Cargando...

La retirada estadounidense de Afganistán. El síndrome de la derrota en Vietnam

Otros autores: Lic. José Luis Robaina García (robaina@cipi.cu), MSc. Enrique Martínez Díaz (martinez@cipi.cu), MSc. Eduardo Regalado Florido (eregalado@cipi.cu)
agosto 19, 2021   0

Introducción

En los recientes días los titulares de las noticias volvieron a hacer referencias a Afganistán, a partir de que los talibanes tomaron el poder dos semanas antes de que Estados Unidos completara su retirada de tropas después de 20 años de una costosa guerra. Los talibanes, en su primera rueda de prensa en Kabul luego de que forzaron la huida del presidente afgano, Ashraf Ghani, lanzaron un mensaje de reconciliación y unidad declarando una “amnistía general”. Mientras tanto, el Ejército estadounidense y las fuerzas de los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) continúan retirándose. La rapidez con la que los talibanes han conquistado el territorio deja en entredicho la supuesta preparación y traspaso de competencias que las fuerzas internacionales, especialmente Washington, habían llevado a cabo. En tanto, el nivel de incertidumbre para la población afgana y países vecinos es muy elevado, lo que ha suscitado desplazamientos masivos ante preocupaciones de grupos minoristas religiosos en el país de Asia Central, así como alertas y movilizaciones. Particularmente China y Rusia han estado desarrollando ejercicios conjuntos, que cabe pensar fueron planificados para coincidir con esta coyuntura.

Tal como ha sucedido con Libia y otros países, los medios de comunicación reseñan las difíciles condiciones que viven sus sociedades en medio de guerras que no concluyen, pero pocos hacen alusión a los niveles de estabilidad y desarrollo socioeconómico que vivieron estas naciones en ciertos momentos cuando Estados Unidos no había intervenido o apoyado a grupos internos para generar golpes de Estado. Washington actualmente está viviendo otra derrota de su presencia en territorio ajeno, esta vez en Afganistán que revivió los momentos en que tuvieron que evacuar la embajada en Saigón (hoy Ciudad Ho Chi Minh) y huir ante el avance de las fuerzas vietnamitas del Viet Cong en 1975, salvando las diferencias. A lo largo de su historia, Afganistán ha sufrido la invasión de diversos imperios. Desde los persas de Ciro el Grande a los británicos en el siglo XIX, pasando por los griegos, los árabes, los mongoles y en los tiempos más recientes Estados Unidos.

La salida de las tropas estadounidenses de Afganistán fue predicho por el líder histórico cubano Fidel Castro en el propio 2001. “Basta con que 20 mil ó 30 mil hombres utilicen métodos inteligentes de guerra irregular, los mismos que quiere emplear Estados Unidos, y esa lucha puede durar 20 años. Es absolutamente imposible reducir a los adversarios afganos en una guerra irregular con bombas y misiles, sea cual fuere el calibre o la potencia de esas armas, en un terreno como el de aquel país” (Castro, 2001).

 

Antecedentes

Afganistán está dividido en tres grandes regiones. Hacia el norte se ubican varios valles y llanuras fértiles, con territorios aptos para la agricultura. Al centro, el país está atravesado en diagonal por el Hindu Kush, cordillera que crea un paisaje de alta montaña y cubre la mayor parte del territorio del país. Al sudoeste, se extiende una meseta desértica apenas distinguible de las áreas fronterizas en Pakistán e Irán. Las tierras altas del centro del país son una barrera geográfica que separa el espacio cultural pastún, al sur y sudoeste, del espacio cultural túrquico-persa, al norte. Las regiones históricas que integran el Afganistán actual nunca estuvieron bajo una verdadera dominación foránea. Afganistán es un territorio virtualmente imposible de controlar de manera completa. Por estas razones, así como por los altísimos costos materiales que han supuesto los intentos de diferentes Estados por dominarlo, Afganistán es llamado “cementerio de imperios” (Guerrero, 2019).

Por separado, los pastunes son el mayor grupo étnico (42% estimado en 2013), seguidos por los tayikos (33%), hazaras (9%) y uzbekos (9%); se reconoce además la existencia de otras diez minorías. Los idiomas mayoritarios son el dari (o persa afgano), hablado por el 80% de la población y con estatus oficial, y el pastún, hablado por un 47% de los afganos y que también tiene estatus oficial. Según diversos estimados, entre el 97 y el 99% de los afganos son musulmanes; de ellos, un 90% son sunitas y un 7% chiitas.[1]

Los antecedentes directos del conflicto afgano se encuentran en el golpe militar pacífico que derrocó al último rey de Afganistán, Mohammad Zahir Shah, en 1973. El promotor del golpe fue Mohamed Daud Khan, primer ministro, primo y cuñado del rey, quien proclamó la República de Afganistán. La administración de Daud[2] no supuso una ruptura importante con las líneas de gobierno del período precedente; sin embargo, durante ella se gestaron las contradicciones fundamentales que arrastrarían al país a la guerra civil (Goodson, 2001).

En política exterior, Daud aceptó asistencia económica y técnica de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y se involucró en un prolongado conflicto de baja intensidad con Pakistán por la cuestión pastún. Durante los últimos meses de su gobierno, intentó alejarse progresivamente de la URSS y acercarse a sus vecinos y a Estados Unidos, lo cual le enemistó con el Partido Democrático del Pueblo (PDP), uno de los principales apoyos de su administración. Daud fue derrocado[3] y asesinado tras la Revolución de Saur, un golpe organizado en abril de 1978. Estos proclamaron entonces la República Democrática de Afganistán. La toma del poder por el PDP[4] fue el detonante para el involucramiento de todas las facciones en disputa por el poder, dentro y fuera de Afganistán.

Sin embargo, no se hace referencia a que cuando el PDP llegó a gobernar en 1978, comenzaron a trabajar por una distribución más equitativa de los recursos económicos y sociales. Entre sus objetivos figuraban la continua emancipación de las mujeres y las niñas de la antigua esclavitud tribal (un proceso iniciado bajo Zahir Shah), la igualdad de derecho de las nacionalidades minoritarias, incluido el grupo más oprimido del país, los hazara y el aumento del acceso de la gente común a la educación, la atención médica, la vivienda y el saneamiento (Baserrigori, 2021).

Desde sus inicios, el gobierno del PDP tuvo que afrontar una seria oposición armada por parte de sectores no afines a la ideología y políticas adoptadas por el partido. La oposición armada, integrada por varios grupos con diferentes posiciones[5], se agrupó en distintas facciones unidas bajo la denominación de “Unión Islámica Afgana Muyahidín”. Estos grupos fueron reclutados por el  programa de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense conocido su nombre en clave como “Operación Ciclón”. Esta es una de las operaciones de la CIA más largas y caras llevadas a cabo, cuya financiación comenzó con 20-30 millones de dólares por año en 1980 y alcanzó los 630 millones de dólares anuales en 1987, para un total estimado de 40 000 millones de dólares durante los 25 años de duración, aunque el verdadero valor no se conoce por el secretismo de ésta (Bergen, 2001). Ante esta situación el gobierno afgano, solicitó en 1979 la intervención de la URSS para hacer frente a la insurgencia muyahidín con apoyo externo.

Los soviéticos invadieron Afganistán en 1979. Diez años después abandonaban el país derrotados, pero las guerras no terminaron con la retirada. Entre 1979 y 1989, las tropas afganas y soviéticas se enfrentaron a los muyahidines, quienes contaban con apoyo logístico y político de Estados Unidos, Arabia Saudita y Pakistán. La guerra contra el gobierno afgano y las fuerzas de la URSS reveló la descentralización del movimiento insurgente, dividido entre varias ramas y por diversos motivos – étnicos, tribales, regionales, confesionales, políticos, económicos – con lo que cualquier negociación se reveló casi imposible. A partir de 1989, con la retirada de los soviéticos, el movimiento muyahidín no solo continuó combatiendo contra el gobierno en Kabul, sino además entre los diferentes grupos que lo componían (Goodson, 2001).

La caída de Kabul en 1992 inauguró una nueva fase de la guerra civil. Hasta 1996, los grupos insurgentes se involucraron en un enfrentamiento desde sus posiciones regionales[6]. Los grupos islamistas se impusieron en el centro y sur del país, y exterminaron o desplazaron a los tradicionalistas hacia las regiones septentrionales, fronterizas con Uzbekistán y Tayikistán. El faccionalismo dividió el territorio afgano en auténticos feudos, controlados por “señores de la guerra” cuya legitimidad se erigía sobre lealtades tribales y alianzas políticas con élites regionales. Como resultado de este fenómeno, se acentuaron el fraccionamiento político y la violencia (Bakhsh, 2008).

El surgimiento del Talibán en 1994 en la ciudad de Kandahar marcó un punto de inflexión en el proceso de islamización del conflicto. El Talibán ha sido un movimiento armado de orientación fundamentalista e integrista, que en principio pretendió pacificar todo el país, expulsar a los señores de la guerra y a los antiguos muyahidines, y establecer un emirato islámico inspirado en los principios éticos y morales de la sharia[7]. A medida que sus operaciones prosperaban adquirieron numerosos seguidores, sobre todo pastunes, a ambos lados de la frontera con Pakistán. Conquistaron Herat en 1995 y, en 1996, tomaron Kabul y proclamaron el Emirato Islámico de Afganistán, regido por la sharia. En cuatro provincias de la región septentrional se mantuvo un gobierno independiente de facto, la llamada Alianza del Norte, cuyos jefes eran antiguos líderes de la insurgencia muyahidín (Rashid, 2001)..

La diferencia fundamental entre los muyahidines de los años ochenta y los prosélitos del Talibán estriba en su extracción social. Todos los muyahidines combatían la presencia soviética en Afganistán por un arraigado nacionalismo emanado en mayor o menor medida de intereses clasistas, tribales, religiosos o étnicos. Eran afganos nacidos en el país, para quienes el gobierno del PDP no resultaba representativo de un determinado ideal de nación, libre de influencia extranjera y cercano a la base rural de la población afgana.

Los seguidores del movimiento talibán, por otra parte, eran en su mayoría refugiados de segunda generación, jóvenes de entre 14 y 24 años, que habían crecido en los campos de refugiados de Pakistán, no estaban familiarizados con la historia reciente del país, y no tenían más conocimiento del islam que el adquirido en las madrasas pakistaníes, impartido por maestros casi analfabetos. No tenían recuerdos de un país en paz, y su único interés era la guerra: desarraigados de todo ideal de nacionalidad, no tenían memoria histórica ni planes para el futuro. Se trataba de varias generaciones de jóvenes cuya única expectativa era luchar de forma fanática y hasta la muerte, por un ideal no muy claro de lealtad a sus líderes, y no a su país.

El Emirato Islámico de Afganistán duró hasta 2001, cuando fue derrocado por la coalición liderada por Estados Unidos tras la intervención. Esta nueva etapa del conflicto se ha convertido en la guerra más larga de la historia estadounidense, y una de las más costosas. Comenzó en 2001 con la Operación “Libertad Duradera”, en la que intervinieron también fuerzas de los países miembros de la OTAN, destinada, en lo fundamental, a neutralizar los focos de resistencia talibán, localizados en el sur del país y a lo largo de la frontera con Pakistán (Bhatia & Sedra, 2008).

En aquel momento, las mayores ciudades del país fueron ocupadas con relativa facilidad. En diciembre de 2001, se estableció la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), una “misión de seguridad multinacional” por mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. A partir de agosto de 2003, el control de la misión pasó a la OTAN, y su objetivo final era proporcionar un nivel adecuado de estabilidad, a fin de transferir las competencias en seguridad interna a las fuerzas afganas. Ello ocurrió de manera gradual a partir de 2011; la ISAF puso fin a sus operaciones en el país el 31 de diciembre de 2014, para ser reemplazada por una nueva misión, más reducida.[8] Al margen de estos acontecimientos, a partir de 2006 comenzó a producirse un repunte en las actividades del Talibán en el sur y centro del país, con acciones cada vez más coordinadas, extensas y destructivas.

Estados Unidos y los costos de la guerra de Afganistán 2001-2021.

Desde la época de Clinton, el discurso de la política exterior estadounidense vuelve una y otra vez sobre un conjunto común de temas a los que tiene que enfrentarse la nación: el desorden en la patria, la amenaza del terrorismo, el ascenso de las potencias orientales. (…)Después del mazazo del 11-S el (…) mandato de Bush siempre será recordado por imponer la voluntad de los norteamericanos a través de agresión y la fuerza militar. Por primera vez desde Pearl Harbor, se había profanado el suelo norteamericano. El justo castigo tenía que dejar claro el alcance del poder estadounidense. El enemigo era el terrorismo, y se le haría la guerra hasta erradicarlo en todo el mundo. (Anderson, 2019).

La razón real de la invasión de Estados Unidos no fue para derrocar el talibán, a quien acusaban de albergar a Osama Bin Laden y otros líderes de al-Qaeda vinculados a los ataques del 11 de septiembre. Indudablemente esa fue la razón vendida por los medios de comunicación, pero dominar Afganistán bajo el concepto de lucha contra el terrorismo, constituía poseer la llave para la entrada de la Gran Eurasia y desde ahí controlar a varios actores estratégicos para Washington como Irán, Rusia y especialmente China que venía ascendiendo desde inicios del siglo XXI. En ese año por si fuera poco meses antes de los atentados del 11 de septiembre, en el mes de junio se había creado la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS)[9] entre China, Rusia, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán, lo que había generado mayor preocupación para los intereses estadounidenses.

Tras más 20 años de guerra contra el terrorismo, la pacificación del país fue un objetivo sin alcanzar, al margen de los recursos destinados a organizar, armar y preparar a los cuerpos de seguridad afganos. Dos fenómenos fueron muy frecuentes en el seno de estas fuerzas: el primero está relacionado con distintas manifestaciones de corrupción – como los llamados soldados fantasma, que figuraron en nómina y recibieron un salario sin actuar sobre el terreno –, y el segundo, con el profundo desprestigio y falta de legitimidad de que adoleció el gobierno afgano, lo cual repercutió en numerosas deserciones de entre sus tropas, quienes se incorporaron a los insurgentes (Anderson, 2019).

Entre enero y agosto de 2018 se registraron 13 940 ataques insurgentes en el país. Para el 31 de julio del propio año, según el reporte al Congreso del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR), el 44% del territorio afgano estaba, o bajo control del Talibán, o en disputa. Un informe de varias organizaciones no gubernamentales internacionales declaró entre 106 y 170 000 civiles muertos a manos de todas las partes en conflicto, sin considerar el número de civiles heridos, físicamente impedidos o huérfanos, entre otros. La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) reportó unos 2,6 millones de desplazados afganos en 2017 (ACNUR, 2018).

Uno de los roles más importantes de Estados Unidos en su campaña militar en Afganistán fue la de los ataques aéreos. En ese sentido, hasta cierto punto fue responsable del desempeño de la Fuerza Aérea Afgana (FAA). El Ejército de Estados Unidos suministró y entrenó a la FAA en combate y otras tácticas desde 2005, con un costo de más de ocho mil millones de dólares entre los años fiscales 2010 y 2020. Esto incluye la transferencia de 18 aviones de ataque aéreo A-29 a la Fuerza Aérea afgana desde 2016. Desde 2015 comenzó a brindar capacitación a militares afganos en la prevención de víctimas civiles, que incluyó la formación de pilotos afganos en el empleo de sistemas de armas y sus efectos, incluidas las técnicas de minimizar daños. Si bien gran parte del entrenamiento estadounidense de la FAA ocurrió en su territorio, la nación americana había comenzado a entrenar pilotos afganos en sus bases en 2009. Washington planeó detener los entrenamientos en sus bases nacionales antes del 31 de diciembre de 2020, a pesar de haber planeado suministrar seis A-29 más en febrero de 2021 a la FAA (Crawford, 2020).

En febrero de 2011, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia y Canadá estaban apoyando a Estados Unidos. En ese momento, casi diez años después de la llegada de las primeras fuerzas de la coalición a Afganistán, cuarenta y siete países tenían tropas desplegadas en Afganistán. Si bien ninguno de los principales proveedores de tropas se acercó al despliegue estadounidense (gráfico 1), ya sea en tamaño o como porcentaje de sus poblaciones, todos hicieron contribuciones sustanciales. El Reino Unido se destacó por suministrar aproximadamente dos o tres veces las tropas de los otros aliados principales contribuyentes cuando se considera en relación con su población. Cada uno de los otros proveedores principales hizo una contribución similar sobre una base per cápita, desplegando aproximadamente el 0,006% de sus poblaciones (Instituto Watson, 2020).

 

Gráfico 1: Número de tropas estadounidenses en el período 2002-2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: SIGAR, 2021.

La guerra de Afganistán es considerada la más larga del país, al punto que muchos ciudadanos estadounidenses tendieron a olvidarse de si aún el país se encontraba en la guerra en esta nación centroasiática. Interesante es que esta conflagración recibió menos supervisión del Congreso estadounidense que la guerra de Vietnam. La cantidad de veces que legisladores estadounidenses votaron para declarar la guerra en Afganistán fue 0. Cuando se compara con la guerra en Vietnam, los legisladores de la subcomisión de defensa de Asignaciones Presupuestarias abordaron los costos de la conflagración durante el conflicto 42 veces, sin embargo, la misma comisión mencionó los costos de las guerras de Afganistán e Irak hasta mitad de 2021 solo cinco veces. En tanto, la Comisión de Finanzas del Senado mencionó los costos de la guerra de Afganistán e Irak en igual término solo una sola vez (Knickmeyer, 2021).

Según datos publicados por Los Ángeles Times (2021) y contrastado con el Instituto Watson (2021) coinciden en que:

  • Aproximadamente uno de cada cuatro ciudadanos estadounidenses nacieron desde que se inició la guerra en Afganistán.
  • Hasta abril de 2021 murieron 2248 miembros de las fuerzas estadounidenses, 3846 contratistas estadounidenses y 1145 miembros de las fuerzas aliadas, incluidos de la OTAN y otros Estados miembros,  47 245 civiles afganos, 51 191 combatientes del Talibán y otras oposiciones. También perecieron 444 trabajadores humanitarios y 72 periodistas.

Según el Instituto Watson (2021) las estimaciones de los costos de la guerra en Afganistán ascendieron entre 2001 y 2021 a 2,26 billones de dólares a partir del presupuesto destinado del Departamento de Defensa para operaciones de contingencias en el exterior (OCO en inglés), más la suma del presupuesto del Departamento de Estado  para OCO, más los incrementos previstos, los cuidados a veteranos y los intereses de los préstamos de guerra (gráfico 2).

 

Gráfico 2: Costos presupuestarios en miles de millones de dólares en la guerra en Afganistán 2001-2021.

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Elaboración de los autores con datos de Watson Institute (2021).

Según SIGAR en su informe de 2021 desde el inicio del programa:

  • Los créditos acumulados para la reconstrucción y actividades relacionadas en Afganistán desde el año fiscal 2002 ascendieron a 144 980 millones de dólares en el primer trimestre 2021.
  • De los 120 320 millones de dólares (83% del total) asignados a los ocho mayores fondos de reconstrucción activos, unos 6 680 millones de dólares quedaron pendientes para desembolsar, a partir de gastos no efectuados.
  • El último informe del Departamento de Defensa sobre el costo de la guerra, fechado el 31 de marzo 2021, decía que sus obligaciones acumuladas para Afganistán, incluyendo el combate y la reconstrucción estadounidense, habían alcanzado los 837 300 millones de dólares.
  • Las obligaciones acumuladas para la reconstrucción de Afganistán y las obligaciones conexas comunicadas por el Estado, la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) y otras agencias civiles alcanzaron los 49 600 millones de dólares.
  • El proyecto Costs of War del Instituto Watson de la Universidad de Brown  estimó los costos de la guerra de Afganistán en 2,26 billones de dólares, muy por encima de la estimación por el Departamento de Defensa.

Según SIGAR (2021), el total de fondos para la reconstrucción de Afganistán se asignó de la siguiente manera:

  • 88 610 millones de dólares para la seguridad (incluidos 4.600 millones de dólares para iniciativas antidroga).
  • 36 290 millones de dólares para gobernanza y desarrollo (incluidos 4.370 millones de dólares para iniciativas de lucha contra el narcotráfico).
  • 4 180 millones de dólares para ayuda humanitaria.
  • 15 910 millones de dólares para operaciones de la agencia.

Al 30 de junio de 2021, el Congreso de Estados Unidos había asignado casi 88 610 millones de dólares para ayudar al gobierno afgano a proporcionar seguridad en Afganistán. Esto representa el 61% de toda la financiación de la reconstrucción para Afganistán desde el año fiscal 2002. De los casi 3 100 millones de dólares asignados al Fondo para las Fuerzas de Seguridad de Afganistán (ASFF) en el año fiscal 2020, más de 2 400 millones de dólares fueron desembolsados, al 30 de junio de 2021 (SIGAR, 2021).

Cuando se suma el costo de los fondos del Departamento de Estado y de Defensa invertidos en Operations Enduring Freedom y Resolute
Support, luego se agrega el costo de cuidar a los veteranos de los conflictos y los intereses del dinero prestado para cubrirlo todo, ello incluye
alrededor de 2 billones de dólares gastados. El Proyecto “Costos de Guerra” detalló sus estimaciones más recientes, y encontró que la
mayor parte del dinero provino de 933 mil millones en fondos de contingencia en el extranjero del Departamento de Defensa. El resto incluye:
443 mil millones de dólares en aumentos del presupuesto base del Departamento de Defensa para apoyar la guerra; 296 mil millones de
dólares para cuidar a los veteranos;  59 mil millones de dólares en fondos de contingencia estatales en el extranjero; y 530 mil millones de 
dólares para cubrir los intereses del dinero prestado para financiar 20 años de implementaciones. Sin embargo, esos fondos no incluyen la
cantidad que el gobierno de los Estados Unidos está obligado a gastar en el cuidado de por vida de los veteranos estadounidenses de esta 
guerra, ni incluye los pagos de intereses futuros sobre el dinero prestado para financiar la guerra (Shane and Gould, 2021).

 

El Proyecto Costos de la Guerra también estima que 241 000 personas han muerto a causa de la guerra en Afganistán, que incluye a más de
 2 400 militares estadounidenses y al menos 71 344 civiles; 78 314 militares y policías afganos; y 84 191 combatientes de la oposición. Estas
cifras no incluyen muertes causadas por enfermedades, pérdida de acceso a alimentos, agua, infraestructura y / u otras consecuencias
indirectas de la guerra (Shane and Gould, 2021).

 

El número de víctimas civiles continuó aumentando en el primer trimestre de 2021, incluyendo los ataques urbanos mortales. En uno de los peores incidentes, el 8 de mayo de 2021, un coche-bomba explotó junto con otras dos explosiones, matando a 85 e hiriendo a 275 estudiantes en el instituto Sayed- ul-Shuhada, una escuela femenina predominantemente chiíta en Kabul (SIGAR, 2021).

Sobre el número de desplazados por los combates, las cifras expresan valores entre 3 y 5 millones de personas (el reporte 2018 de ACNUR informaba 2,6 millones para finales del 2017, de una población aproximada de 33 millones, 80% de la cual vive en áreas rurales). La mayoría de los refugiados afganos residen en Pakistán (1 392 600). Una gran parte de los refugiados de Afganistán se han repartido en 93 países, entre los que figuran la Irán (951 100), Alemania (104 400) y Austria (26 900) (ACNUR, 2018).

Según ACNUR (2021), en torno al 80% de los cerca de 250 000 afganos que se han visto obligados a huir desde finales de mayo de 2021 hasta el 13 de agosto son mujeres y niños. Desde principios de año, unas 400 000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares, uniéndose a otros 2,9 millones de afganos que siguen desplazados en el interior de país. La inmensa mayoría de los que se han visto obligados a huir permanecen dentro del país, tan cerca de sus hogares como lo han permitido los combates. Desde principios de este año, casi 120 000 afganos han huido desde zonas rurales y de diversas ciudades hacia la provincia de Kabul. Los equipos de ACNUR, en el marco del esfuerzo más amplio de la ONU, han evaluado las necesidades de casi 400 000 civiles desplazados internos en los primeros quince días de agosto de 2021.

Entre el primero de enero y el 30 de junio de 2021, la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) documentó 5.183 víctimas civiles (1.659 muertos y  3.524 heridos). El número total de civiles muertos y heridos aumentó en un 47% en comparación con el primer semestre de 2020, invirtiendo la tendencia de los últimos cuatro de los últimos cuatro años de disminución de las víctimas civiles en los primeros seis meses del año, y el número de víctimas civiles volvió a aumentar a los niveles récord observados en los primeros seis meses de 2014.

El uso de artefactos explosivos improvisados no suicidas por parte de elementos  antigubernamentales fue la principal causa de víctimas civiles en los primeros seis meses de 2021. Causaron el 38% de todas las víctimas civiles durante el periodo, casi el triple del número de víctimas civiles por estos artefactos en comparación con el mismo periodo de 2020. Los enfrentamientos terrestres causaron el 33% de todas las víctimas civiles de las víctimas civiles, y casi todas ellas se atribuyen a los talibanes y a las fuerzas de seguridad nacionales afganas antes de la toma del poder de los talibanes. El número de víctimas civiles de los enfrentamientos de los enfrentamientos terrestres aumentó en un 41% en comparación con los primeros seis meses de 2020.

Por otro lado, uno de los elementos que debe hacerse referencia al impacto de la presencia estadounidense en los 21 años en Afganistán ha sido el del aumento de la producción de drogas en el país. El área total de cultivo de adormidera en Afganistán fue de aproximadamente 224 000 hectáreas en 2020, lo que representó un aumento del 37% o 61 000 hectáreas en comparación con 2019 (UNODC, 2021). Con 224 000 hectáreas, el área cultivada fue una de las más altas jamás medidas (gráfico 3). Si bien la superficie cultivada aumentó significativamente en todas las principales provincias productoras de amapola, la región sudoccidental siguió siendo la principal región productora de opio del país y representa el 71% de la producción total de opio en Afganistán. Ello evidencia que mientras países del Sudeste Asiático como Laos y Myanmar disminuían la producción con el apoyo gubernamental y acciones de organismos internacionales, la presencia estadounidense en el país de Asia Central provocó lo contrario.

 

Gráfico 3: Total de hectáreas de opio cultivadas en Afganistán en el período desde 1998, antes de la ocupación hasta el 2020.

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Elaboración de los autores con datos de UNODC (2021).

Por otro lado, el número de provincias libres de amapola en el país disminuyó de 13 a 12 en 2020, y la provincia de Kapisa en el noreste dejó de ser un área libre de amapola. El valor en la explotación agrícola de la producción de opio en 2020 se estimó en 350 millones de dólares, que es un indicador importante de los ingresos generales de los agricultores por el cultivo de opio. Con 55 dólares por kilogramo, los precios a la salida de la finca se encontraban en su nivel más bajo desde el comienzo del monitoreo, lo que indica que la situación económica de los productores de opio afectados por la pobreza podría empeorar aún más. Múltiples factores impulsan el cultivo de amapola en Afganistán, como la inestabilidad política, las escasas oportunidades de empleo, la falta de educación de calidad y el acceso limitado a los mercados. El cultivo de la amapola no es un problema local. Convertida en heroína, no solo se consume en Afganistán y los países vecinos, sino también en Europa, que es el principal destino de la heroína producida en Afganistán (UNODC, 2021).

Este es un negocio que representa el 7% del producto interno bruto (PIB) de Afganistán, y ahora está en pleno control de los talibanes. Estos prohibieron el cultivo de «adormidera» en 2000 en busca de legitimidad internacional. Pero se enfrentaron a una reacción popular y posteriormente cambiaron su postura, según expertos. A pesar de las amenazas de las drogas ilícitas en Afganistán, Estados Unidos y otros países rara vez publicaron la necesidad de abordar el comercio. Esto a pesar de que representa más de 80% del suministro mundial de opio y heroína, según UNODC. Interesante como a pesar de los “esfuerzos” de Estados Unidos gastando 8 000 millones de dólares en 15 años para eliminar el negocio del opio en Afganistán solo logró elevarlo (Business Insider, 2021). Ahora con el nuevo gobierno de los talibanes y la retirada estadounidense, la  adaptación  de  un  enfoque  basado  en  la  legalización  del  cultivo  y  la  producción  de los  opiáceos  pudiera ser un escenario no descartable teniendo en cuenta el  contexto  afgano, lo que conllevaría a  la  puesta  en  práctica  de  un  conjunto  de medidas sociales, educativas, institucionales, etc., que facilitarían la implementación de un modelo tan arriesgado,  como  necesario  para  contribuir  a  la  estabilidad  del  país. 

Decisión estadounidense  de retirarse de Afganistán y sus consecuencias.

La invasión y ocupación de Afganistán fue asumida por los decisores políticos de Estados Unidos como una operación en la que era necesario contar con apoyo de aliados y socios, desde un primer momento. La planificación estratégica del gobierno y el estamento militar estadounidense, por consiguiente, estuvo siempre dirigida a involucrar a otros Estados y gobiernos en el sostenimiento y apoyo político y logístico de su presencia en el país centroasiático. No obstante, a medida que la guerra se extendió en el tiempo y las pérdidas humanas y materiales se incrementaron, también lo hicieron los costos políticos de sostener el conflicto. Por tal motivo, desde el primer período de Barack Obama, pasando por la administración Trump se evaluó una reducción y retirada de las tropas estadounidenses. Tal reducción aconteció de manera sistemática desde 2014.

El 29 de febrero de 2020, la administración republicana de Donald Trump en la persona del secretario del departamento de Estado,
Mike Pompeo y los talibanes firmaron en Doha, Qatar, el acuerdo que fijó un calendario para la retirada definitiva de Estados Unidos
y sus aliados tras casi 20 años de conflicto. A cambio se firmó el compromiso de los talibanes de no permitir que el territorio afgano fuese 
utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos. 
Luego de estos resultados, el 15 de abril de 2021, el presidente demócrata estadounidense Joe Biden quien había heredado este
acuerdo expresó finalmente la decisión de retirar todas las tropas estadounidenses de Afganistán antes del 11 de septiembre, el
vigésimo aniversario de los ataques terroristas que iniciaron el conflicto de décadas. Biden se había enfrentado a una fecha límite
establecida por la administración anterior para retirar a todas las fuerzas militares del país antes del primero de mayo, pero admitió 
públicamente cumplir con esa fecha límite. En marzo, el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán advirtió
en un testimonio ante el Congreso que, a pesar de los miles de millones gastados en el fortalecimiento de las fuerzas de seguridad 
locales en el país asiático devastado por la guerra, "las fuerzas de seguridad afganas no estaban ni cerca de alcanzar la
autosuficiencia, ya que no podían mantener su equipo, administrar sus cadenas de suministro o capacitar a nuevos soldados,
pilotos y policías " (Shane and Gould, 2021).
A pesar de la noticia, había claridad en el propio gobierno estadounidense  de que los combatientes talibanes no estaban
preparados para deponer las armas y asumir cargos diplomáticos con el nuevo gobierno, que se suponía que era una parte clave del
 acuerdo de paz y la retirada del 1 de mayo.
Para el 12 de agosto, 12 capitales de provincia habían caído, lo que comenzó el camino de retorno de los talibanes a Kabul desde que 
fueron derrocados en 2001. Los talibanes avanzaron en los últimos tiempos con mucha velocidad hasta llegar a controlar casi 
completamente el país (imagen 1). Si bien muchos expertos predijeron que la retirada rápida e incondicional de las tropas
estadounidenses aumentaría el control de los talibanes, pocos vieron que sucediera tan rápido. Una toma de Kabul por los talibanes,
que antes se pensaba que tardaría años en llegar, se logró en menos tiempo de lo esperado. 
Imagen 1: Avance y control de los Talibanes sobre las diversas provincias afganas en mayo de 2018, mayo de 2021 y agosto de 2021.