Y entonces llegó el 11 de julio. Más que los hechos en sí mismos en cuanto a manifestaciones públicas y vandalismo, que merecen un análisis constante, lo que el mundo conoció fue un elaborado plan para dibujar en la prensa corporativa internacional y en las redes asociadas una imagen de estallido social innegable, que requería una acción inmediata. Un plan que, por cierto, requiere contar con ciertos recursos y resortes estatales. Era la explosión del Maine con esteroides.