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Una reflexión sobre poder, geopolítica y hegemonía en el siglo XXI

mayo 22, 2024   0

En fecha tan temprana como 1453 potencias como España y Portugal vieron amenazada su supremacía territorial y económica, a partir del control por el Imperio Otomano del comercio sobre las Indias, que era como para entonces se conocía al mercado asiático.

Aunque el término aún no se pensaba como tal, el “escenario geopolítico” en que quedarían los principales reinos europeos tras la caída del Imperio Romano de Oriente fue catastrófico, de modo tal que acciones desesperadas por encontrar nuevas fuentes de riquezas conllevó nada más y nada menos que al propio descubrimiento de las Américas.

La búsqueda desesperada de una ruta alternativa para llegar al mercado asiático, devino en el cruce del Atlántico por Cristóbal Colón a nuestro continente, provocando el encuentro entre dos culturas y la reconfiguración del mapa político con el que se conocía históricamente al Mundo.

Ya sabemos cómo se sucedieron los hechos, entre conquistadores y poblaciones colonizadas; del saqueo de recursos en una orilla que conllevó al crecimiento de nuevos imperios en la otra; de la extinción de poblaciones y civilizaciones enteras en nombre del oro y las riquezas; todo por el poderío económico y la fortaleza política de las potencias europeas sobre las tierras americanas. Este cuadro de la historia refleja la lucha posterior por el poder global, por la supremacía económica y política que ha marcado desde siempre las relaciones entre los Estados, los grandes y poderosos sobre los colonizados, los del sur, los pequeños, los subdesarrollados, los del Tercer Mundo.

Este ejemplo, aunque distante en el tiempo, nos permite apreciar cómo en el devenir histórico los Estados ricos en recursos y con poderíos múltiples, convertidos en potencias a partir de sus capacidades militares y económicas, estudiaron siempre la posibilidad de expandir su influencia y conservar sus estatu quo en el espectro internacional, a partir de las técnicas de dominación,

Y ha sido así hasta llegar a la reconfiguración actual del “sistema mundo”, donde los Estados, a pesar del tiempo transcurrido, continúan luchando entre sí, unos por ampliar su influencia geopolítica y consolidar su capacidad geoeconómica, y otros por preservar ese término tan preciado llamado “soberanía”.

Hechos puntuales, han marcado cada nuevo período de las relaciones entre los Estados y han definido el carácter geopolítico que rige en cada etapa, y que se proyecta de cara a futuros períodos. Como referencias podrían mencionarse la I y II Guerra Mundial, el llamado período de la “Guerra Fría” y la Caída del Campo Socialista.

Cada uno tuvo impacto propio en la reconfiguración del tablero político y económico global, con sus consabidas consecuencias. El orden internacional se ve trastocado de este modo por eventos como estos entre las potencias dominantes del Planeta, que trascienden a gobiernos, intelectuales y organismos internacionales.

El denominado “Nuevo Orden Mundial” asociado a conceptos del campo de las ideologías políticas, pero también a la reconfiguración del poder planetario, y ha tenido momentos álgidos —que coincidentemente se ajustan a períodos en que las principales potencias mundiales se aprovechan de las debilidades presentes para intentar establecer y generalizar su hegemonía.

Los reiterados planes (“Marshall, Alianza para el Progreso) y doctrinas (Monroe, la Fruta Madura, etc.) impulsados coyunturalmente desde la Casa Blanca son muestra de ello, y han sido desde la visión de los Estados Unidos, un punto clave para la reconfiguración global en función de sus intenciones hegemónicas.

Una etapa de particular relevancia en la reconfiguración de las fuerzas mundiales fue la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en sustitución de la Sociedad de Naciones, cuyo principio fundamental era mantener el equilibrio de poder y paz manifestado en el propio Tratado de Versalles.

El mundo del día después debía ser un tanto mejor, aunque en la práctica hemos visto como en el paso del tiempo la ONU ha sido maniatada en algún sentido por quienes la consideran mero instrumento de sometimiento a favor de sus intereses y no espacio real de conciliación.

No obstante, y muy a pesar de los ejemplos múltiples que podrían ponerse sobre su intervención desfavorable en conflictos múltiples alrededor del mundo —incluso en nombre de la paz— se reconoce el importante rol de esta organización para el equilibrio de fuerzas entre los Estados que lo integran, incluido su peso moral. Y cada vez más el mundo de hoy demanda de los mecanismos de concertación y cooperación entre las naciones, que permitan una reconfiguración global ajustada a los intereses del siglo XXI.

Haciendo una mirada en el tiempo podemos entender cómo se ha reconfigurado el sistema mundo hasta mostrarse como es en la actualidad. Y es que tal como comentamos antes los hechos que han marcado el desarrollo de la Humanidad, aunque generados o provocados por las principales potencias siempre han tenido un impacto en el resto del mundo, y en particular en los Estados de la llamada “Periferia”.

Particularmente Asia se considera como el continente con mayor dinamismo económico y con las mejoras más significativas en el nivel de vida de la población. Mirando en retrospectiva veremos que desde la década de los 90 del pasado siglo ya India y China se incorporaban al llamado grupo de los “nuevos países industriales” tras una década de intenso crecimiento económico.

El caso particular de China ha sido intensamente abordado como referencia de análisis, a partir de su particular orden geopolítico, donde confluyen de forma singular los poderes económico, militar y político. Estas últimas variables se consideran nuevas para como de forma histórica se han desarrollado las naciones asiáticas, muchas subordinadas a intereses de sus colonias, en un primer momento, y posteriormente bajo la égida y guía de los objetivos estratégicos de la potencia norteamericana.

En medio de este proceso, con el rol de China como potencia clave en la reconfiguración del mapa geopolítico, con notables indicadores de desarrollo, Estados Unidos intenta mantener su supremacía, en la intención por liderar la llamada transición hacia un “nuevo orden geopolítico”, y de recuperar el liderazgo mundial que ostentaba históricamente.

Para ello se ha valido de recursos numerosos —como la abierta guerra comercial establecida con China— y la ampliación de sus alianzas políticas y económicas alrededor del mundo, estableciendo acuerdos de cooperación por regiones que tributan tanto a sus beneficios políticos como a sus dividendos económicos. No obstante, su imagen global tropieza con problemáticas internas y externas que inciden en sus pretensiones de liderazgo y de algún modo también, en la reestructuración de la posición histórica de los llamados países periféricos.

El más notable de ellos refiere a la guerra en Irak y en Afganistán, cuya salida final en este último ya sabemos que dejó la imagen de la súper potencia en la posición jamás imaginada, con el control de los talibanes sobre el país.

Desde el punto de vista económico, veremos también la supremacía tecnológica de China como país exportador a nivel mundial, que ha impactado el puesto de EE.UU. a nivel mundial, aun cuando este mantiene su lugar global por el volumen de su PIB. Otros elementos que han incidido en el desplazamiento del rol estadounidense refieren a desequilibrios macroeconómicos, como el déficit presupuestario y el exterior, a partir del cual ha incrementado su dependencia respecto a los países más dinámicos de Asia China, India, Singapur, Corea, Taiwán, momento que les da a estas naciones un rol importante en la reestructuración del esquema geoeconómico global.

Los amplios gastos de Estados Unidos en la esfera de la defensa en detrimento del presupuesto a políticas públicas —si bien tienen un impacto interno en indicadores de corte social ampliamente conocidos y cuyo saldo principal se aprecia en los índices de la pandemia de Covid-19— permiten a esta nación consolidar su poderío militar, esfera en que se destaca mantiene un liderazgo indiscutible.

Y aunque China le pisa los talones también en esta área, ya sabremos que las principales preocupaciones de Washington en este aspecto estriban en la confrontación y permanente disputa con Rusia, principal enemigo histórico con poderío indiscutible, y peso en el ámbito internacional. Desde su enfrentamiento durante el período de la “Guerra Fría” y a pesar de su acercamiento a naciones de la extinta Unión Soviética, EE.UU. ha tenido claridad del hueso duro de roer que representa Moscú en el equilibrio de fuerzas globales, por su desarrollo militar y capacidad de defensa.

Precisamente es el enfrentamiento entre ambas potencias lo que caracteriza la reconfiguración geopolítica mundial en estos momentos, según nuestra modesta opinión. La situación militar creada en la zona que ocupa Ucrania, y la pulseada entre la OTAN —con Estados Unidos en su respaldo— y Rusia, reafirman el peso enorme que ocupan los elementos militares en la geopolítica mundial.

Las intenciones imperialistas estadounidenses de aliento a la subversión interna en Ucrania, por un lado, y el argumento de Moscú por proteger su integridad territorial ante un eventual ataque militar, por el otro, unido a su histórico control territorial en el área, marcan el ritmo de las operaciones militares a nivel global.

En su afán por mantener el liderazgo hegemónico mundial EE.UU. apela a todo tipo de recursos. Entre ellos, a acciones de dominación de toda índole, ya sean militares, económicas, subversivas, culturales, etc. Este último en particular ha sido un recurso muy implementado a lo largo de la historia, pero con creciente uso en los últimos tiempos, porque tal como expresara el reconocido teórico marxista italiano Antonio Gramsci, como parte de la estrategia de dominación que ejerce la clase gobernante (global) —directamente asociada con los poderes económicos— para garantizar el orden social estable, precisa de la “subyugación ideológica”, con la imposición de su visión del mundo.

Y vemos como para lograr eso que Gramsci denominó “hegemonía cultural” los Estados Unidos se han valido de los más diversos recursos que de manera silenciosa tributen a su estrategia para retomar y consolidar su liderazgo geopolítico mundial.

“Un país podrá obtener los resultados anhelados en política exterior gracias a otros países, que admiran sus valores, emulan sus ejemplos, muestran sus aspiraciones al nivel de prosperidad y apertura, y desea seguirlos. En tales casos, resulta asimismo importante, fijar tales propósitos y trabajar en atraer a otros factores de la política mundial para alcanzarlos sin necesidad del uso de la amenaza militar o la sanción económica. Esta forma de poder blando (softpower) mediante el cual se logra que los demás aspiren a sus mismos logros propicia la cooperación de otros, en lugar de tener que aplicar coerción o amenazas” Nye (2004).

Las actuales potencialidades de las redes sociales sumadas a las capacidades de monitoreo y proyección mediante la minería de datos —que permite a las empresas de los diversos ámbitos presentes en Internet recopilar, analizar y gestionar los datos que generan sus usuarios y a la larga tributen a decisiones de cualquier índole, incluso y muchas de las veces con carácter político— han potenciado la creación de manuales para usar las redes sociales con intenciones subversivas, Ramonet (2020) y en estrategias políticas desestabilizadoras alrededor del mundo, en función de los intereses de la Casa Blanca.

En ese caso, se mencionan a las llamadas “revoluciones de colores” ocurridas en Georgia (2003), Ucrania (2004), Kirguistán (2005), entre otros países, como resultado de acciones subversivas gestadas desde las redes sociales, en las que incidieron otros elementos propios de la manipulación política gestada en países occidentales, con Estados Unidos en el liderazgo, y con el respaldo de los conglomerados económicos globales. Allí se discutían recursos importantes y posiciones geoestratégicas, como de costumbre.

Todo lo antes expuesto nos demuestra que los recursos a los que apela hoy EE.UU. por consolidar su estatus global en algunos aspectos y retomar la hegemonía sólida que ostentara otrora, demuestran su capacidad por reinventar recursos que contrarresten el peso económico de China o la Unión Europea como bloque decisorio de impacto global; al tiempo que subyuga a los países periféricos a sus intereses.

De igual modo, apelando a medios múltiples, ya sea del poder blando —cultura, diplomacia pública, uso de los medios de comunicación— o del poder duro —uso de la fuerza militar en todas sus variantes— demuestran la importancia que concede EE.UU. a encontrar las nuevas rutas que aparecieron frente a Cristóbal Colón, para conseguir recobrar su hegemonía global y erguirse como líder indiscutible del nuevo orden geopolítico global.

Bibliografía consultada


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