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¿Qué esperar de las elecciones en Pakistán?

julio 31, 2018   0
Lic. Manuel Guerrero

Lic. Manuel Guerrero

 

Lic. Manuel Alejandro Guerrero Cruz

manuel@cipi.cu

El pasado 25 de julio de 2018, poco más de la mitad de los votantes inscritos en Pakistán concurrieron a las urnas con el objetivo de elegir a un nuevo primer ministro. Los comicios generales se produjeron en un ambiente de incertidumbre a causa de los escándalos de corrupción que se produjeron desde el año anterior, y que resultaron en la defenestración, arresto y juicio del entonces primer ministro, Nawaz Sharif, líder de la Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz (PML-N).

Aunque se auguraba el triunfo del Movimiento para la Justicia de Pakistán (PTI, por sus siglas en urdu) y de su líder, el ex jugador de críquet Imran Khan, ello también ha resultado inesperado por varias razones. En primer lugar, por lo dilatado del escrutinio, que ya ha suscitado pronunciamientos en torno a la posibilidad de fraude electoral o intervención del Ejército en el recuento de los votos. Hasta el momento, el PTI se había comportado como una fuerza importante en el espectro político pakistaní, aunque los resultados en elecciones anteriores lo habían colocado bastante lejos del primer puesto. En 2013, sin ir más lejos, el PTI solo obtuvo 35 escaños, lo cual supuso su regreso al Legislativo tras haber boicoteado la elección de 2008.

Los restantes candidatos con apoyo nacional no eran especialmente populares. Por el PML-N concurrió Shahbaz Sharif, hermano del premier cesado, mientras que por el Partido Popular de Pakistán (PPP) de tendencia socialdemócrata, se presentó el joven Bilawal Bhutto Zardari, miembro de una influyente dinastía en la política pakistaní. Sin embargo, la malhadada reputación del PML-N y el parentesco existente entre Shahbaz Sharif y el antiguo primer ministro parecen haber influido sobre los votantes. En cuanto a Zardari, por otro lado, su imagen como candidato se vio indudablemente lastrada por su edad e inexperiencia en cargos políticos –más allá de su ascendencia y el escaño que ocupa en el parlamento, Zardari no parece contar con otros factores que le legitimen ante el electorado–, además de la pretendida orientación política de su partido –demasiado liberal para el estamento religioso y los sectores más conservadores de la sociedad pakistaní– y los cargos de corrupción que han pesado también sobre este en administraciones precedentes.

Segundo, la victoria de Khan, quien presumiblemente se convirtió en favorito a raíz de la tormenta política desencadenada por el involucramiento del ex primer ministro Sharif en un fraude fiscal de proporciones millonarias, supone un cambio importante en la primera magistratura del país surasiático. Khan, musulmán y pastún, obtuvo un respaldo abrumador en las regiones del centro-oeste y centro-norte de Pakistán, donde el elemento pastún predomina en la composición étnica de la población. Khan arriba al cargo –si se mantiene el resultado de la votación– con una reputación favorable, una relativa holgura en los índices de apoyo popular y la novedad que representa su origen étnico.

Khan exhibe un perfil político construido durante varios años y en ámbitos aparentemente dispares. Se desempeñó como capitán del equipo nacional de cricket en la Copa Mundial de 1992, único momento en que la selección pakistaní obtuvo el más alto lauro de la disciplina. Tras abandonar el deporte, cultivó una reputación de sex symbol –por su matrimonio con una socialité británica– y también ocupó cargos al frente de varias organizaciones de caridad de creación propia, ocupación que conjugó con su carrera política en el PTI, un partido que también fundó. En términos de imagen, el primer ministro electo está viviendo el cenit de su carrera: cuenta con el respaldo de quienes recuerdan su trayectoria como deportista, de los que admiran su imagen de hombre de éxito e incluso de quienes ven con buenos ojos su labor humanitaria.

¿Qué puede esperarse del primer ministro electo? Khan abogó por convertir a Pakistán en el primer “Estado de bienestar islámico”, lo cual indica su apuesta por el factor religioso como elemento unificador de la nación a favor de su programa de gobierno. También ha prometido construir cinco millones de hogares a precios asequibles, crear diez millones de puestos de trabajo y revitalizar el turismo. Sin embargo, puede que las promesas le queden grandes. Pakistán exhibe un crecimiento económico irregular; su deuda externa asciende a 91.800 millones de dólares; es un país agobiado por la corrupción administrativa, la pobreza, la debilidad de las instituciones y la ineficiencia de las infraestructuras para sostener el crecimiento. El nuevo gobierno necesitará recibir ayuda económica externa, combatir de manera sostenida contra la corrupción y la ineficiencia, y ejecutar una política fiscal responsable, antes de considerar seriamente cualquier otro proyecto.

Otro aspecto donde sus promesas son llamativas es en política exterior. Khan evitó la retórica belicista con la India, alabó a China –el principal aliado de Pakistán– y criticó a Estados Unidos, al decir que Pakistán estaba luchando una guerra en nombre de Washington. En una transmisión efectuada desde su residencia en Islamabad, el político se pronunció a favor de una relación mutuamente beneficiosa con Estados Unidos. ¿Dónde está el problema con todo lo que plantea el primer ministro electo? En que la relación con la India y Estados Unidos siempre ha transitado por la cúpula militar pakistaní, y no hay evidencia para suponer que en tal espacio haya voluntades favorables a una relación más constructiva con Nueva Delhi, ni más pragmática con Washington.

Khan ha sido objeto de toda clase de críticas. Se le tilda de populista y poco realista, por hacer promesas que no puede cumplir; también se señalan su escasa participación en las sesiones del Parlamento, sus declaraciones ofensivas hacia otras figuras políticas, su postura contra el feminismo y al menos una acusación de acoso sexual en su contra. Asimismo, a Khan se le ha criticado por acomodarse a las posiciones del extremismo religioso con tal de ganar apoyo político, algo que, con toda seguridad, no pasa inadvertido para quienes examinan su plan de gobierno durante los próximos años.

¿Existe relación entre su origen étnico y las perspectivas para la relación Ejecutivo-Ejército en el futuro inmediato? Se impone, primeramente, valorar cuál será la postura real de su gobierno ante el conflicto en Afganistán, lo cual tendrá mucho que ver con la relación que recién comienza entre el gabinete pakistaní y el gobierno estadounidense, por un lado, y con la continuidad de los vínculos entre los servicios de inteligencia de Islamabad y las distintas facciones de la insurgencia afgana. Aunque la postura oficial siempre ha sostenido que no existe ningún vínculo ni grado de coordinación entre el Ejército pakistaní y la insurgencia en Afganistán, la evidencia de los últimos años pone en duda la veracidad de tales aseveraciones.

Si se mantiene el resultado de la elección y se confirma al PTI como partido en el gobierno –una decisión controversial, puesto que el PML-N y el PPP, dos fuerzas políticas imprescindibles en el espectro político pakistaní, ya declararon no reconocer el dictamen final de los comicios– habrá que examinar con mucho detenimiento el desarrollo de la relación entre el gabinete y las instituciones castrenses durante los próximos cinco años. El Ejército pakistaní ha resultado determinante para el devenir político de esa nación durante más de la mitad de su existencia como Estado independiente, y, habida cuenta de las tensiones en la relación entre autoridades civiles y militares durante el gobierno de Sharif, es posible que con apoyar a otro candidato ganen en dominio sobre el poder civil sin necesidad de apelar a una solución violenta, léase golpe de Estado, algo que ha ocurrido varias veces en el pasado.

El origen del primer ministro electo le coloca en una posición singular. No debe obviarse el peso de la procedencia étnica para la cultura política pakistaní, en el seno de un Estado esencialmente artificial, donde el único elemento que podría funcionar como aglutinador de la identidad nacional es la religión, y que ha estado marcado desde la partición de 1947 por el conflicto con sus dos vecinos inmediatos: Afganistán e India. Sería un error, por tanto, descartar la posibilidad de que Pakistán juegue un papel primordial en la resolución del conflicto afgano; resolución ciertamente remota en su posibilidad, pero aún factible. Para la insurgencia afgana, cuente o no con apoyo pakistaní, la relación con un mediador a quien pueden considerar su igual nunca será la misma que con un gobierno no pastún, por ponerlo en términos simples.

Otra variable que debe considerarse de manera casi obligatoria en el Pakistán actual es China. Durante la administración del PML-N, Beijing e Islamabad llevaron la relación bilateral a un nivel sin precedentes sobre la base de convertir al país surasiático en un importante receptor de inversiones chinas, además de uno de los actores más relevantes en el marco del proyecto One Belt, One Road (OBOR o Una Franja, Una Ruta). China ya ha emprendido pasos sustanciales para la concreción de una ruta comercial entre Xinjiang y el puerto pakistaní de Gwadar, donde se pretende establecer un punto de intercambio fundamental para la Ruta de la Seda Marítima. El proyecto no solo reportaría amplias ganancias a las partes, sino que convertiría a Pakistán en uno de los actores clave para el desarrollo del proyecto en su totalidad. Khan es un hombre pragmático, por lo que es muy probable que apueste por mantener o incrementar los vínculos con Beijing.

Habiendo obtenido 116 escaños, el PTI requiere aún 56 legisladores más para alcanzar la mayoría simple en el Legislativo, por lo que es obvio que Khan debe buscar el apoyo de otras fuerzas políticas, así como de los escaños reservados a las minorías, para conformar una coalición, de acuerdo con la Constitución pakistaní. Mientras el PML-N y el PPP se excluyan de la posibilidad de integrarse al gobierno, el PTI deberá buscar consenso entre otros grupos parlamentarios. Por lo pronto, todo ello aún queda por ver.

 


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