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Palabras de Apertura del webinar «Las relaciones UE-Cuba: retos y potencialidades para el desarrollo de vínculos estables y a largo plazo», organizado por CIDOB con la colaboración del CIPI y el CIEI en el marco del Foro Europa-Cuba Jean Monnet Network

diciembre 10, 2021   0

10 de diciembre 2021

Mi nombre es José R. Cabañas Rodríguez y soy el actual director del Centro de Investigaciones de Política Internacional en La Habana, Cuba. El director anterior, Dr Adalberto Ronda, les envía sus saludos personales.

Les agradezco a los organizadores del Foro la oportunidad de dirigirme a ustedes al inicio del intercambio. Compartiré un grupo de reflexiones. No haré una presentación o valoración sobre las relaciones entre Cuba y la Unión Europea, materia en la que no soy experto y de la que solo puedo ofrecer algunos razonamientos, que van desde dos perspectivas muy distintas: la primera, el haber representado a mi país ante los gobiernos de Austria, Eslovenia y Croacia, más los organismos internacionales con sede en Viena. La segunda, el haber estado en contacto frecuente con la representación de la UE en Washington y con los embajadores de ese origen, durante los ochos años en que encabecé la misión diplomática cubana en esa capital, donde además somos vecinos puerta con puerta de las embajadas de Polonia y Lituania.

Las relaciones de los países miembros de la Unión Europea con Cuba están signadas por la historia de la relación bilateral de cada uno y cubren una gama muy amplia. En Canarias Cuba es llamada la séptima isla, no como una referencia colonial, sino con un sentido claramente cultural y sociológico. En otros lugares de España aún se dice “más se perdió en Cuba”, recordando la apuesta de la corona por conservar una posesión a todo costo que resultó en un rotundo fracaso.

Los británicos al menos hicieron una incursión en La Habana para pretender dominarla, mientras que los irlandeses sienten una identidad tan grande con la gesta cubana, que a veces consideran que solo los separa de esa otra isla la barrera idiomática.

En países europeos de desarrollo medio se aprecia la capacidad de los cubanos de sobrevivir a la vecindad con Estados Unidos, del mismo modo que ellos sienten las asimetrías que provocan actores como Alemania, o Francia en la Unión. Fuerzas políticas de aquellos que alguna vez fueron miembros del bloque socialista muchas veces leen las noticias sobre Cuba a través del prisma de la relación de la Isla con lo que alguna vez fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Allí donde encabezan gobiernos fuerzas de la derecha europea, la supervivencia del proyecto cubano se percibe como un tema interno, que supuestamente alienta a las agrupaciones locales de izquierda a proponer la creación de mayores equilibrios, contar con un mejor servicio de salud, educación, menos tráfico de drogas, o sencillamente mayor seguridad ciudadana.

Finalmente están aquellos que se sienten en capacidad de relacionar una serie de críticas sobre el ordenamiento interno cubano, pero no logran tener una mirada introspectiva respecto a sus problemas nacionales, estén relacionados con la xenofobia, la discriminación de minorías, la violencia de género, o los desequilibrios en cuanto al disfrute del bienestar económico.

Fuera de los esquemas políticos se encuentra esa gran masa de europeos, que han visitado Cuba como turistas, académicos, intelectuales, científicos u hombres de negocios, que se han formado su propia opinión sobre el país caribeño, muy distante de las repeticiones morbosas de los medios de comunicación corporativos.

Con toda esa diversidad y más aún, el haber llegado al Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación entre Cuba y la UE, fue indiscutiblemente un paso de avance, que dejó atrás una llamada Posición Común, que no era autóctona, representativa y mucho menos común.

Este Acuerdo ha significado un diálogo político estable en varios temas, el desarrollo de 100 proyectos en distintas ramas, colaboración específica en asuntos tales como el debate constitucional, la unificación monetaria y el avance en áreas como cambio climático y preservación.

Es decir, el acuerdo no ha sido letra muerta ni mucho menos, ha tenido resultados tangibles en beneficio de cubanos y de europeos, que es en última instancia la razón de actuar de los gobiernos.

Sin embargo, los vientos de polarización y de lenguaje de odio que han intoxicado al mundo entre el 2017 y el 2021 han tenido su efecto tanto en el Caribe, como en Europa.

Donald Trump y sus seguidores más retrógrados llegaron al poder en Estados Unidos con una agenda dirigida a borrar de los libros de historia todo lo relacionado con la actuación del primer presidente negro de aquel país.

Aún bajo su mandato, como parte de la inercia de lo sucedido en la relación bilateral con Cuba bajo el gobierno precedente, tuvieron lugar importantes proyectos académicos, culturales y científicos durante el 2017 y el 2018.

Sin embargo, con la sensación de que el tiempo político se terminaba, a lo largo de los años 2019 y 2020 se sucedieron un grupo de decisiones que llegaron a totalizar 243 medidas de recrudecimiento del bloqueo contra la Isla. Si esa política siempre tuvo un carácter genocida, y los miembros de la UE han votado en bloque contra esa práctica en Naciones Unidas desde 1992, ahora fue más evidente que nunca el propósito de rendir por hambre y necesidades a 11 millones de cubanos.

En los mismos momentos en que los concejos de 10 importantes ciudades estadounidenses solicitaban al gobierno federal ampliar la relación científica con Cuba para tener más éxito en el combate a la COVID19, el gobierno de Trump encontró en la pandemia un nuevo aliado que, quizás, finalmente, lo ayudara a borrar la soberanía de Cuba.

Esta actitud déspota tuvo efecto sobre ciertos sectores de la UE y en el parlamento regional, donde algunos llegaron a cuestionar la validez del ADPC. En ese estado de enajenación de la realidad en el parlamento europeo se llegó a aprobar una resolución inaudita el pasado 16 de septiembre, en la que se hace un ridículo llamado a Cuba a tener una respuesta más eficaz frente a la pandemia.

La arrogancia o la residencia permanente en un mundo virtual cerrado y aislado podría llevar a políticos europeos a olvidar que Cuba ha desarrollado cinco vacunas propias contra la COVID19, las cuales junto a los protocolos nacionales han hecho posible el milagro de salvar a su población con una baja tasa de mortalidad y reabrir las fronteras del país. Podrían tratar de ignorar que en paralelo Cuba envió 57 brigadas médicas al exterior, incluidos España e Italia, para ayudar al prójimo y que dentro de esos destinos estuvieron varios de los llamados territorios de ultramar europeos situados en el Mar Caribe, a los que pocas veces Bruselas recuerda en sus sesiones de trabajo.

Los políticos quizás puedan darse esas libertades, pero los académicos no. A nivel político desde Cuba no aceptamos singularización y exigimos respeto mutuo. Dentro de los cánones de la academia estamos en disposición de compartir preocupaciones, pero sobre todo construir puentes que beneficien a las respectivas comunidades y que ahorren malestares y preocupaciones a las jóvenes generaciones.

Una buena parte de la academia europea ha sufrido cierta intoxicación por los llamados sucesos del 11 de julio en Cuba. Han consumido todo el barraje de información negativa, tal como sucedió durante los días previos y posteriores al golpe de estado contra Evo Morales en Bolivia, o en la época de las guarimbas en Venezuela.

Es innegable que una situación económica negativa crea malestar en cualquier población, de cualquier parte del mundo. Lo que debemos recordar es que en el caso cubano un alto por ciento de esta situación tiene un carácter inducido. Estados Unidos primero cortó el flujo migratorio regular entre ambos países, después se dedicó a perseguir a cada suministrador extranjero de Cuba (muchos de ellos europeos) para cortar el arribo de mercancías al país, fue tras los productores de combustibles para cortar la energía, se aprovechó del impacto de la pandemia y finalmente desde la USAID, la NED, con el uso de las plataformas digitales, organizó una operación comunicacional con supuestos “lideres de opinión” que llevaba años entrenando en varias capitales, incluidas algunas europeas.

Esto es lo que la CIA llamaba aumentar la presión a la olla en los años 60 del siglo XX y que tantas veces reflejaron sus especialistas en memos internos de la organización.

Las autoridades cubanas han estado informando periódicamente al respecto, pero curiosamente la prensa corporativa no lo ha considerado noticia. Están invitados los académicos europeos a viajar a Cuba de buena fe y hablar con la gente común y sacar sus propias conclusiones.

Cuba continúa transitando por serias transformaciones, que abarcan tanto materias constitucionales, como estructura económica y la discusión de leyes trascendentes como el Código de las Familias. En Cuba, por cierto, no se da esa magia estadounidense y europea, hasta cierto punto, según la cual los resultados de consultas populares se ven transformados y aniquilados por la interpretación de parlamentos locales.

El artículo 56 de la constitución cubana refrenda el derecho a manifestarse pero sin subvertir el orden constitucional. El artículo 45 recuerda la responsabilidad de todos los ciudadanos respecto a la seguridad colectiva y el bien general.

Desde esta perspectiva consideramos al foro Cuba-Unión Europea como una herramienta útil en beneficio del intercambio más genuino, para encontrar vías que fortalezcan la relación en ambos sentidos.

No nos hemos detenido siquiera a mencionar las inconsistencias de algunas perspectivas europeas en relación con Cuba, si las comparamos con qué ocurre en otras latitudes latinoamericanas y cómo se ignora el abuso, el asesinato, la tortura y la desaparición, no ya de individuos, sino de comunidades enteras.

Cuba tiene una fuerte influencia cultural europea y africana en sus venas, universidades del llamado viejo continente han contribuido a la formación de cantidades significativas de jóvenes de nuestro país, grupos empresariales europeos defienden importantes intereses económicos en la Isla, científicos de ambas partes del Atlántico trabajan cada día y cada noche de conjunto por el bien común, existen importantes comunidades de cubanos radicados en varios destinos europeos. Ahí están de forma sumaria los componentes de una relación que puede crecer y en la que la academia puede jugar un rol insustituible.

Los académicos que investigan las relaciones internacionales, o los que estén en esa función, no deben perseguir el objetivo cortoplacista de acompañar una u otra agenda política, guiadas por dinámicas propias en sus países, o por vientos extracontinentales. La mirada académica debe estar siempre en el largo plazo, en contribuir con conocimiento a crear relaciones bilaterales y multilaterales sostenibles, apostando por la paz y el mejoramiento humano.

Esa es la visión desde Cuba que aportamos al Foro.


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