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Nos equivocamos?

junio 8, 2025   0

Imagen tomada de Cubasi.cu

Esta es la pregunta que se hace un autor responsable cada vez que plantea un pronóstico, realiza una aproximación, o se atreve a dibujar un escenario. Es una pregunta recurrente si se desea que el próximo ejercicio se acerque más a la verdad y resulta esencial para que toda labor sea perfectible.

A inicios del pasado mes de marzo proponíamos una reflexión titulada “La traducción de una foto: Los nuevos Pentágonos de Trump”, en la que llamábamos la atención sobre la probable ascendencia que tendría sobre el gobierno de Donald Trump un grupo de multimillonarios del sector de las llamadas nuevas tecnologías y la posible utilización del nuevo equipo republicano de todo el caudal de información que atesoran compañías tales como Apple, Amazon, Meta, X, en función de sus intereses de dominación.

 En aquel momento no fuimos más allá de imaginar una alianza mutuamente ventajosa, entre el poder político y cierto económico, sin que ninguna de las partes cruzara la línea roja que separa los respectivos mandatos en el orden (o desorden) social imperante en aquel país.

Una de aquellas empresas (X, antigua Twitter) y en particular su ejecutivo principal, Elon Musk, había tenido una papel trascedente en el apoyo de la campaña electoral de Trump, tanto por el volumen de dinero invertido (se calcula que alrededor de 400 millones de dólares) como por la cantidad de datos con los interactuó directamente con los electores para obtener sus votos.

Como se conoce, Trump tuvo el “gesto agradecido” de propiciar un papel protagónico para Musk como parte del nuevo ejecutivo en los primeros cien días de su actuación, al encabezar sin ser sometido a escrutinio congresional una estructura denominada DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental), que supuestamente tendría el mandado de revisar de forma acelerada cómo se gastaba el dinero aprobado en el presupuesto federal para cada una de las agencias de ese nivel, además de indagar sobre políticas, normas y prioridades principales.

De forma paralela, Musk fue asegurando de manera desinteresada una abultada retribución del presupuesto federal para algunas de sus empresas, tales como SpaceX, las se beneficiarían de inmediato de abultados contratos en función de la defensa nacional estadounidense, la conquista extraplanetaria y otros.

Ante la sorpresa de muchos y el silencio cómplice de senadores y congresistas que callan en función de lograr su reelección indefinida, Musk y sus colaboradores más cercanos gozaron de una amplia potestad que les permitió acceder a información sensible, proponer el cierre de instituciones y el despido de miles de trabajadores estatales, sin supervisión legislativa, ni judicial.

Pero, lo que parecía un matrimonio a largo plazo y disfrutado por ambas partes, de pronto tuvo un final inesperado, Musk abandonó sus funciones ejecutivas a inicios de junio, criticó sin ambages una legislación presupuestal que Trump consideró que reunía las esencias de su segundo mandato y comenzó a lanzar fuertes censuras públicas a su hasta entonces socio-presidente. Trump reaccionó lanzando sus propios misiles, después de observar un silencio inicial, en el que algunos opinaron que no deseaba un contrataque de Musk que fuera costoso de cara a las elecciones de medio término del 2026. Trump respondió sólo a algunos de los argumentos de Musk y no hizo cuestionamientos sobre afirmaciones de aquel, en especial su contribución a la campaña del ahora presidente había sido determinante y definitoria.

Una buena parte de la prensa corporativa, como siempre superficial y complaciente, se concentró en el uso de adjetivos, en la reiteración de mensajes ofensivos y en listar quién apoyaba a cada parte. Pero Musk fue más allá, y  el 5 de junio propuso en su perfil de X la eventualidad de crear un tercer partido federal, abrió por 24 horas una encuesta sobre el tema y tomó como público meta a una mayoría creciente de electores estadounidenses, los llamados independientes, que cada vez son menos republicanos, o demócratas, pero que son cada vez más los que deciden hacia dónde se mueve el péndulo.

Esta acción recibió distintos calificativos desde todo el espectro político. Algunos la relacionaron con la “personalidad volátil” de Musk, otros lo vieron como un exabrupto desesperado y posiblemente pasajero del empresario, muchos lo acreditaron a su vocación de habitar en los principales titulares de la prensa.

Para agregar más complejidad al entorno político, habría que señalar que estas novedades ocurrieron apenas unos días después de que tuviera lugar una inesperada campaña pública contra Trump (con amplia repercusión en X), que asumió como etiqueta principal #TACOTrump y que tenía como objetivo “probar” que Trump “siempre se acobarda” (Trump Always Chickens Out), postura que teóricamente lo acompañaría desde sus tiempos como empresario inmobiliario.

Pero quizás la reacción más interesante ante la postura asumida por Musk, fue el silencio aterrado de muchos políticos tradicionales. La propuesta del hombre con más recursos económicos a su disposición en Estados Unidos y en el mundo, que además maneja una de las plataformas digitales con más impacto en la clase política estadounidense, se ha producido en momentos en que tanto el llamado partido republicano, como el demócrata, enfrentan una de las crisis existenciales más importantes de toda su historia.

Lo que sucede en el espacio del llamado Grand Old Party (GOP) es quizás más evidente. Trump comanda hordas que no tienen ni orden ni concierto. Es el mandamás de una amalgama de intereses, donde no hay discusiones grupales, ni interés por lograr consensos. Ni comités nacionales, ni estructuras locales se atreven a retar las proyecciones del emperador, sean tanto en función de aranceles suicidas para la economía estadounidense, como de gastos multimillonarios para expulsar o aterrar a inmigrantes indocumentados, o no.

Del lado demócrata el panorama es también de propensión al suicidio. Se suman la posibilidad real de que un amplio sector juvenil denominado demócratas socialistas se escinda de la organización federal y cree su propia formación, o se vincule a otros sectores. Están todavía recuperándose de la serie de errores estratégicos que los llevaron a la derrota humillante en las elecciones presidenciales de noviembre del 2024. No sucede el relevo generacional obligado para que nuevas figuras accedan a puestos claves. Los Clinton como núcleo, y otros grupúsculos que giran alrededor de su estrella, no se apartan del poder político a lo interno de la formación y continúan siendo el principal factor de equilibrio (o desequilibrio).

De estos padecimientos demócratas quizás se ha hablado menos, pero textos recientes como el libro titulado Original Sin (Pecado Original) de los autores Jake Tapper y Alex Thompson (2025) relacionan suficientes datos para concluir al menos que los destinos de la estructura demócrata están dominados por cada vez por menos manejadores elitistas, que se alejan cada vez más de la base partidista. La enfermedad terminal de estos demócratas se evidencia en el hecho de que no existen figuras de liderazgo que desde ahora puedan ofrecer o simular una alternativa, como personas o como proyectos, de cara a las elecciones de medio término en el 2026, o para las presidenciales del 2028.

El ejercicio breve de Musk logró conocer la opinión de más de cinco millones de personas de los casi cuarenta millones que leyeron la pregunta en escasas 24 horas. Según el propio Musk (no hay cómo verificar) el 80% de los que respondieron estuvieron a favor de crear un tercer partido, que él ya ha denominado America Party. Ojo, X es una plataforma a la que se asoman sobre todo ejecutivos y profesionales en Estados Unidos y una parte importante de la juventud que navega en Facebook o Tiktok se autoexcluye.

Si nos equivocamos en algo al redactar el artículo señalado al inicio fue en no imaginar que con tanta rapidez otra figura (Musk) ajena a las estructuras políticas tradicionales, podría aprovechar a tanta velocidad y posiblemente con mucha eficiencia, la fractura generada en el sistema estadounidense por el fenómeno Trump, para intentar igualmente detentar el poder con el uso de viejos y nuevos instrumentos, que domina como pocos otros.

Quizás pueda hablarse ya de los tecno-partidos o de los tecno-políticos. Amplios recursos económicos concentrados en las mismas manos de aquellos que acumulan datos ilimitados como resultado de la utilización de herramientas de la inteligencia artificial y que tienen la capacidad de situar mensajes personalizados en teléfonos celulares y tablets para crear gustos y generar actitudes, pueden servir de útero para concebir fenómenos políticos en Estados Unidos y en otros países que parecían impensables hasta hoy.

Los sucesos de estos días, aún por apreciarse en toda su extensión, pero que no parecen ser reversibles, podrían hacer palidecer a lo que se ha llamado trumpismo hasta hoy, podrían convertir a Trump no ya en un extremo del espectro, sino en un factor de tránsito.

Datos aislados no hacen tendencias y sin estas últimas no se pueden plantear generalizaciones, pero habrá que observar un grupo de variables en los próximos días. Entre ellas: las disposición de Musk y sus allegados en proseguir con la campaña, la actitud que asumirán otros ejecutivos del mundo virtual y sus respectivas corporaciones, el continuo deterioro de la relación entre Trump propositivo y el Trump ejecutor, el estado de la economía y las reacciones de diversos sectores a sus principales propuestas, entre otras.


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