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China

Diagnóstico de la situación político-social: modernización integral del sistema político de china (Documento de trabajo)

marzo 24, 2023   0

Imagen tomada de Prensa Latina

Este trabajo forma parte del Dossier "La China actual"

Introducción

La República Popular China está enfrascada en una misión trascendental para la nación y también para el mundo: la modernización integral de su sociedad y economía. La RPCh se propone arribar al centenario de su fundación a mediados del presente siglo como un poderoso país socialista moderno, como lo definió el XX Congreso de su Partido Comunista.

La importancia y las múltiples complejidades y desafíos del proceso no escapan ni a las autoridades chinas ni a los que lo observan desde el exterior. Se trata de la segunda economía del planeta, con altos niveles de desarrollo tecnológico, científico, de innovación y desde luego también militar y espacial. Cuenta con una población por encima de los 1.400 millones de habitantes y un extenso y desigual territorio, donde conviven urbes muy cosmopolitas de 24 millones de habitantes, con zonas que acaban de salir de la extrema pobreza.

De particular relevancia en este aspecto, es la profunda transformación socioclasista que conoce el país. Se calculan más de 400 millones de habitantes en condición de clase media y para 2035 se espera que ascienda a más de 900 millones, con las implicaciones económicas, sociales, tecnológicas y espirituales que esto entraña.

Sin dejar aún de ser un país con un muy alto componente rural y campesino -40 por ciento de la población total – China se ha transformado progresivamente. En la actualidad, resulta decisivo el componente urbano – 60 por ciento de la población total. Por otra parte, la RPCh exhibe cifras récord de utilización masiva de las nuevas tecnologías de la comunicación, de interconexión personal y desde luego digital, con el mundo exterior. Se trata de una nueva China altamente tecnificada.

Según Guillermo Solomon del medio DPL NEWS, especializado en estas materias, China cuenta con la mitad de las ciudades inteligentes del mundo. Entre ellas destacan, la capital, Shanghái, la excapital imperial Hangzhou – con 10 millones de habitantes -, Shenzhen, también llamada Silicon Valley del país, entre otras. Una investigación realizada por el gigante tecnológico chino Tencent y la firma francesa Ipsos, especializada en estudios de mercado, arrojó que Beijing, con 20 millones de habitantes, es la más inteligente de todas las ciudades de China por el uso masivo de dinero electrónico. Basten quizás estos otros datos para acercarnos a esta verdadera revolución cultural.

Según reveló el Centro de Información de la Red de Internet China ya tienen registrados más de 1.051 millones de usuarios de esta red global, que en más del 99 por ciento de los casos acceden a la misma a través de teléfonos móviles. Más de la mitad de la población de 65 a 69 años utiliza celulares inteligentes y el 31 por ciento del grupo de 70 a 75 años.

El trascendental cambio, logrado por demás a ritmos vertiginosos, ha creado además un nuevo tipo de joven urbano. Las nuevas generaciones poseen en su mayoría una mentalidad y aspiraciones totalmente nuevos, sustancialmente diferentes a las de las generaciones precedentes. Algunas de estas se insertan en las demandas lógicas y normales dentro del sistema político en que viven, pero otros miran en otras direcciones.

La proliferación de corrientes ideológicas no socialistas no es un fenómeno nuevo, pero en este contexto subsiste y su composición se torna abigarrada. Abarcan los más disimiles paradigmas, desde los defensores del tránsito al capitalismo, pasando por los que propugnan un régimen de signo confucionista, e incluso el retorno a las tradiciones y normas de los antiguos tiempos imperiales o del sistema anterior a 1980, la llamada Nueva Izquierda, hasta los maoístas furibundos.

Por todos estos factores, el PCCh, especialmente bajo la dirección de Xi Jinping, ha dedicado todos los esfuerzos para lograr que el partido gobernante se fortalezca en lo ideológico, político y organizativo. Todo ello con el propósito de guiar eficazmente al pueblo en la construcción de una nueva vida.

Al mismo tiempo, han estructurado un sistema jurídico y legal que sostenga el postulado de Estado de Derecho y la administración del país según la ley, proclamados durante el 18 congreso del partido. Como parte de este proceso se han proclamado más de 300 leyes, la mayoría las primeras de su tipo en la historia del país, tales como el código Penal, el código Civil – el primero en la historia nacional aprobado en mayo de 2020 – el de procedimiento civil y administrativo, la ley electoral del sistema de asambleas populares desde la base hasta la cúspide y un conjunto de normas sobre contratos, derechos de autor, marcas, patentes y valores, empresas de propiedad extranjera, entre otras. Igualmente, importantes han sido las leyes sobre las regiones administrativas especiales de Hong Kong y Macao, incluida la de seguridad de la excolonia británica y la consagrada a prohibir todo intento secesionista que fracture la unidad nacional, aprobada en 2005.

Los esfuerzos por adaptar la constitución nacional aprobada en 1982 – de la que se eliminó toda la fraseología de los tiempos de la Revolución Cultural – a los nuevos tiempos han sido constantes. Las enmiendas aprobadas en 2004 y 2018 conformaron el marco político legal institucional para el desarrollo de todas las esferas de la nueva etapa.

Por su parte, el sistema electoral, vital dentro de la estructura política nacional, se ha modernizado progresivamente. El mismo combina los comicios directos en las bases urbanas y rurales y los niveles intermedios, con los indirectos en las jerarquías superiores, como ocurre en muchos países donde el jefe de Estado es elegido de modo indirecto, en el caso de China, por la Asamblea Nacional.

Hay evidente comprensión de que, aunque el PCCh mantenga ampliamente la hegemonía gobernante, existen fuerzas internas de muy disimiles matice. Estas, aunque ciertamente dispersas y no articuladas, coexisten con realidades socioclasistas nuevas y fenómenos propios de las mismas. Ejemplo de ello es la juventud urbana, que se presenta más demandante, interconectada con las tendencias mundiales de todo tipo por la vía de las nuevas tecnologías y en no pocos casos de vínculos personales, pues el país se ha abierto al mundo desde hace décadas.

Desde que comenzaron las reformas económicas estructurales, las autoridades han dedicado la máxima atención a priorizar la estabilidad política como primer objetivo y responsabilidad. Lo anterior se explica porque en un país tan populoso y con centenares de ciudades densamente pobladas, una chispa puede encender la pradera.

Evidencia de lo anterior fueron en noviembre pasado lasq multitudinarias manifestaciones que estallaron en varias ciudades. En la capital y Shanghái se organizaron revueltas contra las medidas de confinamiento para controlar la pandemia de Covid-19, algunas absolutamente absurdas. Dentro de las protestas hubo fuerzas que esgrimieron consignas contra el sistema político, el Presidente Xi y en demanda de libertad, las primeras de esa envergadura desde la crisis de 1989 y justo tras el XX Congreso del Partido y la extensión de un tercer mandato para Xi.

La respuesta oficial combinó esfuerzos para contener y controlar las protestas empleando limitadamente la fuerza, con un cambio fulminante de la política de Covid Cero – como demandaban los manifestantes. Esta rápida reacción diluyó la crisis muy pronto, pero alertó nuevamente respecto a la actividad subversiva de fuerzas internas asociadas con servicios extranjeros que aprovechan coyunturas propicias, como las reseñadas o las de hace un año en Hong Kong, para incendiar la pradera.

Este guion es mundialmente conocido: las llamadas revoluciones de colores. E trata de conspiraciones intervencionistas para derrocar gobiernos que no se subordinen a Estados Unidos. Sus detalles se pueden fácilmente encontrar en el manual de subversión de Gene Sharp y sus 198 tácticas concretas para promover movimientos opositores en los países seleccionados. En el caso de las protestas de noviembre en China, en lugar de asignarle colores, llamaron a las manifestaciones White Paper Revolution y casi todos los medios occidentalmente, especialmente los más influyentes, inmediatamente asumieron el término con la esperanza de impulsar un nuevo Maidan o Tiananmen.

Atribuir estos movimientos a la CIA, la Casa Blanca, la oligarquía estadounidense y al multimillonario George Soros, que según la publicación norteamericana Newsbusters financia más de un centenar de medios y organizaciones en el mundo dedicados a estos nada encubiertos menesteres, es desde luego más que lógico. La historia de intervenciones de Estados Unidos de más dos siglos en el planeta refuerza estas apreciaciones. Tienen y utilizan según los casos, coyunturas y oportunidades, los procedimientos más variados que se presenten como adecuados para sus fines. Dentro de ellos, están desde las revoluciones de colores, las intervenciones militares directas o encubiertas – como hicieron con el incidente del acorazado Maine en Cuba o el del Golfo de Tonkín para intensificar la agresión a Vietnam – las medidas coercitivas unilaterales, el bloqueo comercial, económico y financiero y muchas más.

No obstante, además de la previsible intervención foránea, e hace necesario comprender las causas endógenas. Es este sentido actuó la dirección del país al cambiar de manera fulminante la política de Covid Cero y eliminar las estrictas restricciones prevalecientes hasta entonces. Esta respuesta directa a las demandas populares permitió restablecer de inmediato el orden.

La proyección estratégica planteada por Beijing enfrenta además un entorno internacional extremadamente complejo. El mismo se caracteriza por guerras en Europa, crisis económicas en varias regiones especialmente en países capitalistas desarrollados, así como muy graves problemas medioambientales en el planeta y en la propia China. Todo lo ello afecta directamente al país y en general a toda la comunidad internacional.

El panorama se agrava aún más por las estrategias de los gobernantes de Estados Unidos y sus aliados de concentrar sus esfuerzos y recursos en entorpecer, contener e impedir el desarrollo integral del gigante asiático para de esa manera mantener su hegemonía global. Con tal propósito acuden al reforzamiento sistemático del cerco militar, bloqueos de las empresas chinas – especialmente las de alta tecnología, sanciones de diverso tipo, campañas permanentes de desprestigio, intensificación del espionaje de todo tipo, siembra de obstáculos para enrarecer los vínculos de Beijing con otras naciones y regiones, entre otros.

En ese entorno de frontal enfrentamiento Washington comete constantemente errores estratégicos mayúsculos. Dentro de ellos están los intentos de afectar la unidad e integridad nacional de China al apoyar el separatismo en Taiwán y Xinjiang, así como fomentar disturbios en Hong Kong. La apelación a estas cuestiones sencillamente sagradas para la nación contribuye a que no resulte previsible que las corrientes ideológicas alternativas al socialismo se fortalezcan y se conviertan en amenazas sustanciales al orden actual.

Los intentos de ahogar a China y desmembrarla solo han servido para enfrentar a Estados Unidos no solo con el PCCh y el sistema, sino con toda la nación y sus diversas generaciones, reforzando al mismo tiempo el protagonismo del partido comunista y el sistema.

Sistema político

Desde la proclamación de la República popular en 1949 y hasta 1957 fueron ingentes los esfuerzos para establecer un sistema político socialista lo más moderno posible. La tarea ha sido sumamente ardua, dada la carencia de tradiciones democráticas y el atraso económico y social general prevaleciente, incluida la promulgación de la primera Constitución del país en 1953.

Desde fines de la década y hasta principios de los 80, sin embargo, la vida del país se alteró dramáticamente con procesos políticos como la organización forzosa de las Comunas Populares y el Gran Salto Adelante. Posteriormente el caótico y tumultuoso decenio de la llamada Gran Revolución Proletaria y Socialista borró casi absolutamente todos los avances de los primeros años, por lo menos en términos de sistema político y gobernanza.

La reconstrucción del sistema político comenzó desde fines de los 70 del pasado siglo y especialmente desde principios de los 80, en coordinación con el proceso de reformas económicas estructurales y apertura a las relaciones económicas intensivas internacionales incluidas las inversiones financieras de origen foráneo. Este positivo vuelco radical enrumbó a China por el camino que la ha llevado a la posición cimera actual.

La reconstrucción del sistema político no ha sido un proceso lineal ni un camino de rosas. Sin embargo, son abundantes las evidencias de su eficacia para garantizar estabilidad política y social, mayor bienestar a la inmensa mayoría de la población y desarrollo económico.

La única crisis política de envergadura conocida desde entonces ha sido la de 1989 que, sin embargo – y a pesar de sus complejidades – no detuvo ni alteró el proceso continuo de fortalecimiento y modernización del sistema político. Durante los dos primeros mandatos del líder chino Xi Jinping se han producido avances sistemáticos en esa dirección. Hitos claves de esta etapa son el fortalecimiento de la gobernanza del propio partido comunista, que como es el corazón del sistema, debe funcionar correctamente. A ello se suma la depuración de sus filas y en general de todas las instituciones y entidades, de dirigentes responsables de actos de corrupción; la democratización del sistema de asambleas populares, que es su base y la creación de lo que las autoridades llaman un régimen de democracia popular de proceso completo.

El XVIII congreso del PCCh (2012) resultó decisivo en este proceso. Durante el mismo se reforzó el concepto de Estado Socialista de Derecho, la administración del país según la ley, el fortalecimiento del régimen jurídico y las legislaciones congruentes con estos postulados. Todo ello con vistas a el logro de una mayor justicia social y el correcto funcionamiento del sistema de gobernanza nacional, puestos en función de impedir que se repitan procesos políticos como los acaecidos de 1958 a 1979.

La sistemática acción acometida contra la corrupción en las más altas esferas partidistas, gubernamentales, militares y empresariales ha tenido un impacto social decisivo al demostrar a la población la seriedad y el rigor de las autoridades en el cumplimiento de los postulados de la administración del país según la ley y Estado socialista de Derecho. Aunque antes del liderazgo de Xi Jinping siempre hubo esfuerzos contra la corrupción, nunca tuvieron la sistematicidad y rigor demostrados por la dirección actual del Partido. Esta actuación resuelta además de fortalecer sensiblemente el prestigio del partido gobernante y el respaldo popular a su gestión, se ha convertido en un área decisiva en el conjunto de la modernización integral del sistema político.

El enriquecimiento ilegal descubierto en escalas enormes entre encumbrados dirigentes de todos los niveles no debe verse solo en términos políticos, legales y morales. Es mucho más grave. Ese sector amasa gigantescas fortunas resultado de la corrupción que conducen a pensar que se prepara para un eventual cambio de régimen al que llegarían bien preparados, como ocurrió en la URSS.

La historia bien asimilada deja lecciones y aprendizajes de valores sencillamente vitales. Los procesos políticos conocidos por China a partir de 1957 – especialmente la Revolución Cultural, la crisis de 1989 – profunda herida en la sociedad muchas veces presente en la raíz de muchos fenómenos, y el derrumbe del socialismo en la URSS y Europa Oriental, dejaron múltiples lecciones que bajo la administración de Xi Jinping se han asimilado en la máxima expresión, con una sistematicidad y profundidad sin precedentes. Son evidencia de ello el fortalecimiento del liderazgo del partido en términos de proyecciones estratégicas, control político y eficacia concreta, la elevación del nivel de vida de la población, así como del sistema de asambleas populares y el sistema jurídico y legal. Cuestiones estas de vida o muerte para mantener y robustecer el consenso social de apoyo y defensa del socialismo en el país.

En ese rumbo resulta clave mantener como prioridad la lucha contra la corrupción, especialmente en el cuerpo gobernante. Asimismo, son esenciales los esfuerzos para lograr la máxima eficacia en la autogobernanza del Partido y en la sociedad, a la par de exigir ejemplaridad política y moral a los militantes, rigurosa disciplina en su funcionamiento – especialmente en el cumplimiento de las orientaciones emitidas por el Comité Central y el máximo líder de la organización Xi Jinping, junto a la consolidación del Estado de Derecho y la administración del país según la ley.

En este terreno ha sido y es fundamental el trabajo de la Comisión de Inspección Disciplinaria del PCCh y la comisión estatal homónima, estructurados desde el nivel central hasta la base. Tales instituciones están facultadas para investigar la conducta de los militantes del partido y dirigentes de cualquier escala y cuando confirman hallazgos de delitos especialmente de corrupción transfieren los casos a los tribunales y las fiscalías para su procesamiento penal. En estos casos tales órganos adoptan medidas de sanción política y administrativa según la gravedad de los casos.

Aunque desde el ascenso de Xi a la dirección del Partido en 2012 estos postulados han sido una constante, el 20 Congreso de la organización le ha dedicado priorizada atención. Ello evidencia su plena vigencia y ante todo necesidad, pues estos complejos asuntos no pueden abordarse en términos de campañas coyunturales fulminantes, sino, como plantean las autoridades chinas, como trabajo sistemático, integral y a largo plazo.

Para seguir avanzando en el fortalecimiento y modernización del sistema político, las autoridades promueven actualmente el concepto de democracia popular en todo el proceso. Ella comprende un conjunto de sistemas, procedimientos, legislaciones, mecanismos múltiples de participación popular a la hora de debatir proyectos de leyes e informes importantes tanto del PCCh como del gobierno y amplias vías de control y supervisión, tanto del propio partido, las asambleas populares, la comisión estatal de supervisión y los medios públicos de comunicación. Muestra de ello podemos encontrar en el primer Código Civil de China, aprobado en el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional luego de 10 revisiones a ese nivel. En este proceso se recibieron más de un millón de opiniones y sugerencias.

En este derrotero cabe resaltar que la dirección china cuenta con un aliado inesperado quizás: Estados Unidos. Las administraciones estadounidenses han mantenido una sistemática hostilidad, especialmente desde la administración Trump y la actual del presidente Biden, contra el avance de China. Sin embargo, las autoridades chinas han echado por tierra los esfuerzos de penetración e influencia política e ideológica que desarrollaban desde la visita del presidente Nixon en 1972, a la vez que han estimulado en la máxima escala el patriotismo, el nacionalismo chino y el rechazo al hegemonismo estadounidense.

Asimismo, en esa cuerda y sin quererlo han ayudado al PCCh en su condición de defensor de la independencia, la soberanía, el desarrollo del país y su firme rechazo a los intentos foráneos de imponer sus dictados a China como en los lejanos tiempos anteriores al triunfo revolucionario de 1949, cuando las potencias coloniales y neocoloniales imponían sus fueros por doquier y la gran nación era humillada y agredida sin límites.

Heterogéneo mosaico ideológico

Resultaría una ingenuidad y una exigencia irrealista suponer que en un universo demográfico de más de 1400 millones de habitantes no existieran, en paz o conflicto, las más encontradas formas de pensamiento. En un país continente como China con su historia milenaria coexisten múltiples corrientes ideológicas, filosofías de vida y religiones, muchas de las cuales han sobrevivido a las tormentas de los siglos, los más disímiles procesos y e han reinventado para adaptarse a los nuevos tiempos.

China no ha sido ni es la excepción. El Partido Comunista es la fuerza hegemónica gobernante y dirigente de la sociedad por su meritoria ejecutoria histórica y actual, pues no solo hizo posible con titánicos esfuerzos la creación de la nueva China y el fin del viejo Estado, sino ha conducido al país a la condición de gran potencia económica actual y erradicado la pobreza extrema que afectaba a más de 800 millones de habitantes. Sin embargo, es conocido que en la sociedad circulan muy diversas corrientes ideológicas no socialistas, que en general no asumen posiciones confrontacionales.

En general estas corrientes no funcionan como movimientos organizados. Muchos de sus voceros principales están insertados en centros de investigación y universidades. A su interior se pueden encontrar todo tipo de matices en una dirección u otra. Por otra parte, entre ellas algunas a veces coexisten en armonía y otras no tanto.

Dados sus disímiles y encontrados postulados esas corrientes no se han articulado en una oposición unificada. Sin embargo, son denodados los esfuerzos que realiza el Partido Comunista por fortalecer su gobernanza y la unidad interna de la organización y la sociedad, lo que evidencia que no se descuidan en la atención de estas fuerzas y corrientes.

Las lecciones de la crisis de 1989 fueron debidamente asimiladas por el Partido comunista. En aquel entonteces, las deficiencias del trabajo de la dirección del partido propiciaron el debilitamiento de la gobernanza política. El accionar abierto de fuerzas enemigas externas en pro de las llamadas revoluciones de colores, unido a las insatisfacciones de la población urbana por la espiral hiperinflacionaria que estalló en el verano de 1988 – que arrasaba con el nivel de vida alcanzado hasta entonces – y los fenómenos de corrupción en las altas esferas, se combinaron en peligroso coctel. Las manifestaciones de noviembre pasado contra los excesos en la aplicación de la política de Covid Cero son una llamada de alerta.

En la sociedad china, por otra parte, subsisten agudos problemas de desigualdad social entre ricos, multimillonarios y pobres. Millones de campesinos inmigrantes a las ciudades viven en condiciones difíciles en las urbes. Se mantienen abismales diferencias entre las prósperas regiones del Este, especialmente las costeras y las más atrasadas del Oeste y entre sectores, caldo de cultivo eventual de conflictos.

Los avances en estos temas, especialmente la erradicación de la pobreza extrema que benefició a más de 800 millones de personas, ha sido crucial. No obstante, objetivamente todavía hay mucho camino que recorrer y desafíos complejos para insertar esa población en una categoría social superior. En las ciudades también hay bolsones de pobreza que deben ser superados.

El sistema político también es afectado por el fenómeno de la corrupción que a juzgar por las severas condenas impuestas a altos responsables políticos, gubernamentales y empresariales entre otros de los propios órganos de control y jurídicos no escapa al flagelo.

En resumen, es bien evidente cuánto ha avanzado China en los últimos años en la estructuración de un sistema político y jurídico completo, más moderno y eficiente, y en constante perfeccionamiento. Igualmente, visibles son los desafíos que tiene por delante pues se trata de un sistema joven, recién constituido en gran medida, que debe enraizarse en la conciencia social de una enorme y desigual población y sus estructuras gobernantes.

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