rove(3), éste dijo: «Bueno, ello demuestra la división interna en el Partido Demócrata. Hay una gran parte. No fue sólo AOC. Algunos otros dijeron que Cuba está en malas condiciones a causa del embargo de Estados Unidos, no como consecuencia de vivir en el comunismo»(4). 

En el Partido Demócrata algunos legisladores marcan las diferentes tendencias políticas. Los liberales centristas, tendencia dominante encabezada por el presidente Joe Biden, la mayor parte de los funcionarios que componen su Administración y la inmensa mayoría de los jerarcas del partido; la tendencia liberal radical con claras cabezas en el senado como Bernie Sanders y Elizabeth Warren y en la Cámara de Representantes por Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) y otras jóvenes radicales miembros del Squad; y a la derecha los liberales moderados donde destacan en su ala derecha los senadores Joe Manchin III  por West Virgina y Kyrsten Sinema de Arizona, y donde también se ubica al senador de origen cubano Bob Menéndez, muy activo y cercano a Biden actualmente en el proceso de toma de decisiones contra Cuba.

Pocos escenarios evidencian con tanta claridad las contradicciones intra-partidistas como las contiendas de primarias. Para tener una idea de ello echémosle un vistazo a las primarias de los partidos Demócrata y Republicano en los años 2016 y 2020.

Por el Partido Demócrata en el 2016 la candidata moderada Hillary Clinton era ampliamente favorita desde mucho antes de que comenzaran las contiendas en los estados, sin embargo, Bernie Sanders, septuagenario independiente, que se reconocía como socialista democrático, con una agenda muy progresista en la que hablaba de desigualdad e inequidad social, apelando a la clase trabajadora y con el apoyo de la gran mayoría de los jóvenes, sorprendió ganando 23 de los 50 estados y 13 millones de votos por algo más de 16 millones la Clinton que tenía a su favor toda la maquinaria del partido y el apoyo absoluto del establishment demócrata y de casi todos los superdelegados. Fue ese el instante que evidenció diáfanamente la profunda diferencia entre el sector progresista más radical y el liberal moderado que existe hoy en día en el Partido Demócrata.

En las primarias del Partido Demócrata del 2020, hubo 28 precandidatos, la mayor parte pertenecientes a los sectores liberal y liberal moderado. Nuevamente el socialista Bernie Sanders comenzó ganando las 3 primeras contiendas: Iowa, New Hampshire e Indiana, ésta última de manera rotunda. Ello desató el pánico en las élites dominantes de los sectores económicos y políticos del país que dio inicio a una feroz campaña contra él. Parte esencial de ésta consistía en insistir hasta la saciedad en que un candidato de

(3)Principal consejero y estratega político del ex presidente George W. Bush.

(4) Entre otros el senador Patrick Leahy y los representantes Jim Mc Govern, Gregory W. Meeks y Barbare Lee que solicitaron al pdte. Biden levantar las sanciones que habían sido impuestas por Donald Trump.

posiciones tan extremas como Sanders no podría derrotar a Trump en las elecciones de noviembre. Los candidatos centristas con mayores posibilidades se retiraron sorpresivamente justo antes del supermartes y le dieron su apoyo al ex vicepresidente Joe Biden. La campaña contra Sanders se incrementó. Por una parte lo acusaban de comunista, partidario de la URSS y Cuba que pretendía llevar a Estados Unidos al comunismo y por otra que lo único que importaba en estas elecciones era sacar a Trump de la Casa Blanca. Que solo un candidato de tendencia más moderada, con la experiencia y reconocimiento nacional, como Biden, podría lograrlo. Biden finalmente obtuvo la nominación , pero el ala más progresista creció y se fortaleció en el transcurso de la contienda.

El Partido Republicano por su parte, sufrió una profunda transformación a partir de las primarias del 2016. La contienda comenzó con 17 precandidatos inscritos, todos muy conservadores con la excepción de Jeb Bush, considerado un conservador moderado y favorito pre competencia y la del gobernador de Ohio John Kasich. El Partido en esos momentos se encontraba bastante dividido entre conservadores pragmáticos más propensos a negociar y llegar a acuerdos y los más ideológicos que se negaban de plano a cualquier  concesión. Desde los primeros momentos un candidato «outsider» , el magnate Donald Trump logró el respaldo de importantes sectores de la clase trabajadora y otros desilusionados con el gobierno. Con un lenguaje populista e irreverente ocasionalmente salpicado de expresiones racistas, machistas y xenófobas que no obstante agradaban a numerosos sectores poblacionales que constituyen las principales bases del partido, Trump arrasó en las primarias con muy poca oposición. A partir de esos momentos, el Partido Republicano cambió y pasó a ser el partido de Donald Trump, convertido en gran líder populista con el respaldo de más del 90 por ciento de las bases republicanas.

En las primarias de 2020 en que Trump aspiraba a la reelección, como era de esperar, no tuvo oposición.

En la actualidad, desde el punto de vista ideológico y político, los republicanos se comportan de manera más cohesionada que los demócratas. La contradicción fundamental dentro del Partido Republicano hoy está prácticamente centrada alrededor de la figura de Donald Trump y su rol dentro del mismo. Trump, quien perdió la presidencia en las elecciones del 2020 frente a Joe Biden, se negó a reconocer su derrota y ha mantenido esa misma actitud hasta el día de hoy, a pesar de que los reconteos de votos en varios estados, no han arrojado la menor evidencia de fraude. En una encuesta de Monmouth University publicada el 31 de mayo el 57% de los republicanos dijo que Biden había ganado como consecuencia del fraude cometido.

Si bien con excepción de Trump y un número mayoritario de sus seguidores en el Partido Republicano, la inmensa mayoría de los estadounidenses reconoce la victoria de Biden, algunas cifras resultan interesantes.  Trump obtuvo en el 2020 algo más de 10 millones de votos más de los que obtuvo en el 2016 cuando ganó la presidencia. Obtuvo el voto del 93% de los republicanos y mejoró su desempeño entre los negros, los latinos y las mujeres en comparación con el 2016. Según análisis que hemos realizado de no haber sido debido a las consecuencias que para la economía estadounidense tuvo la pandemia del Covid-19, Trump, aunque perdiendo el voto popular, probablemente hubiese retenido la Casa Blanca considerando el alto índice de satisfacción económica que había hasta inicios de la primavera del 2020 en algunos estados claves que Biden ganó por márgenes muy estrechos.

A seis meses de dejar la Casa Blanca Trump continúa siendo el líder indiscutido del Partido Republicano. Una encuesta de Quinnipiac University publicada a fines de mayo refleja que dos tercios de los electores republicanos desean que Trump sea el candidato que aspire a la presidencia en el 2024. Sin embargo muchos ponen en duda que el magnate pueda mantener el mismo nivel de influencia en el transcurso de los próximos años. Una encuesta de NBC News que salió a la luz a fines de mayo arrojó que un 50% de republicanos dijeron respaldar más al Partido que a Trump, mientras el 44% apoyan más a Trump que al partido. Una encuesta similar de septiembre del pasado año había arrojado un 53% respaldando a Trump y un 37% al Partido, lo que indica cierto declive de Trump.

Un caso muy ilustrativo que evidencia la fuerza de Trump y el trumpismo en el Partido Republicano es el de Liz Cheney. Cheney es una reconocida conservadora, hija del ex vicepresidente Richard Cheney, y tercera líder del Partido por orden de jerarquía, y fue una de las 10 republicanas que votó por llevar a impeachment o juicio político a Trump tras la invasión del 6 de enero al Capitolio. Además se rehusó a permanecer callada ante las mentiras de Trump sobre las elecciones del 2020. Como consecuencia de ello y de las reacciones y gestiones de Trump y sus partidarios en la Cámara de Representantes, Cheney fue destituida de su cargo por sus colegas republicanos de la Cámara Baja(5).

Al respecto Kevin Breuninger publicó en CNBC el 12 de mayo: «Los crecientes esfuerzos por destituir a la Rep. Liz Cheney (R-Wyo.) de su posición de tercera líder republicana en la Cámara acelera la capitulación de su partido ante la gran mentira de Donald Trump sobre las elecciones del 2020. La destitución de Cheney es una señal de cobardía política. Aunque chocante, no sorprende de un partido que ha perdido el rumbo».  

A pesar de los ingentes reclamos de Trump para que ningún republicano lo aprobara, a fines del mes de mayo un total de 35 representantes republicanos unieron su voto al de los demócratas para crear una comisión que examinase los hechos del 6 de enero. Sin embargo el Senado lo rechazó. La líder de la mayoría Nancy Pelosi anunció entonces la creación de un comité selecto para llevar a cabo la investigación. Pelosi invitó a Cheney a formar parte de este comité y ella aceptó .

No hay dudas de que Trump es hoy por hoy la personalidad más influyente del Partido . En estos momentos su accionar se concentra en dos frentes: tratar de mantener viva la expectativa de un eventual retorno al escenario político en el 2024, para lo cual lanza  (5) Para sustituir a Cheney, los republicanos en la Cámara de Representantes eligieron a Elise Stefanik de N.Y., una virulenta partidaria de Trump.

señales sin llegar a comprometer una decisión tomando en cuenta, que aún falta mucho tiempo y no resulta prudente ni recomendable anunciar sus aspiraciones desde ahora; y en torpedear las aspiraciones de reelegirse de todos aquellos republicanos que le han criticado o han votado a favor de hacerle juicio político y de crear una comisión para que investigue los hechos del 6 de enero cuando turbas de sus partidarios invadieron el Capitolio. Las primarias del año próximo constituirán una prueba crucial para él por su declarado empeño en derrotar a estos adversarios en las urnas. Su reputación estará en juego pues sus candidatos deberán ganarle a la mayoría de ellos para demostrar que aún está al mando.

A tres y medio años de antelación resulta muy arriesgado intentar pronosticar si Donald Trump será nuevamente candidato a la presidencia en el 2024, no obstante, puede afirmarse que como se ven las cosas hoy cualquiera que pretenda aspirar con éxito a la Casa Blanca ese año si el propio Trump no lo hace, deberá contar con la bendición del Don. Tampoco parece demasiado arriesgado pronosticar que al menos en un futuro inmediato e incluso a mediano plazo, quien pretenda aspirar con éxito a la presidencia por el partido del elefante habrá de provenir del sector conservador radical o conservador mucho más cercano a los radicales que a los moderados, y para ello nuestro país deberá estar preparado.

Si como explicamos anteriormente el Congreso constituye el escenario principal en el que se enfrentan demócratas y republicanos a nivel de la nación, una lucha no menos cruenta y seguramente de alcances estratégicos más imperecederos, se está llevando a cabo en estos momentos a nivel de estados. Esta contienda tiene dos dimensiones.

Una conocida con el nombre de gerrymandering, que no es otra cosa que la modificación de las circunscripciones electorales. Cada partido busca controlar el máximo posible de distritos pues cada distrito equivale a un escaño en la Cámara de Representantes. Mediante esta técnica se puede reconfigurar la forma de un distrito según convenga al partido que controle el estado en cuestión separando los distritos de forma que maximice sus resultados y minimice los del adversario, lo cual se consigue agrupando zonas en las que se concentre el voto a favor de su partido y dispersando el voto del partido contrario en varios distritos. Esta práctica se realiza cada diez años y precisamente corresponde hacerlo en este año 2021.

La otra, aunque ha tenido momentos anteriores, ahora en el 2021se revela con mucha intensidad, nuevos sesgos y de manera generalizada en un gran número de estados. Estas maniobras destinadas a cambiar reglas, procedimientos y costumbres vigentes en los procesos electorales, están siendo llevadas a cabo por el Partido Republicano en aquellos estados donde tienen mayoría, a la luz de las denuncias de Trump de que los demócratas cometieron fraude en las elecciones del 2020 y bajo el pretexto engañoso de evitar que se cometan nuevamente en el futuro, pero claramente destinadas a perjudicar al Partido Demócrata procurando disminuir de diferentes maneras el acceso a las urnas de los partidarios habituales del partido del burrito.

En el libro «It s Even Worse than It looks», de Thomas E. Mann y Norman J. Ornstein publicado en el año 2010 por Basic Books, se señala que ello se viene produciendo desde los años 50 y 60 del pasado siglo cuando los estados del sur torpedeaban los derechos de los negros pobres, y que entre los años 2008 y 2010, en estados dominados por gobiernos republicanos, éstos se movieron agresivamente para reducir los votos del adversario. Plantea el libro que según el Pew Center on the States en el 2008 al menos 2.2 millones de personas elegibles para votar no pudieron hacerlo por dificultades para poder registrarse. La inmensa mayoría de éstos suelen ser votantes demócratas.

También en el 2011 el Partido Republicano, aprovechando las numerosas legislaturas estatales ganadas en las elecciones de medio término del 2010 introdujo proyectos de leyes que fueron aprobadas, tendentes a restringir el derecho al voto. Medidas tales como exigir la fotografía en las tarjetas de identidad utilizadas para poder votar (aprobadas en 34 estados), reducir los períodos de votación anticipada, restringir el derecho al voto de ex convictos, etc., fueron aprobadas con el pretexto de evitar fraudes, pero claramente enfocadas fundamentalmente contra sectores pobres de la población, negros y otras minorías, y también jóvenes, que se conocen votan mayoritariamente por el Partido Demócrata. En el 2013 la Corte Suprema de Justicia de tendencia conservadora, aprobó por 5 votos contra 4, la puesta en práctica de medidas similares mediante un acuerdo conocido como decisión Shelby.

Pero lo que ocurre en la actualidad es mucho más extensivo, profundo y dañino. En un artículo de Nate Cohn de junio 23 en el New York Times, éste planteaba:

«Después que el ex-presidente Donald Trump regreso hace pocos meses a sus falsos reclamos de que le robaron las elecciones del 2020, los legisladores republicanos en muchos estados han comenzado a pasar leyes haciendo más difícil el proceso de votar y cambiando el modo en que se regulan las elecciones, frustrando a los demócratas e incluso a algunos funcionarios en su propio partido.» «Las reglas y procedimientos electorales se han convertido en asunto central de la política en Estados Unidos. Según el Brennan Center for Justices, un instituto de investigaciones, hasta el 14 de mayo los legisladores han aprobado 22 nuevas leyes en 14 estados para hacer más difícil el proceso de votar». (Nota del autor: Posteriormente el Brennan Center ha reportado que ya los republicanos habían aprobado 30 nuevas leyes en 18 estados)(6).

(6) Han sido aprobadas: En Florida limitar el número de centros de votación, exigir más identificaciones para el voto en ausencia, exigir boletas para voto en ausencia en cada elección, limitar el número de los que pueden recolectar boletas y dar más poderes a observadores durante los procesos de conteo de boletas. En Texas los republicanos intentan aprobar mayores restricciones al voto en ausencia, brindarle mayor autonomía y autoridad a los observadores, aumentar la escala de castigos por errores de los funcionarios electorales y prohibir algunos modos de votación. En Arizona se han impuesto límites a la distribución de boletas. En Iowa se ha reducido los horarios de votación. En Georgia se han reducido los centros de votación y no se permitirá brindar agua a los que esperan en colas para votar. Según The Atlanta Journal-Constitution más de 272,000 georgianos carecen de los nuevos requisitos exigidos para votar; más del 55% son negros a pesar de que constituyen solamente cerca de un tercio de los electores en Georgia.  

Las restricciones varían según el estado pero incluyen límites al número de urnas para poder votar, nuevos requerimientos para los electores que solicitan boletas para votación en ausencia y eliminar leyes locales que permiten el registro automático para el voto en ausencia. Algunas medidas más extremas van más allá de cambiar como se vota, incluyendo modificaciones en el Colegio Electoral y en las reglas judiciales electorales, eliminando iniciativas ciudadanas e ilegalizando donaciones privadas que proveen recursos para organizar las elecciones.

Según el States United Democracy Center en mensaje circulado a los partidos el 10 de junio, es particularmente peligrosa la tendencia a estar suprimiendo el voto. Señala además que muchas legislaturas estatales están procurando politizar, criminalizar e interferir en las entes que administran  y dirigen los procesos electorales. El curso actual de las acciones amenazan los fundamentos de justicia, profesionalidad y el no partidismo en las elecciones. Hoy la determinación de muchas legislaturas estatales de atacar los fundamentos de la democracia estadounidense se ha profundizado y la tendencia a amenazar a los funcionarios que dirigen los procesos electorales con penalidades criminales es más pronunciada y agresiva.

El pasado día 13 de julio al hablarle a la nación en el National Constitution Center en Philadelphia el presidente Biden se refirió a las amenazas que el Partido Republicano representa para la democracia del país por sus esfuerzos para suprimir a los electores rivales y hacerse con el control de los aparatos de votación en los estados. «Hay un ataque desplegado hoy en el país», dijo, «un intento para suprimir y subvertir el derecho a votar en unas elecciones justas y libres, un asalto a la democracia, a la libertad, un asalto a lo que somos como estadounidenses».

Recientemente, el 28 de julio el Departamento de Justicia publicó dos documentos alertando a los estados a seguir las leyes federales antes, durante y después de las elecciones. Sin mencionar concretamente a ninguno, el primero se refería a estados que han efectuado cambios  a sus leyes electorales para restringir el acceso de electores a las urnas después de las elecciones del 2020. El segundo se enfoca en reconteos, los cuales aún se llevan a cabo en Arizona, así como en otros potenciales lugares.

En entrevista que hace el periodista Ezra Klein a Ari Berman, especialista en temas electorales publicada en el New York Times se plantea que la supresión de votantes es una práctica muy dañina y aún se desconoce el alcance, pero que el gerrymandering es mucho más efectivo que la supresión de votantes y se conoce muy bien el impacto que tiene(7). Según Dave Wasserman de The Cook Political Report, los republicanos están autorizados para reconfigurar este año 187 distritos congresionales y los demócratas 75, a

pesar de que éstos controlan la Cámara de Representantes. Un estimado en sólo cuatro

estados Texas, Florida, Georgia y North Carolina, podría ser suficiente para los (7)Según el periodista Ezra Klein en artículo del NY Times de Junio 25, la Corte Suprema muy explícitamente ha dicho que no revisará los gerrymandering partidistas. Las cortes federales tampoco. Así que básicamente los republicanos saben que los mapas que reconfiguren no serán revisados, republicanos ganar los cinco asientos que necesitan para obtener mayoría en la Cámara Baja, incluso sin ganar un solo nuevo voto en el país.

En otro momento al referirse a los partidos Berman plantea que el Partido Demócrata por su desventaja geográfica está necesitado de ganar más votos de diferentes grupos del espectro político del país; requiere del voto de los que están a la derecha del centro para ganar poder a nivel nacional, «y ello afecta sus nominaciones, afecta sus decisiones estratégicas y lo que pueden hacer. Al Partido Republicano no le sucede eso. Ellos han encontrado un modo minoritario de acceder al poder a pesar de no ganar más votos de lo que constituye sus bases tradicionales conservadoras.»(8)                                                           

«Entre más temen no poder aumentar el número de votos en la forma actual, en mayor medida utilizarán sus poderes para debilitar el rol de los electores en el sistema; y todavía tienen mucho poder. Tiene las cortes. Tiene el filibusterismo. Cuenta con más legislaturas estatales y gobernaciones. Cuenta con un poder desproporcionado en el Senado por sus ventajas geográficas y en la Cámara de Representantes por el gerrymandering, y utilizan todo ese poder para crear una fortaleza en torno suyo, una que los electores no puedan romper salvo mediante una oleada de votos.»

«Para el Partido Demócrata el principal problema es el sistema mismo, y también lo es para la política del país. Es difícil afirmar que nuestra democracia funciona cuando se puede perder el voto popular para la presidencia por 7 millones de votos y resultar presidente por obtener 45 mil votos más en el Colegio Electoral. Es difícil afirmarlo con un Senado de 50-50 escaños cuando el Partido Demócrata representa a 41 millones más de estadounidenses, y que la mayoría de los jueces del Tribunal Supremo fueron designados por presidente republicanos que perdieron el voto popular y confirmados por senadores que representan a una minoría».

Ante la situación esbozada, la bancada demócrata propuso una reforma electoral denominada For the People Act  que no avanzó en el Senado cuando los senadores republicanos la rechazaron unánimemente, negándose siquiera a debatirla. Una primera votación quedó 50-50, muy por debajo de los 60 votos requeridos para saltarse el filibusterismo. El proyecto demócrata aspiraba a ser la mayor reforma electoral desde la Ley de Derecho al Voto de 1965 que prohibió las prácticas discriminatorias contra los afroamericanos(9). Al conocerse la noticia el presidente Biden emitió una declaración en la que arremetió contra el «sólido muro republicano» que impide considerar una legislación para proteger el derecho al voto y la democracia.

(8) Virginia Gray, politóloga de la Universidad de North Carolina plantea que para los republicanos los factores más fuertes son la animosidad racial, el temor a convertirse en partido de minoría blanca y el crecimiento de la identidad racial.

(9) Tras conocer la negativa republicana, el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, acusó a los republicanos de convertir la supresión del voto en parte de su identidad política y prometió que seguirá luchando para proteger ese derecho.

La prestigiosa revista Foreign Affairs publicó el pasado 2 de julio un artículo titulado A World Without American Democracy? The Global Consequences of the United States Democratic Backsliding, por Larry Diamond, del que por su importancia se reproducen algunos fragmentos.

«Hoy los Estados Unidos confrontan un creciente movimiento antidemocrático, no sólo de bases extremistas sino también de un grupo importante de empleados públicos – un movimiento que desafía los fundamentos de la democracia electoral. De tener éxito, los Estados Unidos podrían convertirse en la primera democracia industrial de avanzada en fracasar- eso es, en no continuar reuniendo las condiciones necesarias para elecciones libres y justas según algunos politólogos y otros académicos en temas de democracia la definen.»

«El fracaso de la democracia en Estados Unidos será una catástrofe no sólo para este país; también tendrá profundas consecuencias globales en momentos en que la libertad y la democracia están siendo amenazadas».

» Actualmente, la mayor amenaza a la democracia estadounidense son las iniciativas legislativas que buscan subvertir el carácter independiente de las administraciones electorales, incluyendo el conteo y certificación de los votos… los republicanos pueden recuperar el control de la Cámara de Representantes(ayudados por la reconfiguración de 187 distritos congresionales según el más reciente censo) y utilizar su mayoría para manipular los resultados de las elecciones presidenciales del 2024 a favor suyo– especialmente si los resultados se asemejan a los del 2020 cuando los demócratas ganaron ampliamente el voto popular pero por márgenes muy estrechos en un puñado de Colegios Electorales.»

«Una vez que un sistema político pierde el consenso bipartidista respecto a las reglas del juego democrático, se sitúa a un paso de la autocracia.»

«La política está de acuerdo en: un país no puede ser considerado una democracia si ampliamente no garantiza la administración de elecciones neutrales y justas. Si los resultados de unas elecciones estuviesen determinadas por la exclusión fraudulenta o la manipulación de los votos, el país dejaría de ser una democracia, sin que importase cuanta libertad de expresión sobreviviese (por un tiempo).»

«Más de 100 prominentes académicos recientemente alertaron mediante una declaración conjunta que los asaltos republicanos a la integridad electoral podrían hacer fracasar el legado de la democracia estadounidense(10). Ellos demandan ante el Congreso que se (10)Tom Ginsburg, profesor de la Universidad de Chicago en trabajo titulado «Como perder una Democracia Constitucional», publicado en 2018, plantea que en USA y otras democracias desarrolladas la erosión de la democracia será gradual y solapada, no ocurrirá un cambio abrupto hacia el totalitarismo. La erosión la producirá, según él, el populismo carismático y la degradación partidista, en la que un partido abandona la idea de la mayoría y busca acabar con la competición democrática. El trumpismo ha traído ambas al mismo tiempo, apruebe la John Lewis Voting Rights Act y se adopten medidas que garanticen la santidad e independencia de las administraciones electorales. Pero con una amplia legislación nacional que impida el gerrymandering y fortalezca las prácticas de votación, de lo contrario en un futuro cercano, dependerá de la sociedad civil defender la democracia estadounidense».

En noviembre de 2022 tendrán lugar elecciones congresionales de medio término en los Estados Unidos. Si en este tipo de elecciones resulta difícil hacer predicciones incluso en los días previos a los comicios, a año y medio de antelación pretender  hacerlo  resultaría en ejercicio absurdo de imaginación. Además, como norma las encuestas en este tipo de elecciones arrojan resultados frecuentemente alejados de lo que luego dicen las urnas, así que incluso cuando éstas comiencen a llegar, no podemos confiarnos mucho en lo que nos digan. No obstante podemos revisar algunas cifras y cuestiones planteadas en este texto para hacer algunas consideraciones.                                   

Se hace referencia exclusivamente a la Cámara de Representantes, ya que el Senado tiene particularidades diferentes pues no todos los senadores aspiran a la reelección. Mientras los demócratas en la Cámara Alta deberán defender 14 escaños en el 2022, los republicanos enfrentarán oposición en 20.

Observando cual ha sido el comportamiento de las elecciones de medio término en la Cámara de Representantes, vemos que históricamente el partido que controla el Ejecutivo pierde una cantidad considerable de asientos. Entre 1978 y 2018 hubo 11 elecciones de medio término y en 9 de ellas el partido que controlaba la Casa Blanca perdió como promedio 28 asientos. Solamente en 1998 con un Clinton muy popular y en el 2002, un año después de las Torres Gemelas de New York y recién comenzada la guerra de Irak, muy respaldada en aquellos momentos por la opinión pública, no se cumplió la regla.

Si a esto agregamos lo que hemos estado viendo sobre la agresividad de los republicanos al aplicar el gerrymandering, a que precisamente este año se harán nuevas reconfiguraciones de distritos electorales y a este partido corresponde hacerlo en 187 distritos congresionales por sólo 75 a los demócratas, a todas las nuevas leyes y regulaciones electorales que se están aprobando en muchos estados controlados por el Partido Republicano que algún tipo de afectación seguramente producirá dentro de las fuerzas tradicionales del Partido Demócrata, y a que los republicanos con sólo alcanzar la cifra de 5 nuevos asientos obtendría la mayoría, es difícil imaginar un escenario favorable a los demócratas.

Tendrían Joe Biden y su administración que realizar una labor extraordinaria en todos los frentes y llegar a noviembre del próximo año con un nivel muy alto de aprobación a su gestión para borrar tanta desventaja y brindar a los miembros de su partido un respaldo tal que les permita al menos mantener la escuálida mayoría con que gozan hoy en la Cámara de Representantes. Tarea que hoy por hoy parece bien difícil.

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Anexo 1


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